Tan importante como pasar por el Museo del Prado o por el Palacio Real cuando visitamos Madrid, es tomarse un bocata de calamares en el centro de la ciudad. A pesar de que la capital de España está bastante alejada de la costa, esto no ha sido un impedimento para que un alimento procedente del mar se haya convertido en un plato típico. La buena fama del pescado que se vende en Madrid se remonta hasta cinco siglos atrás.
Ahora bien, el amor que le profesan los madrileños a este bocadillo no es compartido por todos sus paisanos. Hay quien no lo considera tan delicioso, quien cree que es un sacrilegio poner tanto pan al calamar y otros a quienes les parece un sinsentido. Los calamares que se encierran en el bocadillo tradicional están cocinados a la romana, esto quiere decir que se han remojado en huevo y harina antes de sumergirse en aceite caliente.
La carne del calamar no tiene hidratos de carbono, pero cuando los tomamos a la romana los incorporamos con el rebozado. Por eso, poner estas anillas entre dos panes puede resultar repetitivo e, incluso, poco racional desde el punto de vista nutricional: hidratos con hidratos. Aunque hace años este bocado era un recurso típico en la comida de los obreros que tenían poco tiempo para comer, hoy su consumo es mucho más esporádico.
Mucho pan
El principal problema de estos bocatas de calamares es que, tradicionalmente, se hacen con pan blanco. La mayoría de los españoles comemos con este pan y, a pesar de que ha sido lo normal durante décadas, los expertos aconsejan que no abusemos de él y que nos pasemos al integral. Cuando nos comemos un bocadillo, sin embargo, tomamos más cantidad de la habitual de este carbohidrato.
El pan blanco tiene bastantes kilocalorías —unas 277 por cada 100 gramos, según la Fundación Española de Nutrición (FEN)—, pero lo que realmente importa es su elevado índice glucémico. Es decir, lo rápido que muchos de sus carbohidratos se descomponen en azúcares simples y entran en el torrente sanguíneo. Esta entrada rápida en la sangre genera picos muy pronunciados de glucosa y, en consecuencia, de insulina.
Estos altos y bajos de glucosa e insulina en la sangre no son nada beneficiosos para nuestra salud. Aumentan el riesgo de generar resistencia a esta hormona, pero, además, nos hacen volver a tener hambre antes de lo normal. Pasarse de pan, por tanto, nos hace pasarnos también de azúcar y esto facilita el sobrepeso porque aquella que no se utilice como fuente de energía, terminará convertida en grasas.
La 'prima' del calamar
Muchas veces cuando pedimos un bocadillo de calamares en un bar recibimos otro alimento sin saberlo. Se trata de las anillas de pota, que es un animal con unas características similares al calamar, pero que no son lo mismo. Su carne es más barata porque se considera inferior gastronómicamente al tener una textura menos fina, pero se procesa para que se asemeje más. Es un producto típico de la sección de congelados.
De todas formas, la pota y el calamar tienen valores nutricionales similares. Son una buena fuente de proteínas de alta calidad, es decir, que contienen todos los aminoácidos esenciales que deben ser incorporados a través de la dieta. Este nutriente supone un 17% de la composición en ambos animales y sólo tienen un 1% de grasas en su carne. Por cada 100 gramos, este pescado en anillas supone unas 80 kilocalorías.
El calamar, por lo tanto, es una carne muy beneficiosa para nuestra salud ya que aporta una buena cantidad de proteínas sin añadir grasas perjudiciales. Sin embargo, el bocadillo de este alimento no es la mejor manera de tomarlo. De todas formas, si nos gusta mucho podemos consumirlo de manera esporádica si seguimos una dieta rica en nutrientes saludables y variados.