Cumplido un mes del estado de alarma, pero bajo un confinamiento que empezó para muchos niños días antes, las voces que abogan por permitir salidas controladas para los menores se multiplican. El Consejo General de la Psicología ha alertado en un comunicado sobre los "problemas psicológicos y sociales" que se derivan del prolongado encierro en esas edades: "alteraciones del estado de ánimo, estrés, alteraciones del sueño, trastornos de conducta alimentaria o síntomas de ansiedad entre otros".
El Ministerio de Sanidad ha reconocido que ha encargado a la Asociación Española de Pediatría un "grupo de trabajo", según informa El País, para abordar una "salida prioritaria" de los niños de casa. Se trata de un "proceso delicado", reconocen los especialistas, porque si bien los pequeños ha demostrado una resistencia sorprendente frente a la COVID-19 -solo 18 de 407 casos sospechosos atendidos en el Hospital Sant Joan de Déu de Esplugues de Llobregat (Barcelona) dieron positivo, y de estos, solo uno fue grave- son los principales transmisores de enfermedades respiratorias para la sociedad.
La casuística en cada hogar es diferente: dependerá de cuánta gente cohabita y de qué espacio personal se dispone, qué disponibilidad tienen los mayores de la casa para supervisar los deberes y organizar actividades, si se dispone de jardín o terraza y de suficientes luz solar... Pero se dan dos circunstancias casi unánimes: el sedentarismo se impone en la población infantil al tiempo que la ingesta calórica aumenta. Actividades que en otras ocasiones serían sanas y hogareñas, como hornear un bizcocho o tomar palomitas viendo una película, se han vuelto factores inductores de obesidad infantil.
Podría parecer un problema menor en comparación con el coste humano y social que está provocando la pandemia por coronavirus en España. Pero no es un dato nimio: según la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), los niños y adolescentes incrementarán de media un 5% su peso durante el confinamiento por el coronavirus. Estás circunstancias, además, se agravarán en función de la duración de la prohibición de salir y del estado previo del menor, es decir, si ya sufría de sobrepeso y si su familia tiene antecedentes de obesidad.
"Si se hace diariamente un aporte extra en la dieta de unas 200-250 kcal, algo que se puede alcanzar solo con el consumo adicional diario de varias galletas por ejemplo, se habrá acumulado en un mes aproximadamente 6.000-9.000 kcal, lo que se traduce en un incremento de 1 kg. de grasa", explica Susana Monereo, jefa del Servicio de Endocrinología del Hospital Gregorio Marañón (Madrid) y secretaria de SEEDO. Es una situación a lamentar, especialmente cuando España estaba empezando a ganarle tímidamente la partida a la obesidad infantil, una de las lacras del siglo XXI.
Así lo afirma un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y el Instituto IDIAPJGol publicado el pasado marzo en JAMA Network Open. Tomando datos de un millón de niños y niñas catalanes, advertían que la prevalencia de la obesidad y el sobrepeso en los menores había retrocedido ligeramente en las últimas décadas, excepto en los hogares más desfavorecidos. Que son, precisamente, los que pertenecen a las clases sociales más afectadas por la crisis económica ligada a la pandemia.
Con todo, cerca del 41% de los niños entre los seis y los nueve años en España padecían de sobrepeso u obesidad, la segunda tasa más elevada de Europa. Durante la década que duró el estudio, estas afecciones descendieron del 40% al 38% en niñas entre los seis y los once años, y del 42% al 40% en niños del mismo tramo de edad. Sin embargo, aumentaron en las áreas urbanas con menor renta y en las familias de origen extranjero. En un barrio humilde, por ejemplo, el porcentaje de niñas con obesidad aumentó en 7,3% mientras que en el vecindario más rico descendió un 15,8% en el mismo periodo.
Los investigadores observaron particularmente una correlación entre el incremento de peso y el origen asiático o africano de la familia del menor, algo que explican por la inmersión social en la 'dieta occidental', rica en azúcares y grasas saturadas que no tomaban en origen. "Estas tasas de prevalencia son alarmantes, ya que la obesidad en la infancia y la adolescencia se asocia con consecuencias más adelante en la vida, como enfermedades cardiovasculares, problemas musculoesqueléticos y enfermedades endocrinas", concluían.