Los koalas son de los mamíferos que más cariño despiertan entre grandes y pequeños. Su apariencia amigable y su fama de dormilones –pernoctan 14 horas diarias– hacen que pasen desapercibidas otras cualidades que les han convertido en auténticos supervivientes.
Son la única especie viva de la familia marsupial Phascolarctidae y en esta fortaleza ha tenido mucho que ver su alimentación a base de hojas de eucalipto. Una reciente investigación publicada en Nature Genetics ha revelado cómo sus genes les han permitido digerir estas hojas altamente tóxicas que matarían a la mayoría de los mamíferos, una habilidad que las madres transmiten a sus retoños generación tras generación.
Terminado el breve período de gestación –de 35 días–, las crías marsupiales nacen ciegas, con un gramo de peso y dos centímetros de longitud. Hasta los siete meses permanecerán dentro de la bolsa de su madre y solo beberán leche.
En ese momento comenzarán a comer una especie de pasta llamada pap que no es otra cosa que las heces de la koala, pero procesadas de forma suave. Su función es fortalecer el sistema digestivo de la cría antes de que empiece a comer las hojas tóxicas del eucalipto. Gracias al pap, los microorganismos presentes en el sistema digestivo de la madre se transmiten al pequeño.
Listos para la aventura
Las crías seguirán tomando leche y pap hasta que cumplan un año. Según crecen, van saliendo de la bolsa de la madre y se montan en su espalda para explorar el mundo que les rodea.
En ese momento, su estómago ya está preparado para procesar las hojas de eucalipto y han madurado lo suficiente como para abandonar el cuidado materno y buscar su propio hogar. Lo normal es que la madre tenga otro retoño que sacar adelante justo entonces pero, si no es así, el joven podrá permanecer más tiempo a su lado.