Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 17,7 millones de personas mueren cada año por enfermedades cardiovasculares, lo que las sitúa como la principal causa de morbimortalidad en todo el mundo. En España, esta causa está detrás del 30% de las muertes, lo que la sitúa en primera posición, por delante del cáncer (28%) y las enfermedades del aparato respiratorio (11%), según los datos de la Fundación Española del Corazón (FEC). Lo más llamativo es que se estima que alrededor del 80% de estas muertes se relacionan con factores que son comportamentales y, por lo tanto, evitables.
Las cifras relacionadas con estas enfermedades suponen un desafío para la comunidad científica internacional, que se ha puesto manos a la obra para tratar reducirlas, en la medida de lo posible. Un buen ejemplo es el grupo de investigadores dirigido por el Goodarz Danaei, profesor asociado de salud global en la Escuela de Salud Pública Harvard, que trabajan con este objetivo.
En un estudio publicado en Circulation, revista de la Asociación Americana del Corazón, el pasado 10 de junio, se describen tres factores de riesgo evitables asociados a las enfermedades cardiovasculares: tensión, sodio y grasas trans.
Los investigadores realizaron una serie de cálculos, a partir del análisis de datos globales extraídos de varios estudios, así como de otros aportados por la OMS. Y los resultados son, cuanto menos, impactantes: aumentar el tratamiento de la hipertensión arterial al 70% de la población mundial podría prolongar la vida de 39,4 millones de personas; reducir la ingesta de sodio en un 30% podría ayudar a disminuir la presión arterial y a evitar otros 40 millones de muertes, y eliminar las grasas trans podría prevenir 14,8 millones de fallecimientos prematuros. Por tanto, el estudio concluye que, si se pusieran en marcha de forma masiva unas medidas preventivas adecuadas incidir en esos factores, se podría salvar la vida a más de 94 millones de personas en un plazo de 25 años.
Es evidente que un programa a nivel mundial para lograr estos objetivos no es algo sencillo, ya que implicaría el compromiso por parte de todos los países de aportar los recursos necesarios para aumentar la capacidad y la calidad de la atención médica, como reconocen los autores. Pero, a pesar de las dificultades, no dudan de su viabilidad. "Son metas realistas que han demostrado ser alcanzables en escalas más pequeñas", afirman.
Y para corroborar la viabilidad de lo que proponen, los científicos aluden a los buenos resultados de algunas actuaciones que siguen esa línea, aunque realizados a menor escala. Uno de ellos es un programa desarrollado por Kaiser Permanente, una institución sin ánimo de lucro dedicada a la atención médica, en el norte de California, que logró aumentar el control de la hipertensión al 90% entre los miles de pacientes del sistema de salud entre 2001 y 2013. Este resultado fue posible gracias a la implementación de diferentes estrategias como protocolos de tratamiento mejorados y sistemas de información de atención médica que facilitan el seguimiento de las personas con hipertensión.
En Reino Unido se implementó un plan que supuso una reducción de la ingesta de sodio en un 15% entre 2003 y 2011. En Dinamarca lograron eliminar casi totalmente las grasas trans, con una ley que entró en vigor en 2004 abrió el camino a otros países de Europa y otros países hacer lo mismo. Un camino que ya siguen otros países, como Canadá y Estados Unidos, que recientemente recientemente las grasas trans artificiales.
A pesar de las constantes advertencias, el consumo de sodio sigue siendo excesivo en muchos países. En Estados Unidos se estima que cada persona ingiere unos 3,4 gramos de sodio al día, muy por encima del límite máximo de 2,3 gramos que recomiendan las autoridades. En España, el escenario es similar, ya que, aunque la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) recomienda no superar los 2 gramos por persona y día, según la Encuesta Nacional Dietética, se consume el doble.
Este exceso se debe, sobre todo, al consumo de alimentos envasados y preparados, y no a la sal que añadimos a la comida mientras se cocina o se come. "El 72% del sodio ingerido a través de la dieta en España procede de alimentos procesados, estimándose que el 26,2% del sodio ingerido procede de los productos cárnicos" afirma la AECOSAN. "Y esto supone un problema de salud pública". En España hay ocho millones de hipertensos, que son ocho millones de candidatos a tomar menos sal”, señala Enrique Gavá, presidente de la sección de Riesgo Vascular y Rehabilitación Cardiaca de la Sociedad Española de Cardiología.
Daniel Muñoz, profesor asistente de medicina cardiovascular del Centro Médico de la Universidad de Vanderbilt, afirma que con los datos aportados por el estudio dirigido por Danaei se pone en evidencia que los hábitos y el estilo de vida son elementos fundamentales en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares. "Aquí hay una oportunidad para empoderar a las personas de todo el mundo con el conocimiento, la información y la educación que necesitan para tomar decisiones más saludables", señaló.
Por tanto, aplicar medidas para controlar la hipertensión, desarrollar programas educativos que resalten los beneficios de reducir el consumo de sal, e informar de qué alimentos pueden incluir las grasas trans, puede ayudar a las personas a tomar decisiones más inteligentes y favorables para su salud, en opinión de Muñoz. Pero todo esto "implica una política pública cuidadosa y ciertos requisitos, como la transparencia en el etiquetado de los alimentos para que las personas en su vida cotidiana puedan ver una etiqueta nutricional y entender lo que están obteniendo", dijo.