Un diagnóstico de intolerancia a la lactosa podría parecer a primera vista algo fácil de llevar. Bastaría, a ojos de alguien lego en el asunto, con dejar de tomar leche, yogur o queso para olvidar esas digestiones pesadas, dolores abdominales, diarrea y malestar general.
Pero como bien saben los que la padecen, la lactosa -que se puede definir como el azúcar de la leche, se encuentra más o menos escondida en diversos alimentos procesados como purés y sopas, embutidos y salchichas, chocolate, pasteles y bollos, galletas y cereales fortificadas y algunas bebidas alcohólicas y fermentadas.
Como se lee en el informe Intolerancia a la lactosa, una patología emergente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), "la intolerancia a la lactosa puede modificar de forma significativa la calidad de vida por un retraso en el diagnóstico y además porque la lactosa está presente en un número importante de alimentos y bebidas".
Así, ir a un restaurante, de viaje o cualquier otra actividad normal para los que no tienen intolerancia a este disacárido formado por la unión de galactosa y glucosa, puede convertirse en una pesadilla para los que no lo toleran, lo que sucede cuando en los tramos superiores del intestino delgado la lactosa no se escinde en glucosa y galactosa, por lo que llega al intestino grueso sin digerir y es fermentada por las bacterias.
Además de los síntomas ya mencionados, algunos autores han descrito en sus pacientes problemas de cefalea, vértigo, deterioro de memoria, dolor musculoesquelético, trastornos del ritmo cardiaco, sequedad de mucosas y hasta depresión.
Y todo esto, ¿podría evitarse con una simple pastilla? La respuesta es complicada, un típico "sí, pero..." que requiere de cierta explicación.
Lo primero que hay que aclarar es que para mejorar los síntomas de la intolerancia a la lactosa hay que disminuir la carga de lactosa que llegue al intestino delgado, espaciando la ingesta de la misma.
Uno de los recursos más utilizados para ello es optar por fórmulas sin lactosa, ya que este mercado ha experimentado un gran desarrollo en los últimos años. Además, aunque al principio eran productos caros, la mayoría de las marcas blancas de supermercados, se han apuntado a la "sin lactosa", facilitando también su compra a los usuarios menos pudientes.
Pero existe otra ayuda, siempre complementaria y nunca sustitutiva, para mejorar la intolerancia a la lactosa. La enzima lactasa es la que ayuda a este proceso y las personas intolerantes a la lactosa experimentan un déficit de la misma.
En las oficinas de farmacia se comercializan preparados que contienen enzimas digestivas como lactasa y otras disacáridas. "Suponen una ayuda y una buena opción de tratamiento para los intolerantes cuando pasan tiempo fuera de casa o no saben la cantidad de lactosa del alimento que van a ingerir", explica la química Paloma Blanco García en su trabajo de fin de grado.
Existen al menos cuatro complementos de este tipo de venta en España: Lactoben, Nutira forte, Sandoz bienestear Lactasa y Lactosa digest.
Tal y como se explica en la web del laboratorio fabricante de Nutira, cada cápsula de este se ha formulado con 4.500 FCC (Food Chemicals Codex) de enzima lactasa por cápsula, siguiendo así las actuales recomendaciones de la Agencia Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA).
"Los 4.500 FCC de lactasa contenidos en cada cápsula de Nutira suplen el déficit orgánico de enzima lactasa y ayudan a descomponer y digerir la lactosa contenida en un vaso de leche (250 ml) -o equivalente-, sin que, tras la ingesta del lácteo, se produzca ninguno de los síntomas propios de la intolerancia a la lactosa: diarrea, flatulencia o dolor abdominal", señala la web.
En la web del laboratorio fabricante de Lactoben, otra de las alternativas, se puede leer: "Se recomienda tomar un comprimido con el primer bocado de cada producto que contenga lactosa, y repetir la administración si en 30-45 minutos se siguen consumiendo lácteos. No sobrepasar los 6 comprimidos al día".
Así, las pastillas mágicas vienen con algunos peros. Además de no poderse usar permanentemente y poder ponerse así ciegos de lácteos y otros productos cuando se es intolerante, es un tratamiento no cubierto por la seguridad social, por lo que no está al alcance de cualquiera. El precio de un envase con 30 comprimidos de Nutira, por poner un ejemplo, es de alrededor de 10 euros.
En cualquier caso, y para quien pueda permitírselo, es una buena ayuda para evitar la esclavitud con la que se puede vivir esta situación de intolerancia a la lactosa, que según la SEGG, podría afectar a entre el 15% y el 40% de los adultos españoles.