La euforia por el fin del Estado de Alarma y del desconfinamiento está dejando paso a una sensación de inquietud cada vez mayor por el repunte de casos de COVID-19. Si a comienzos de julio estábamos dispuestos a pensar que la enfermedad transmitida por el nuevo coronavirus SARS-CoV-2 estaba atenuándose o en remisión, la última semana, con los brotes en El Sagrià (Lleida) y A Mariña (Lugo) nos han devuelto imágenes de la pesadilla de las cuarentenas, unidades UCI atestadas y hospitales de campaña.
El COVID-19 no ha vuelto, porque nunca se marchó: a viernes 10 de julio, el Ministerio de Sanidad registra 333 nuevos positivos de COVID-19, en comparación con los 241 notificados el jueves. Un total de 1.623 personas han iniciado síntomas de la enfermedad en las dos últimas semanas, de las que 530 se han producido en los últimos siete días. Pero los recuentos vuelven a ser confusos, porque la Generalitat de Cataluña comunica por su parte 280 nuevos positivos en El Sagrià y otros 200 en Barcelona en la misma jornada.
Independientemente de los retrasos de notificación entre las autoridades regionales y centrales que han plagado los recuentos comunicados por Sanidad desde comienzos de la pandemia, la aceleración de los contagios con el fin de las medidas más restrictivas es motivo de preocupación. Más aún cuando, con determinados cálculos, podría trazarse una curva cuantitativa que asimile los casos de la última semana a los de comienzos de marzo, cuando España asistía atónita a un crecimiento exponencial de los contagios que acabó desencadenando en pocos días la crisis sanitaria.
Lo cierto es que, aunque hay motivos para preocuparse, no hay suficiente base como para afirmar que estamos en una situación similar a la que desencadenó el Estado de Alarma. Es cierto, por ejemplo, que entre el 8 y el 9 de marzo los casos crecieron un 70%, de menos de 600 al millar; y que los más de 1.600 positivos se superaban ya el día 14, una cifra que estaría en la línea con los casos activos hoy en día. Pero como explicó en su momento Fernando Simón con una ya mítica infografía, la naturaleza de los casos positivos que se detectaban hace cinco meses eran muy diferentes de las de ahora.
Porque a comienzos de la pandemia, los únicos casos que detectaban eran los más graves, los que se atendían en hospitales, y con un considerable retraso, ya que no había material ni protocolos específicos para realizar tests masivos: aquella fue una batalla que se alargó hasta bien entrado abril. Lo que significa que durante aquellos días hubo decenas de miles de casos leves y asintomáticos que pasaron desapercibidos y fueron ellos mismos posibles focos de contagios.
Se llegó a especular con siete millones de contagiados en España sin saberlo; la realidad, según ha confirmado el estudio de seroprevalencia, es que nunca hubo tantos, y la mortalidad hubiera sido aterradoramente mayor de no haberse producido el confinamiento.
Ahora, sin embargo, "la capacidad de detección y notificación es mucho más precoz, más rápida, y por lo tanto la evolución es diferente", aseguraba el jueves el propio Simón. "La mayor parte de lo que detectamos ahora, entre el 60 y el 70% de los casos, son asintomáticos, muchos con infección pasada", y por tanto con menor capacidad de contagio; los sistemas de rastreo, además, establecen una relación de contactos de riesgo a investigar.
"Todo esto implica que la situación ahora puede ser aparentemente no muy distinta, pero ese incremento drástico que hubo de un día para otro en la primera semana de marzo no se observa ahora", aseguraba el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES).
Hay una última dificultad a la hora de realizar paralelismos entre los datos de hace cinco meses y los de ahora, y nos llevan de vuelta al comienzo de este artículo: Sanidad ha cambiado al menos en dos ocasiones la manera de contabilizar los nuevos positivos.
Los más de 1.600 casos adicionales contabilizados del 13 al 14 sí se detectaron en esas 24 horas, pero los de ahora corresponden a personas que han tenido los primeros síntomas de la enfermedad en los últimos quince días. En definitiva, hay razón para la inquietud, pero dentro de un escenario completamente diferente.