El perfil de la Isla Bonita ya no es el mismo que hace tres meses. De hecho, 2021 será el año en el que La Palma cambió su geografía para siempre. La erupción del volcán Cumbre Vieja no sólo ha cubierto de lava y ceniza unas 1.190 hectáreas de tierra, sino que ha sumado más terreno a la isla tras su llegada al mar. Durante los meses que ha durado la erupción, sus mil caras y sus pulsos han hecho difícil conocer cuáles iban a ser sus próximos pasos y los vulcanólogos han tratado de adivinar sus movimientos para intentar armar las piezas de un puzzle que -en muchas ocasiones- resultó irresoluble.
Una semana antes de producirse la erupción, el terreno se abombaba hasta alcanzar los 15 centímetros y miles de terremotos hacían temblar las tripas de la isla de La Palma. "Había gente que pensaba que el volcán podía salir debajo de su casa", recordaba en una entrevista Stavros Meletlidis, vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN). La incertidumbre se podía palpar, incluso entre los científicos que vigilaban el volcán, que advertían de que en cualquier momento podía haber "un cambio brusco".
Tras un leve descanso en el que parecía que el enjambre sísmico daba un respiro, el magma consiguió romper la corteza terrestre y salir a la superficie. El 19 de septiembre, a las 14:10 horas, nacía un nuevo volcán en la isla de La Palma: el Cumbre Vieja, bautizado así por el parque natural en el que se encuentra.
Las bocas que comenzaron a abrirse sobre las fisuras en el terreno comenzaron a escupir ceniza y gases tóxicos que dieron paso a un magma acumulado durante años en las profundidades de la isla. Su viscosidad y su composición le hacían avanzar por la ladera de la montaña a un ritmo lento que permitió a los servicios de Protección Civil de Canarias desalojar con tiempo a las personas de las viviendas y lugares de trabajo por los que se preveía que se iba a deslizar la lava.
Aún quedaban semanas por delante de destrucción en la zona de Cabeza de Vaca. Las hectáreas que iba devorando el material lávico engullía sin miramientos hectáreas de cultivos, viviendas o barrios como Todoque. Ahora son terrenos cubiertos por una lava que, cuando petrifique, formará una superficie escarpada e intransitable que los canarios denominan malpaís, además de que tardará décadas en regenerarse y volver a ser fértil. Otra de las tragedias -la de la pérdida de zonas de cultivo- que se suman a la de miles de palmeros que han perdido sus hogares en estos tres meses de erupción.
Mientras la lava seguía su camino hacia el mar devorándolo todo a su paso, el volcán, de pronto, se apagó. A finales de septiembre, no había señal de tremor volcánico (esa especie de rugido constante que emite el volcán), no había sismicidad, no había lava ni piroclastos… Dos horas después, todo se reactivó. Y con más fuerza que nunca.
Los vulcanólogos comenzaron a nombrar la palabra efusividad para definir la velocidad, la explosividad y la fiereza con la que el magma parecía salir del Cumbre Vieja tras un breve respiro. El resultado fue la formación de nuevas coladas, más hectáreas arrasadas por nuevas zonas, más desalojos y el acotamiento de una zona de exclusión que ya alcanzaba un radio de 2,5 kilómetros. En el mar, crecía días después un delta lávico que sumaba terreno nuevo a la Isla Bonita. Una fajana a la que pronto se unió otra más a pocos metros de distancia como consecuencia de la llegada al mar de otra colada de lava.
El cono principal del volcán se formó tras el colapso que tuvo lugar en las bocas por las que salía el magma, un proceso habitual en este tipo de erupciones fisurales. Como relataba en su día a EL ESPAÑOL Rosa Mateos, geóloga del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), a veces, en el cono volcánico de erupciones de este tipo "puede aparecer una grieta que dé indicios de una inestabilidad". Este, entre otros motivos, ha sido una de las razones por las que los científicos desplegados en la zona han mantenido estos meses una vigilancia constante.
"Más fuerte" de lo esperado
Entre los aspectos más llamativos de este volcán, los expertos reconocen que ha emitido una cantidad de gases -y, en especial, de dióxido de azufre- histórica, de entre unas 16.000 y 32.000 toneladas diarias. Conforme al cálculo realizado por Involcan y la Universidad de Manchester, el volcán de La Palma habría emitido en 59 días tanto dióxido de azufre como los 28 países de la Unión Europea en todo 2019. Pero, además, desde las primeras semanas, ha sido un volcán que ha funcionado a pulsos, sin una actividad homogénea, pero de una manera "más fuerte" de la que se esperaban.
Así lo aseguraba a este periódico Itahiza Domínguez, sismólogo del IGN, quien añadía que las erupciones más destructivas en las Islas Canarias datan de hace siglos y, al final, "se pierde memoria". El ejemplo más claro es el de la erupción del Timanfaya en Lanzarote (del año 1730), un proceso que duró seis años y arrasó una tercera parte de la isla. "Ocurrió hace unos 300 años, que para la gente es algo muy lejano, pero puede volver a pasar", aseguraba Domínguez.
Las últimas respiraciones del Cumbre Vieja se han agotado a los 85 días de erupción en los que se ha creado un volcán de 1.122 metros de altura. Los expertos le dieron 10 días más para certificar su parada total, por lo que si no hay ningún cambio, este 25 de diciembre, día de Navidad, la erupción se dará por finalizada.
En este lapso de tiempo, todos los niveles han permanecido hundidos: no había señal de tremor volcánico, no ha brotado más magma, el dióxido de azufre era residual, la sismicidad continúa en niveles muy bajos y el terreno ya no muestra una deformación que pueda asociarse a una actividad volcánica. Aún así, aunque la erupción no se reactive, los vulcanólogos se mantendrán aún varios meses más vigilando el volcán para poder estudiarlo tras declararse definitivamente inactivo.