Hacer la compra es un ejercicio de criterio informado. Por un lado, hay que evitar la quimiofobia que arroja sospechas sobre conservantes indispensables para un consumo seguro. Por el otro, la lista de elementos a vigilar no es escueta. Están los productos ultraprocesados, con un exceso de aditivos que contribuye a la obesidad y a la diabetes; los riesgos específicos de ciertos alimentos, como las grasas saturadas de la carne roja y el mercurio en el pescado; y los contaminantes ambientales, desde las potenciales intoxicaciones a los microplásticos a los que estamos expuestos.
Dentro de este 'exposoma', como ha venido a denominarse esta suma de factores, hay una familia de compuestos químicos que preocupa a los investigadores: las sustancias perfluoroalquilicas y polifluoroalquilicas, más conocidas por sus siglas en inglés, PFAS. Esencialmente, cumplen una función repelente del agua y la suciedad, por lo que las encontramos en las sartenes antiadherentes, productos de limpieza, pinturas, espumas antiincendio o envases de comida.
De por sí, estos productos no contienen PFAS por encima de los límites considerados seguros para el consumo. El problema es que los más de 5.000 productos químicos que entran bajo esta categoría contienen enlaces carbono-flúor, muy difíciles de descomponer en el medio ambiente. Se les conoce como "químicos para siempre" por su prologada vida médica. Con el uso, partículas de PFAS se desprenden y acaban tanto en el agua corriente como en los suelos usados para la agricultura y la ganadería, por lo que, con el tiempo, es inevitable acumularlos en el organismo.
¿Qué consecuencias tiene esto? Un estudio publicado en 2018 calificaba a los PFAS de 'potenciales obesógenos', es decir, compuestos químicos en el ambiente que promueven indirectamente la ganancia de peso. Pacientes obesos que debían adelgazar tenían más dificultades si su nivel de PFAS en sangre era elevado. En modelos animales sometidos a altas concentraciones de estos compuestos, se han llegado a relacionar con daños en el hígado y la glándula tiroides, problemas de fertilidad, colesterol elevado, alteraciones hormonales y cáncer.
El problema es que es no es fácil determinar cuántos PFAS acumulamos en el cuerpo a nivel poblacional sin pruebas individuales. Dado que pasan por el sistema gástrico y excretor, un modo por el que son liberados de nuevo en el medio ambiente, una muestra aleatoria de heces sería un buen punto de partida. Y lo que es un problema de higiene y convivencia pública, calles manchadas de excrementos de perro y gato, se convirtió en una oportunidad: dado que las mascotas comparten un exposoma similar a sus dueños, ¿qué información encierran sus cacas?
"Centinelas de la exposición humana"
Bolsitas de plástico en mano, los investigadores del Departamento de Salud del estado de Nueva York pusieron rumbo a la ciudad de Albany, justo al norte de la Gran Manzana. Ahí obtuvieron 41 muestras de excremento de gato y 37 de perro, tanto de mascotas domésticas como de animales que se encontraban en un refugio. Fueron liofilizadas para su conservación -es decir, se les extrajo todo el agua- y examinadas de vuelta a la ciudad en laboratorio.
Mediante cromatografía liquida de alta resolución (HPLC) y espectrometría de masas en tándem, se llegaron a detectar 13 tipos diferentes de PFAS en hasta el 90% de heces felinas y el 97% de las de cánido. "Especialmente ácidos carboxílicos perfluorados de cadena larga", precisa el investigador principal, Kurunthachalam Kannan, sobre los resultados publicados en la revista Environmental Science & Technology Letters. La concentración de estos compuestos no se vio modificada por variables como la edad del animal o su sexo.
Una vez identificados los PFAS presentes en el organismo, tocaba medir su concentración. Tres en concreto se pasaban de la raya: el ácido perfluorooctanoico (PFOA), el ácido perfluorononanoico (PFNA) y el ácido perfluorooctanosulfónico (PFOS). En total, los niveles de PFAS en los excrementos de los animales domésticos superaban el límite provisional establecida por la Agencia para Sustancias Tóxicas y el Registro de Enfermedades de EEUU, y dado que los compuestos se adquieren por inhalación, vía oral y vía dérmica, sus dueños y cuidadores estarían igualmente expuestos.
"Las mascotas son los centinelas de la exposición de los seres humanos a los contaminantes ambientales", escriben los investigadores, antes de instar a seguir trabajando sobre este mecanismo de detección. "Tanto los perros como los gatos están expuestos a niveles de varios PFAS en dosis que superan el nivel provisional de riesgo mínimo recomendado para los adultos".