Uno de cada 20 hombres tiene alguna fantasía sexual con niños o niñas. La cifra parece demasiado espeluznante para ser cierta, pero es la conclusión a la que llega una reciente revisión científica que ha extrapolado los resultados de varios estudios anteriores. Si hablamos estrictamente de pedofilia, preferencia sexual por niños o niñas, la cifra aún llega como mínimo al 1%, según la misma revisión.
Casos como el del presunto pederasta de Ciudad Lineal, cuyo juicio se celebra estos días, elevan a los titulares la lacra de los abusos sexuales a menores. Pero según los expertos, la mayoría de los casos nunca salen a la luz. Y es que, si escalamos ese 1% a la población general, a las dimensiones de cualquier centro de trabajo o al volumen de público que llena un cine un sábado cualquiera, nos topamos con la alarmante realidad de que la pedofilia está mucho más presente a nuestro alrededor de lo que tal vez sospecharíamos.
Pero los expertos advierten: ni todos los pedófilos abusan de menores, ni todos los que abusan de menores son pedófilos. Lo segundo parece tener una explicación sencilla: se calcula que una de cada dos agresiones sexuales a niños o niñas se produce por parte de personas con otras alteraciones mentales o con rasgos de conducta antisocial o abusiva. En cuanto a lo primero, y según la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), existe desorden pedófilo cuando la persona siente un interés sexual por niños o niñas que le provoca malestar o dificultades de relación, o que le lleva a cometer agresiones o a consumir pornografía infantil. Si la persona es capaz de controlar su impulso y se limita a fantasear, se habla de preferencia sexual pedófila.
La distinción es importante, porque si bien el pedófilo no elige serlo ni tiene culpa de ello, esto no le exime de la responsabilidad legal de sus actos. El DSM-5 ha sacado de la lista de trastornos las parafilias como el fetichismo o el sadomasoquismo cuando no ocasionan desazón ni daño y se practican con mutuo consentimiento. Pero en el caso de la pedofilia, no hay consentimiento posible. No existe el delito de pensamiento, pero a la persona con preferencia sexual pedófila no le queda otra opción que limitarse a su propia fantasía.
No siempre hay traumas
Pero ¿realmente no eligen serlo? Existe la idea popular de que el pedófilo, normalmente un hombre, desarrolla esta inclinación como consecuencia de un trauma debido a los abusos sexuales sufridos por él mismo en su infancia. Y aunque éste pueda ser un factor en ciertos casos, su lógica se cae con un sencillo razonamiento: "la mayoría de las víctimas son niñas, mientras que la mayoría de los abusadores son hombres, y si el condicionamiento fuera la única teoría lógica para explicar la etiología de la pedofilia, lo razonable sería que hubiera más mujeres pedófilas de las que clínicamente se observan", razonan los autores de la revisión. Y aunque una media del 15% de los abusos son perpetrados por mujeres, algunos estudios apuntan que en estos casos suele haber otras circunstancias, como un desorden mental adicional o la intervención de un cómplice masculino. La revisión llega a concluir que "persiste la pregunta de si la pedofilia, como actualmente se define, realmente existe en mujeres".
Frente a la hipótesis del trauma, muchos expertos hoy se decantan por la idea de que el pedófilo viene al mundo casi programado para serlo. "Pienso que hay un consenso creciente de que la pedofilia, o la predisposición a ella, es algo con lo que la gente nace", dice a EL ESPAÑOL el psicólogo canadiense Michael Seto, director de la Unidad de Investigación Forense del Instituto Real de Investigación en Salud Mental y reconocido como uno de los mayores expertos mundiales en pedofilia.
Sin embargo, esto no implica que la pedofilia se herede de padres a hijos. Seto apunta que "hay indicios de factores prenatales", pero estos podrían consistir en influencias hormonales durante el desarrollo uterino que tal vez provoquen cambios epigenéticos, modificaciones químicas del ADN que no alteran el código genético. Se han descubierto correlaciones con otros rasgos como la zurdera, la estatura corta y el bajo nivel intelectual. Pero lo que parece claro es que la pedofilia "aparece con la pubertad, en la misma época en que aparece la atracción por el sexo opuesto o por el propio", dice Seto.
En busca del rastro cerebral
La existencia de factores biológicos sugiere que tal vez la pedofilia pueda observarse en el cerebro, y los investigadores trabajan para encontrar estas posibles firmas cerebrales del trastorno. Actualmente se contemplan tres hipótesis sobre la sede cerebral de la pedofilia: el lóbulo frontal, responsable de tirar de las riendas de los impulsos sexuales; el temporal, que podría dirigir la atracción por los niños y el desarrollo de una hipersexualidad; o ambos al mismo tiempo. Una región del lóbulo temporal, la amígdala derecha, parece mostrar un tamaño reducido en comparación con los controles en varios estudios. Sin embargo, los autores de la revisión subrayan que "los estudios de neuroimagen sobre la pedofilia aún están en su infancia".
De hecho, los autores señalan que tradicionalmente la ciencia ha relegado la atracción sexual por niños y niñas a un segundo plano; ni siquiera se definió formalmente como trastorno hasta finales del siglo XIX: "a menudo se considera una cuestión colateral, y la investigación de su naturaleza está retrasada en comparación con la investigación de otros desórdenes psiquiátricos", escriben. Hoy la investigación de la pedofilia está en plena ebullición, pero la revisión señala la dificultad de disponer de otros perfiles de pacientes que no sean pederastas condenados y encarcelados; por ejemplo, pedófilos que se abstengan de abusar de menores y que no consuman pornografía infantil.
Naturalmente, el objetivo último es evitar el terrible daño que conllevan las agresiones sexuales a niños y niñas, pero este no parece un logro fácilmente asequible. "No creo que la pedofilia sea curable en el sentido de que pueda cambiarse", advierte Seto. "Hay debate sobre ello, pero creo que lo justo es decir que el consenso clínico y científico apunta a la posibilidad de ayudar a las personas con pedofilia a controlar mejor su deseo sexual hacia los menores". Las terapias cognitivo-conductuales buscan elevar el autocontrol y modificar la actitud de los pedófilos hacia los niños y niñas, pero sus resultados son cuestionables. Por otra parte, los tratamientos farmacológicos reducen la libido de los agresores, pero no alteran sus preferencias sexuales.