En el reíno de los ciegos el tuerto es el rey y en el de los fármacos frente al Covid-19 lo es el remdesivir, un medicamento diseñado originalmente para tratar el ébola (y en un primer momento, la hepatitis C), que ha resucitado a lo grande en la pandemia del nuevo coronavirus: se trata del único fármaco al que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) ha dado luz verde como tratamiento para el Covid-19 y que se convertirá si todo va bien en el primer autorizado para este uso.
Esta noticia, de la semana pasada, ha tenido repercusión a nivel mundial ante una comunidad ansiosa de recibir la mejor de las noticias: que un tratamiento pueda hacer más amena la espera hasta que se consiga la vacuna.
Sin embargo, otra información conocida este miércoles suponía un jarro de agua fría para los esperanzados del remdesivir: el Gobierno de Donald Trump ha comprado prácticamente toda la producción del medicamento hasta septiembre.
Leído así, en frío, ésta puede parecer una pésima noticia. Pero la realidad es que el remdesivir no es un fármaco mágico para el Covid-19: no supone la diferencia entre la vida y la muerte de un paciente, es extremadamente costoso y su vía de administración, la inyección intravenosa, hace que sólo sea posible administrarlo en el hospital, lo que ha causado que el propio laboratorio esté ensayando inhaladores con el medicamento por si se pueden sustituir la forma de administrarlo.
En el estudio español más amplio sobre uso del fármaco en pacientes hospitalizados por Covid-19 sólo 28 enfermos habían recibido el remdesivir, aplicado como tratamiento en el contexto de ensayos clínicos casi desde el inicio de la pandemia.
De hecho, en España se están llevando a cabo cinco de estas pruebas, en las que participan 49 hospitales españoles; dos de ellos todavía están reclutando pacientes, lo que coincide con la declaración del ministro Salvador Illa de que en España hay suficientes reservas del fármaco para incluso si hubiera un rebrote.
Porque el hecho de que el remdesivir no sea un fármaco milagro no significa que no tenga utilidad en la Covid-19. De hecho, es el único que ha mostrado eficacia, lo que ha llevado a las opiniones positivas de las agencias reguladoras europea y estadoundiense.
Todo empezó con un estudio publicado en The New England Journal of Medicine en abril en el que se demostraba que de 53 pacientes ingresados en la UCI que lo habían recibido el 64% había mejorado.
Pero el trabajo enseguida empezó a acumular críticas, siendo una de las primeras veces en esta pandemia en la que se cuestionaban estudios publicados en revistas de prestigio. Su bajo número de pacientes, el hecho de que no hubiera grupo control y, sobre todo, que el impacto en la mortalidad fuera limitado eran los principales problemas observados.
A las pocas semanas, un estudio publicado en The Lancet demostraba que el carísimo medicamento no tenía beneficio clínico significativo y, ésta vez sí, lo comparaba con otras alternativas terapéuticas. Parecía que se repetía el patrón de la hidroxicloroquina -por cierto, también sumamente defendida por Donald Trump-, pero las cosas no fueron así.
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simon, reconocía esta semana que el tratamiento con el medicamento remdesivir “tiene algún efecto en la reducción” del tiempo de padecimiento del coronavirus y, por lo tanto, “ayuda”, pero ha recalcado que “no es la panacea, es un fármaco más que ayuda”, ha continuado Simón, quien ha confiado en que la investigación del coronavirus permita que se descubra un medicamento “más eficaz” que acabe con la enfermedad. “Probablemente surjan otros en las próximas semanas”, ha dicho.
Pero si uno de los ensayos clínicos publicados fue criticado y el otro no demostraba beneficio clínico del producto sobre otras alternativas, ¿qué provocó el entusiasmo por el remdesivir?
En primer lugar, que el fármaco sí ha demostrado conseguir algo que ningún otro medicamento logra: acortar el tiempo de recuperación de los que superan la enfermedad. En segundo, su potencial en investigación. De hecho, Gilead está ya trabajando en cambios de la formulación para hacerlo más eficaz, por lo que está claro que esta droga puede dar mucho que hablar.
Por otra parte, esta farmacéutica es conocida por haber desarrollado el medicamento que convirtió en curable la hepatitis C, una dolencia que hace apenas unos años suponía el fallecimiento por cirrosis de muchos de sus afectados. Su Sofosbuvir (Sovaldi) es hoy una terapia curativa de esta infección.
Más allá de la eficacia del fármaco, del que hasta sus fabricantes reconocen que no es disruptivo, el anuncio del Gobierno estadounidense ha generado inquietud por lo que pueda venir cuando salga al mercado un medicamento de los que realmente cambian el curso de la enfermedad. ¿Podrá el país fabricante quedarse con todas las dosis? ¿Será sólo cuestión de dinero? ¿Habrá mecanismos para garantizar su acceso? Sólo el tiempo podrá responder a estas preguntas.