Es posible que nunca se haya preguntado por qué el pene carece de hueso, pero los científicos llevan años haciéndolo. Hasta ahora, sin mucho éxito. La falta de esta estructura -conocida como báculo- en el órgano sexual masculino es una característica peculiar de los humanos: muchos mamíferos lo tienen y también los parientes más cercanos al hombre, los chimpancés.
Se trata de una parte del organismo que siempre ha llamado la atención de los investigadores, precisamente por su "extremada variabilidad morfológica", según escriben en la última edición de la revista Procedings of the Royal Society Matilda Brindle y Christopher Opie, dos investigadores del University College of London que han analizado la evolución del báculo en primates y carnívoros, algo que, más allá de documentar quiénes presentan y carecen de este hueso, no se ha empezado a estudiar hasta recientemente. "Hay muchas preguntas sin respuesta", señalan los autores..
Entre lo que se sabe figura el hecho de que la morfología genital y, por tanto, bacular, tiene que ver con la selección sexual. Una prueba de esto: los ratones con el hueso peneano más largo tienen más éxito a la hora de reproducirse.
Tener que elegir mucho: condición para el hueso
Los investigadores británicos quisieron demostrar la hipótesis que sugería que la evolución del báculo se veía afectada por un aumento de los niveles de selección intra-sexual.
Para ello, reconstruyeron en primer lugar la trayectoria evolutiva del báculo en todos los mamíferos y particularmente en los primates. A continuación, analizaron si había alguna relación entre la longitud bacular y la masa testicular, tanto en primates como en carnívoros. Además, evaluaron si había una correlación entre la presencia del hueso penenao y la duración del acto sexual.
Por último, examinaron si la presión sexual postcopulatoria influía en la longitud del báculo. En definitiva, si nada más terminar de efectuar el coito, el macho se sentía presionado a encontrar una nueva pareja. Es algo que se puede ver influido por dos factores: las relaciones polígamas y el tener que ajustar su apareamiento a determinadas épocas del año.
La tesis es lógica: la presencia de un hueso en este órgano facilita una mayor duración del coito e incrementa la proximidad al cuello del útero y aumenta también el éxito reproductivo, un factor de triunfo masculino en una sociedad polígama o en una que sólo se aparee en determinadas épocas. Si un primate está mucho tiempo haciendo el amor a una hembra de su especie, retrasa el momento en que ésta se va con otro.
Los resultados de su análisis fueron positivos: en efecto, se encontró evidencia de que la presencia y mayor longitud del báculo y la duración prolongada del coito estaban relacionadas en primates y todo ello asociado a la poligamia.
Según explican los autores, que en su estudio no mencionan específicamente a los humanos, a The Guardian, los hombres podrían haber perdido el hueso del pene cuando la monogamia se estableció como la estrategia reproductiva dominante, hace 1,9 millones de años, en la época del Homo erectus. "Creemos que es cuando el báculo podría haber desaparecido porque fue cuando cambió la forma de apareamiento", declaró Opie que, a punta, que no obstante, ya por entonces el tamaño del hueso peneano humano no sería demasiado grande. "Cuando la competición con otros varones se reduce, se necesita menos el báculo", apunta y concluye: "A pesar de lo que se piensa somo una de las especies que no pasa el corte de los tres minutos, asociado con la presencia del hueso".
Algunos casos de hombres con hueso en el pene
Aunque no se ha conseguido documentar científicamente la presencia de hueso peneano en Homo sapiens, la literatura científica recoge algunos casos anecdóticos que podrían considerarse hombres con báculo anatómico. Los resumió en 1952 W.R. Bett en un artículo publicado en Annals of The Royal College of Surgeons of England.
En 1933, el cirujano Vincent Vermooten reportó en The New England Journal of Medicine el que él creía que era el primer caso humano en la literatura de metaplasia en el pene. Su paciente, de 19 años de edad, había sido disparado en la nalga izquierda tres meses antes. La bala había traspasado el escroto y se había quedado en la mitad izquierda del glande. Al extirpársela, el proyectil estaba cubierto de hueso, médula ósea y cartílago.
Anteriormente, en 1828, un tal McClellan describía en The Lancet la osificación completa del tabique de los cuerpos cavernosos de un hombre de 52 años. Al retirárselo, destrozó el filo del escalpelo utilizado por el cirujano.