Quien haya tratado en alguna ocasión de perder peso se habrá topado probablemente con un consejo que parece demasiado sencillo para ser real: usar platos más pequeños, porque de este modo reduciremos las raciones convenciéndonos al mismo tiempo de que estamos comiendo lo mismo. La idea, según demuestra un reciente estudio publicado en Marketing Science, es correcta por muy simple que parezca: la clave está en discriminar el tipo de comida que hay que reducir.
Efectivamente, no se trata solo de "engañar" o "persuadir" a nuestro cerebro para comer menos, porque el estómago es más difícil de manipular: las comidas dejarán de inducir saciedad y provocarán insatisfacción y hambre, pero eso no significa que haya que dejar de rebajar las raciones. Es, de hecho, mucho más efectivo para lograr la pérdida de peso que informar prolijamente al consumidor de los contenidos nutricionales de los productos o asociar cualidades emocionales positivas a las comidas más saludables.
Esta conclusión es el resultado de un meta-estudio en base a 299 resultados de 96 estudios de campo llevado a cabo por dos profesores de márketing, Pierre Chandon y Romain Cadario, con un concepto económico en mente: el de los nudge o "empujones", el término que llevó a Richard Thaler a ganar el Premio Nobel de Economía en 2017. Se puede describir como una manera de influir en el comportamiento sin emplear incentivos económicos ni coartar la libertad de elección.
Se trata de una fórmula codiciada por las políticas de salud pública, ya que podrían contribuir a aliviar la epidemia de obesidad que sufre occidente sin prohibiciones ni multas que pueden tener efectos contraproducentes. El meta-estudio abarca trabajos de nutrición, consumo y salud realizados en una amplia variedad de contextos, tales como supermercados frente a restaurantes, sujetos infantiles frente a adultos, y los realizados sobre la población estadounidense frente a los del resto del mundo.
A la hora de buscar motivaciones para inducir al consumidor a bajar de peso, los investigadores identificaron tres grandes enfoques que abarcan un total de siete "empujones": el cognitivo, en el que se cuentan las calorías y se destacan los platos más saludables del menú; el afectivo, que potencia su sabor, frescura y satisfacción que produce al comensal; y el conductual, en el que se incide en la manera en la que se accede y se consume la comida.
Después de categorizar y recopilar los datos referentes a cada enfoque, los autores pasaron a calcular la reducción en la ingesta calórica para determinar cuál es más efectivo. Así, la primera táctica, la cognitiva, supuso un ahorro de 64 kcal diarias para los comensales bien informados de lo que comen, "equivalente a unos seis terrones de azúcar", precisan. El segundo, el afectivo que llama a apreciar el valor gastronómico y el estilo de vida saludable, funcionó mejor: restó 129 calorías al días, similar a doce terrones.
Pero nada comparado con el enfoque conductual: logró un recorte de 209 calorías diarias, una cifra comparable a 21 terrones de azúcar y que se acerca a la mitad del consumo energético medio en un adulto (537 kcal). "Basta con cambiar el plato y la ración, o el orden de presentación, sin necesariamente informar de su contenido nutricional o convencerles de comer sano, para intervenir de forma más efectiva, porque de este modo no se dependerá de las creencias personales o los objetivos individuales", explica Chandon.
El enfoque cognitivo se destacó por "ético" al ofrecer transparencia sobre el producto, pero los investigadores notaron que su efecto se veía atenuado por la falta de contexto: raramente un consumidor calcula la totalidad de lo que ingiere a lo largo de un día. Tampoco bastaba con visibilizar lo negativo de los productos muy populares pero insanos, de forma parecida a las fotografías en las cajetillas de tabaco. Por el contrario, colocar más a mano los alimentos saludables y hacerlo en porciones mayores que las comidas menos sanas demostró ser más efectivo.
"La disposición de las opciones saludables al principio o al final de la cola, el tamaño de los platos, vasos y raciones, todas esas cosas pueden suponer una diferencia aún mayor. Existe un tremendo potencial para ayudar a que la gente coma mejor", insiste Chandon. Curiosamente, hubo un país en el que esta estrategia fue un 47% más efectiva: Estados Unidos. Los autores lo atribuyen a diversos factores entre los que están el tamaño de sus famosas y gargantuescas raciones.
El truco del plato pequeño funciona, por tanto, en casa al igual que en el restaurante, pero solo si tenemos a nuestra disposición alternativas saludables y en buena cantidad. En ese caso, el plato debe ser tan grande como queramos.