Hace tan solo unas décadas, el cáncer colorrectal era una enfermedad de aparición típica a partir de los 50 años o más. Sin embargo, su aparición temprana ha aumentado de forma exponencial en los últimos treinta años. Se espera que tanto el cáncer de colon como de recto aumenten hasta un 90% y un 124% respectivamente para el próximo año 2030, tanto en España como en el resto del mundo.
Cada vez son más las evidencias que relacionan a las enfermedades de este tipo con la dieta occidental: una alimentación basada en ultraprocesados, azúcares añadidos, granos refinados y carnes rojas procesadas. También incluyen ampliamente aditivos, responsables por ejemplo de las coloraciones artificiales de algunos alimentos: no son pocas las comidas -en especial dulces, bollería y chucherías- que llaman la atención por su color poco natural.
Lorne J. Hofseth, profesor y decano asociado de investigación en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Carolina del Sur (EEUU), ha analizado recientemente la preocupación existente sobre los colorantes artificiales en un artículo en The Conversation.
El problema de los colorantes
Si bien es cierto que se ha normalizado la existencia de los colorantes sintéticos, destacando algunos tipos de salsas, chucherías como los bastones de caramelo o galletas como comenta el J. Hofseth, también se sabe que existe cierta evidencia y relación entre dichos colorantes y desarrollo de cáncer.
Para empezar, cabe recordar que los primeros colorantes datan de finales del siglo XIX y se crearon a partir de alquitrán. Hoy en día las cosas no han mejorado en exceso, pues la mayoría de estos colorantes se sinterizan a partir del naftaleno, una sustancia química derivada del petróleo.
Aunque existen tintes alimentarios naturales, como el extracto de remolacha o la cúrcuma, entre otras sustancias, el uso de colorantes artificiales es más barato y más duradero. Existen cientos de colorantes artificiales desarrollados durante el pasado siglo XX, pero solo nueve están aprobados por la FDA en Estados Unidos, e incluso menos por parte de la Unión Europea: la mayoría de los colorantes desarrollados resultaron ser tóxicos.
Respecto a la toxicidad de los colorantes que sí están permitidos, y que se han descartado como potencialmente carcinógenos, las evidencias más recientes de J. Hofseth y sus colaboradores sí habrían detectado riesgos preocupantes para la salud.
En el cáncer colorrectal en especial, se sabe que el origen puede ser diverso: por un lado, un daño en el ADN puede producir mutaciones genéticas e impulsar la división sin control de las células. Por otro lado, la inflamación crónica y duradera también impulsaría el cáncer. En este caso, los radicales libres serían los culpables, junto a otras moléculas conocidas como citocinas, responsables de prolongar la inflamación y colaborar en una mayor división celular.
Se sabe que los malos hábitos alimenticios prolongados en el tiempo pueden provocar una inflamación de bajo grado en el organismo en general, y en el sistema gastrointestinal en particular. No produciría síntomas importantes y objetivables, pero el daño se va produciendo a nivel celular de forma progresiva y continuada.
Los colorantes alimentarios artificiales, a pesar de no ser cancerígenos de forma directa, sí podrían colaborar de forma indirecta: las bacterias intestinales intentarían descomponerlos en moléculas esenciales, las cuales sí pueden provocar cáncer, aunque se necesita más investigación respecto a la interacción entre microbioma y colorantes.
Cabe recordar que este tipo de reacción no es novedosa. Como ya explicamos en EL ESPAÑOL, otras sustancias como los aditivos alimentarios serían capaces de provocar daños al microbioma intestinal y por tanto colaborar en la inflamación del colon. No solo los colorantes serían causantes de esta inflamación de bajo grado.
Lo que sí se sabe sobre los colorantes artificiales es que pueden llegar a unirse al ADN y las proteínas de dentro de las células, e incluso colaborar en estimular la inflamación corporal. Ambos mecanismos, de nuevo indirectos, pueden ser problemáticos para la salud del colon. En roedores, por ejemplo, sí se han objetivado daños en el ADN por parte de estos colorantes.
El Dr. J. Hofseth, además, confirmaría estos datos gracias a estudios propios in vitro aún no publicados por su equipo: los colorantes rojo Allura, rojo 40, tartrazina y amarillo 5 pueden causar daños en el ADN de las células del cáncer de colon a dosis elevadas y en periodos de larga duración, al menos en entorno de laboratorio. Aún así, estos resultados deberían replicarle en modelos animales y humanos.
Finalmente, en el caso de los niños, más vulnerables a las sustancias tóxicas ambientales, estos colorantes podrían ser más preocupantes si cabe: existen datos y estudios que apuntan a que más del 40% de los productos comercializados para niños en algunos supermercados contienen colorantes artificiales, y a día de hoy no se sabe qué perjuicios puede causar la exposición a largo plazo.
Cabe puntualizar que consumir algún que otro producto que porte este tipo de colorantes artificiales no causará cáncer de forma directa. El problema es la exposición a largo plazo a alimentos procesados.
Asimismo, las soluciones son fáciles: mejorar la dieta, evitando productos tóxicos como tabaco, alcohol u otras drogas, practicar una actividad física continuada y un buen descanso diario. Todos estos factores no solo ayudarán a reducir el riesgo de cáncer colorrectal, sino de gran parte de las enfermedades típicas de la sociedad occidental actual.