Reducir la ingesta de sal es un consejo prácticamente universal cuando la mayoría del mundo occidental, incluyendo España, suele pecar más de exceso que de defectos en su consumo. Se sabe que controlar el sodio que incorporamos al organismo es fundamental para mejorar patologías como la insuficiencia cardíaca y reducir el riesgo cardiovascular. Sin embargo, no hay que pasarse.
Esa es la conclusión a la que ha llegado un reciente estudio publicado en la revista Heart: algunos pacientes que sufren insuficiencia cardíaca y reducen demasiado la ingesta de sal pueden empeorar más si cabe su enfermedad.
Actualmente se suele recomendar reducir la ingesta de sal en la insuficiencia cardíaca como tal, pero el rango óptimo de su restricción (entre 1.5 g y 3 g diarios) y sus efectos sobre algunos pacientes no está claro: muchos pacientes se han excluido de grandes estudios con resultados relevantes.
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Ese es el caso de lospacientes diagnosticados de insuficiencia cardíaca con fracción de eyección preservada, que representan la mitad de todos los casos de insuficiencia cardíaca en todo el mundo. En estos casos lo que ocurre es que el ventrículo izquierdo del corazón no se llena adecuadamente, lo que reduce la cantidad de sangre que bombea hacia el organismo.
Para conocer mejor a este tipo de pacientes, los investigadores responsables del estudio se basaron en un análisis secundario de datos de 1.713 personas de 50 años o más diagnosticadas de insuficiencia cardíaca con fracción de eyección conservada, los cuales formaban parte del ensayo TOPCAT.
Realmente, se trataba de un estudio de fase III, aleatorizado, doble ciego y controlado con placebo, cuyo objetivo principal era averiguar si el fármaco espironolactona podría ser eficaz en el tratamiento de los síntomas de estos pacientes. Es uno de los pilares básicos en otras formas de insuficiencia cardíaca, como es el caso de la fracción de eyección reducida.
Además, dentro del mismo ensayo, se preguntó a los pacientes cuánta sal añadían habitualmente a la cocción de alimentos básicos como arroz, pasta y patatas, sopa, carne y vegetales. Se calificó como 0 puntos (nada), 1 punto (1/8 de cucharadita), 2 puntos (1/4 de cucharadita) y 3 puntos (1/2 cucharadita).
También se controló su estado de salud durante los siguientes 3 años, teniendo en cuenta datos sobre mortalidad por enfermedad cardiovascular o ingreso hospitalario por insuficiencia cardíaca, además de otras causas de mortalidad.
Según los datos del estudio, la mitad de los participantes (816) no usaban sal para cocinar. También pesaban más y tenían una menor tensión arterial diastólica (70 mmHg) que aquellos que consumían más sal.
Por otro lado, precisamente los pacientes que consumían menos sal también eran los que más habían ingresado en el hospital a causa de su insuficiencia cardíaca, tenían más probabilidades de sufrir diabetes tipo 2, una peor función renal y una mayor probabilidad de tomar fármacos para mejorar su insuficiencia cardíaca. Igualmente, eran los que tenían a empeorar más, llegando a sufrir una fracción de eyección reducida.
Por su parte, los pacientes que tenían una puntuación de uso de sal superior a 0 tenían un riesgo menor de acabar hospitalizados, menor probabilidad de muerte por cualquier causa y menor probabilidad de muerte por enfermedad cardiovascular en especial.
Así mismo, los pacientes con 70 años o menos eran los que parecían beneficiarse más de agregar sal a sus comidas, en comparación con los más mayores. Además, los pacientes de raza negra y otras etnias también se beneficiaban más de agregar sal a sus comidas, en comparación con los de raza blanca. No hubo diferencias por sexo, ni por uso o no de medicamentos para la insuficiencia cardíaca.
Como limitaciones, los investigadores recuerdan que se trata de un estudio observacional y no de un ensayo clínico controlado donde pueda objetivarse una causa-efecto. Además, el consumo de sal fue autoinformado y no controlado por los investigadores, y no podría descartarse una causalidad inversa: que precisamente los pacientes que ya tienen una peor salud sean los que restringen más la sal que los que están en mejores condiciones.
En general, controlar el consumo de sal y no caer en un abuso suele ser la mejor opción para reducir tanto la tensión arterial como el riesgo cardiovascular en general, según los investigadores. Pero en el caso de la insuficiencia cardíaca las cosas no son tan fáciles: reducir demasiado la sal puede empeorar las cosas en lugar de mejorarlas, por lo que habría que mantener un consumo adecuado y en equilibrio.