Quién no recuerda aquellas escenas, ya fueran de la pintura o del cine, que mostraban los majestuosos banquetes que degustaban los monarcas o los grandes señores de la Edad Media. Kilos y kilos de deliciosa carne cocinados de distintos modos se colocaban sobre la mesa; todos los comensales comenzaban a engullirlos como si jamás hubieran comido. ¿Y por qué carne y no otro tipo de alimento? Fácil: porque podían permitírselo. En la antigüedad, la ingesta de carne estaba asociada al poder.
A día de hoy las cosas han cambiado. O eso pensábamos. Es cierto que la carne es un producto más asequible para los bolsillos de una gran parte de la población, pero todavía existe la idea simbólica que asocia estos alimentos con la fuerza, la supremacía y la masculinidad. Según ha comprobado una reciente investigación, son muchos los ciudadanos con un estatus socioeconómico bajo que prefieren degustar un buen chuletón de ternera solamente por el hecho de elevar su rango en el contexto social. No parecen importar los beneficios o perjuicios que la ingesta de carne pueda tener en su salud.
Para estudiar esta asociación, Natalina Zlatevska (Universidad Tecnológica de Sidney) y Eugene Chan (Universidad de Monash) realizaron una serie de experimentos para tratar de comprobar si esta tendencia aún pervivía. "Existe una asociación simbólica entre comer carne y la fuerza, el poder y la masculinidad. Tradicionalmente este alimento ha tenido un alto estatus, ofreciéndose a los invitados o como la pieza central de las ocasiones festivas, así que queríamos entender mejor este vínculo al estado”, apunta la doctora Zlatevska.
Para producir este producto antaño hacían falta tanto dinero como tierras (una cosa traía la otra), de ahí que fuera señal de poder. Y al contrario de lo que podríamos pensar, se sigue estableciendo esa asociación entre comer carne y una elevada posición social. A lo largo de las distintas pruebas que realizaron Zlatevska y Chen, se comprobó cómo las personas que se sentían en un nivel económico y social inferior optaban por comer carne en lugar de otros alimentos. Se trataba de una elección que estaba más condicionada por el estatus que le otorgaba esa opción que por el hambre. Sin embargo, se trataba sobre todo de carne procesada.
Como apuntan estos investigadores, este comportamiento se basa en las teorías psicológicas de compensación. Es lo que ya apuntaban otras investigaciones previas sobre distintos hábitos de los consumidores, que ya detectaron esta situación.
“El estado socioeconómico etiqueta a los individuos en casi todas las sociedades del mundo. Es necesario comprender los impactos no solo en el bienestar u otros factores psicológicos, sino en la toma de decisiones y preferencias alimentarias más allá de los resultados nutricionales", concluyen los autores de esta investigación.
Eso sí, la forma en que se expresa esa asociación entre carne y poder ha variado. Si bien antaño este lujo se exponía con grandes trozos de ternera, de cerdo o de algún otro animal, ahora las tendencias gastronómicas han ido en la dirección de cortes más delicados. Se apuesta por aves de corral o en dar más protagonismo a la verdura. Todo ello no solamente por una cuestión meramente de modas, sino también por razones medioambientales y, por supuesto, de salud.
Los autores de esta investigación consideran que los profesionales médicos deben hacer más hincapié en las consecuencias negativas que traen consigo las dietas ricas en carne.
¿Ternera, pollo o cerdo? Nuestra personalidad determina la carne que elegimos
Más allá del estatus social y económico en el que cada cual se encuentre, existen otras variables que nos empujan a consumir carne. A esta conclusión han llegado Tamara Pfeiler y Boris Egloff, de la Universidad Johannes Gutenberg (Alemania). En su estudio comprobaron que los rasgos de nuestra personalidad también juegan un papel importante en la cantidad y en el tipo de carne que elegimos.
Con datos de las poblaciones alemanas y australianas, Pfeiler y Egloff pudieron corroborar que "la personalidad y las variables sociodemográficas muestran asociaciones específicas con el consumo de carne, dependiendo del tipo de carne". Por descabellado que parezca, estos investigadores descubrieron que las personas con una personalidad más abierta eran menos propensas a elegir la carne roja y optaban por el pollo. Aunque la cantidad de carne en sus dietas no disminuía respecto a otras personalidades, sí es cierto que muchos de los comensales con estos rasgos se decantaban también por el pescado.
Por su parte, aquellos participantes en el estudio que tenían una personalidad más extrovertida eran más dados a comer todo tipo de carne y en mayor cantidad. No obstante, esta investigación parece tener una repercusión menor que la realizada por Natalina Zlatevska y Eugene Chan. Aunque resulte difícil de creer, la idea de que la carne está asociada al poder y la supremacía aún prevalece en la sociedad del siglo XXI.