Las prótesis de cadera o rodilla suelen insertarse a edades relativamente tardías: hasta en personas de 90 años si su vida es más o menos activa según los criterios médicos. En el caso de las de rodilla, la causa de la operación suele deberse a la artrosis debida a la edad o "desgaste", como suele denominarse en la cultura popular. También es una causa de inserción de las de cadera junto con las fracturas por caída, muy frecuentes a partir de cierta edad.
Son precisamente las prótesis de cadera las que están aumentando drásticamente en individuos cada vez más jóvenes. Incluso en niños de apenas 10 años. En los más pequeños, según los datos actuales, la causa sería directamente la obesidad infantil; en su caso no se debería a artrosis ni a fracturas, sino a un desplazamiento de la cabeza del fémur respecto a la cadera, o más específicamente, un deslizamiento de la epífisis de la cabeza femoral en términos médicos.
Por otro lado, los adultos tampoco escapan a la implantación de este material ortopédico, como indican los datos un estudio publicado el pasado año 2018, a cargo de los cirujanos de la Universidad de Pennsylvania. La edad media en el año 2000 en Estados Unidos se situaba en los 66 años, disminuyendo a los 64,9 años en el año 2014. Ahora, el grupo de edad donde más prótesis de cadera se implantan ronda los 55 y los 64 años.
Durante las décadas anteriores, los cirujanos ortopédicos han intentado dilatar la intervención para implantar prótesis de cadera según las edades. El motivo es que los materiales anteriormente utilizados eran de menor calidad. Pero han mejorado con el tiempo, algo que colabora en la disminución de la edad media de los receptores.
Habitualmente una prótesis de cadera consta de cuatro partes: un vástago de titanio, que se inserta dentro del fémur, el hueso que une la rodilla con la cadera; una "bola" de cerámica, que reemplazará a la "cabeza" del hueso; una cubierta de titanio en forma de copa hemisférica que se insertará en la cadera donde estaba el acetábulo, el hueco donde se articulará la nueva cabeza del fémur; y finalmente un forro de polietileno que recubrirá esta "copa".
El material usado, el titanio o las aleaciones del mismo, puede fundirse con el hueso cuando crece por encima suyo sin necesitar un cemento a parte. Pero no fue hasta las décadas de 1940 y 1950 cuando empezó a emplear este metal junto al polietileno en las prótesis. Pero no funcionaban igual de bien que ahora, con un porcentaje de éxito de apenas el 30-40% según recoge el portal Popular Science en un artículo significativo: "Me cambiaron la cadera a los 39. Éste es el motivo por el que será cada vez más común".
Se llegó a pensar en usar otros materiales, como cobalto o acero inoxidable, pero eran problemáticos y se desdeñaron. Fue a partir de la década de 1960 cuando las prótesis de cadera empezaron a parecerse a las que se usan en la actualidad, gracias al cirujano ortopédico John Charnley.
Inicialmente, las pruebas de Charnley no fueron perfectas, pero sí acertó sobre algunas ideas clave. Sí usó un cemento óseo para pegar el material metálico al fémur, aliviando el dolor de los pacientes y fortificando sus extremidades, y evitando que llegasen a cojear a causa de la prótesis. También implantó la idea de una cavidad artificial en la cadera para que el hueso no se frotase directamente con la prótesis metálica.
Pero el material inicial no fue el ideal, pues Charnley usó teflón o politetrafluoroetileno (PTFE), que se desgastaba rápidamente. Las prótesis terminaron provocando dolores peores que la artritis. Finalmente, usó polietileno de alta densidad, con un desgaste mucho menor, según pudo comprobar en su propia pierna antes de empezar a implantarlo en pacientes a partir del año 1962.
Sin embargo, este no fue el material idóneo final. El polietileno empezó a causar problemas en los pacientes: cuando finalmente se deterioraba, llegaba a provocar reacciones en cadena en todo el cuerpo, activando el sistema inmunológico de los pacientes y provocando que este destruyese el material e incluso parte del hueso. En consecuencia, provocando que las prótesis se aflojasen.
No fue hasta la década de 1990 cuando se instauró el uso del actual polietileno reticulado, un plástico más duradero, presente actualmente en millones de caderas artificiales. Se reduce entre un 90-95% el desgaste en comparación a los anteriores materiales, y pueden llegar a durar hasta 25 años, según datos de un estudio publicado en The Lancet.
Actualmente, solo en Estados Unidos, se realizan casi 400.000 intervenciones de prótesis de cadera al año, estimándose que se realizarán alrededor de 653.000 durante el año 2030. A pesar de ser una cirugía mayor, la tasa de éxito es muy elevada, aunque no carece de complicaciones.
A pesar de poseer mejores materiales, las prótesis de cadera artificiales pueden dislocarse más fácilmente que las naturales y también son más proclives a sufrir infecciones, aunque ya se está investigando para solucionar ambos problemas.
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