¿Qué haríamos si no existieran las conservas? Ya sean latas de metal o tarros de vidrio, estos productos envasados solucionan muchas situaciones de nuestro día a día. Los tenemos guardados en cocinas y despensas donde aguardan a ser abiertas para alegrar un aperitivo, una ensalada o, incluso, para evitarnos un montón de horas de cocción de legumbres

Siempre tendemos a pensar que una lata es eterna, que su contenido se mantendrá imperturbado por los siglos de los siglos. Por esta razón, mientras hacemos una limpieza general de la cocina encontramos los productos más extraños que se distribuyen en este tipo de envases y, pensamos, "¿cuándo compré yo esto?"

La siguiente pregunta que nos hacemos es obvia: "¿podré comerme lo que contiene dentro o acabaré haciéndome un lavado de estómago en un quirófano de urgencia?". La vida de una conserva, aunque se piensa que es muy larga, es relativa. Al envase de una conserva puede pasarle una larga serie de circunstancias que minen su poder aislante del entorno y, como consecuencia, que su contenido se eche a perder.

Si queremos evitarnos sorpresas desagradables es muy importante que guardemos las latas y los botes de conservas en lugares frescos y secos. Estas son las mejores condiciones en las que se pueden almacenar para que no se desgaste su contenedor. No está de más que, de vez en cuando, hagamos inventario de lo que tenemos. 

Si ya hemos abierto una lata y nos ha sobrado una porción de lo que contiene, lo mejor es que lo pongamos en el frigorífico y en un recipiente hermético diferente; por ejemplo, un tupper. Una vez abrimos las conservas su resistencia a la descomposición desaparece y pueden mermar sus cualidades al igual que cualquier alimento dejado a la intemperie.

Aunque, sin duda, la prevención es la principal herramienta a la hora de ahorrarnos una toxiinfección alimentaria, podemos, además, aprendernos una serie de pistas que nos ayuden a detectar una conserva potencialmente peligrosa. Unos sencillos signos visibles desde el exterior pueden darnos la clave sobre el estado del alimento que se encuentra en el interior.

Las pistas

Las latas normalmente se componen de dos piezas: el contenedor y la tapa, que se sella de manera hermética para que no escape el producto. Los tarros de vidrio cuentan también con una tapa de rosca hermética. Sin embargo, estas se han cerrado con un proceso de calor externo que provoca el vacío en el interior, haciendo imposible que los microorganismos penetren y contaminen el alimento.

Por tanto, el primer rasgo que define una conserva sospechosa es que la integridad de su contenedor está comprometida. Es decir, debemos rechazar toda lata que se encuentre abollada, oxidada o que al presionar su tapa ceda y luego vuelva a su posición inicial. Pero también los tarros de vidrio que al desenroscar su tapa no emitan el sonido típico de una ventosa al separarse de una superficie. 

Estas características pueden evidenciar que el aire estuviese pasando del exterior al interior de la conserva y, por tanto, poniéndola en riesgo de infección. Además, las latas que están hinchadas también pueden resultar peligrosas por dos razones: la primera de ellas es que el contenido se haya congelado y haya aumentado de volumen rompiendo el sello de la lata, y la segunda, que la hinchazón se deba a la acción de una bacteria, la Clostridium botulinum.

Además, es posible que la lata haya sido víctima de una colonización de microorganismos con la tapa perfectamente cerrada. Pero, ¿cómo puede ser? principalmente por la acción de bacterias anaerobias, es decir, que viven en espacios sin oxígeno. Sin embargo, no hay por qué alarmarse, este tipo de seres dejan prueba de su presencia en los envases por los que han pasado.

Las bacterias anaerobias generan una serie de reacciones químicas en el interior de los envases que dan lugar a la formación de gases. De esta manera, si al abrir una lata o un tarro el contenido estalla hacia el exterior o se oye una especie de silbido, debemos desechar estas conservas que pueden ponernos en riesgo. 

Además, es posible que observemos una espuma o burbujas en el contenido de latas y tarros de cristal, lo que también evidencia la presencia de microorganismos dañinos. Es fundamental, por tanto, que no sólo examinemos estas latas en casa, sino que lo hagamos en el propio supermercado y las descartemos de nuestra cesta de la compra.

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