Ningún idioma es ajeno a los insultos, aunque estos varían mucho de uno a otro. Y si esta costumbre persiste con independencia del nivel de educación de los países en los que se practica, quizás haya alguna razón científica detrás. La respuesta la da The Wall Street Journal en un artículo escrito por la autora de un libro que saldrá a la venta en EEUU este martes y que tiene un título inequívoco: Decir palabrotas es bueno para ti.
Emma Byrne relata cómo los insultos varían en forma y pueden ser impíos, con referencias sexuales o escatológicos, como el clásico "cagarse en..." tan utilizado en España. Entre las palabrotas hay sinónimos y versiones light o más fuertes de un mismo concepto. Pero si hay una razón por la que insultar es una práctica tan universal no es otra que los beneficios que hay detrás de ello.
Los insultos tienen un poder del que otras palabras carecen y es increible la capacidad de estos términos para ayudarnos a aguantar el dolor. Investigadores liderados por Richard Stephen de la Keele University de Staffordshire llevan años investigando sus efectos.
Entre sus curiosos hallazgos, han descubierto por ejemplo que la gente puede mantener sus manos sumergidas en agua helada durante un 50% más de tiempo si están diciendo palabrotas en comparación a los que usan una palabra neutral. En el curioso experimento se les pidió que utilizaran los mismos términos que usarían si un martillo les cayera en el dedo pulgar. Además de resistir más, sentían menos frío en las manos, lo que apoyaría la hipótesis de que decir tacos nos hace más fuertes.
Además, estos beneficios son comunes a tipos distintos de personalidad, tanto a los que suelen expresar su malestar como a aquellos que se lo callan.
Distintos estudios han demostrado que insultar influye en nuestra fisiología. Tanto cuando uno escucha una palabrota como cuando la utiliza se acelera el ritmo cardíaco, las palmas de las manos tienden a sudar y el estado emocional, sea el que sea, se intensifica.
Los investigadores ingleses no conocen el mecanismo exacto por el que insultar disminuye el dolor, pero parece tener que ver con las emociones, el aumento en la confianza en uno mismo, el incremento en la agresividad y su influencia en la resiliencia.
Pero el equipo de Stephens ha demostrado que para que un insulto sea eficaz, ha de ser una verdadera palabrota. Hay que dejarse llevar por el malhablado que todos llevamos dentro.
Pero aguantar el dolor no es el único beneficio de insultar. Al parecer también mejoran nuestra capacidad física. Un estudio publicado recientemente en la revista Psychology of Sport and Exercise demostró que las malas palabras aumentaban la fuerza y la estamina.
También ayuda a acabar con el dolor social, no el físico, esos sentimientos de ser rechazado o excluido de un grupo. Otros estudios han demostrado que el insulto puede ser una valiosa herramienta para la creación de vínculos sociales. Estudios llevados a cabo en Australia y Nueva Zelanda, en entornos laborales tecnológicos y en fabricas, demostraron que lanzar un buen insulto puede generar simpatía entre los compañeros de trabajo.
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