Investigadores del Centro de Investigación Biomédica de La Rioja (CIBIR) y del Centro Tecnológico de Investigación del Champiñón de La Rioja (CTICH) han evaluado los efectos neuroprotectores de añadir a la dieta dos hongos cultivados frecuentes en los supermercados y en las tapas de los bares: el champiñón blanco (Agaricus bisporus) o el Portobello (Agaricus bisporus brunnescens).
El estudio ha sido liderado por el doctor Alfredo Martínez (CIBIR) y la doctora Marga Pérez (CTICH) y ha sido financiado con ayuda de la Agencia de Desarrollo Económico de La Rioja (ADER), la Consejería de Agricultura del Gobierno de La Rioja, y fondos FEDER. Los resultados del trabajo han sido publicados en la prestigiosa revista Antioxidants.
Para alcanzar dichas conclusiones, los investigadores fabricaron pienso para ratones que contenían un 5% de uno u otro de estos hongos y se lo suministraron a los animales de laboratorio durante 15 semanas. El primer resultado que obtuvieron fue comprobar que los ratones que consumieron una dieta enriquecida con champiñones no presentaban cambios de peso con respecto a los que recibieron una dieta saludable normal.
Por otra parte, al estudiar la composición de la microbiota intestinal (la comunidad de bacterias que vive en el intestino y que regula la fisiología del portador), se vio que los ratones que tomaron las dietas enriquecidas con champiñones mostraban grandes cambios hacia una microbiota más saludable. Estos cambios se explican por un efecto prebiótico de los champiñones, que fomentan el crecimiento de bacterias beneficiosas y una disminución de las potencialmente dañinas.
No es difícil imaginar cómo los cambios en la microbiota pueden influir sobre el funcionamiento del tubo digestivo. Sin embargo, aunque no es tan intuitivo, cada vez hay más resultados que demuestran que existe el llamado 'eje microbiota-intestino-cerebro', de forma que las bacterias del intestino pueden influir directamente sobre la fisiología cerebral por distintos mecanismos.
El más sencillo de comprender es la producción por parte de las bacterias de ácidos grasos de cadena corta (acetato, propionato, butirato), que pasan a la sangre y llegan al cerebro, donde pueden tener influencias positivas o negativas.
Para investigar si los cambios en la microbiota producidos por los champiñones tenían un efecto sobre el cerebro de los ratones, los científicos sometieron a los animales a estrés. Se comprobó que, como era de esperar, la situación de estrés aumentaba la expresión de ciertos marcadores de oxidación cerebral mientras que disminuía la actividad de los enzimas antioxidantes. Sin embargo, los animales que habían tomado una dieta enriquecida con uno u otro de los hongos durante 3 semanas mantenían niveles normales de estos marcadores a pesar de haber estado expuestos al estrés.
El estrés oxidativo cerebral se ha demostrado como uno de los principales factores de riesgo en el desarrollo de las enfermedades neurodegenerativas por lo que una actividad tan sencilla (y sabrosa) como añadir champiñones a los platos que constituyen una dieta saludable, como la dieta mediterránea, puede ayudar a frenar la preocupante escalada en el número de casos de estas enfermedades.