Cuesta hablar en términos positivos de una amenaza como el cambio climático, pero cuando uno se refiere al vino, hay que reconocer -con la boca pequeña- que el calentamiento global ha contribuido a propiciar algunos grandes caldos en los últimos años.
El climatólogo John Cook, del Instituto Goddard de la NASA, y la bióloga Elizabeth Wolkovich, de la Universidad de Harvard, han analizado las cosechas de los últimos 400 años, de 1600 a 2007, para apreciar cómo de profundos son los cambios que el aumento de temperaturas está inflingiendo a la recogida y procesamiento de la uva en Francia. El estudio aparece publicado hoy en Nature Climate Change.
"Estos son algunos de los registros humanos más longevos que tenemos", indica Wolkovich. Originalmente, en la Edad Media, era la Iglesia quien se encargaba de tomar notas sobre las cosechas. "Tenemos datos incluso del año 1300, pero el análisis comienza en 1600".
Para comprender mejor la influencia del cambio climático, Cook y Wolkovich se centraron en los vinos por la relación tan estrecha entre ambos conceptos. Los viticultores franceses suelen llamar terroir a esta relación entre las condiciones climáticas y la calidad del producto. Hasta ahora, se estima que por cada grado que ha subido la temperatura, la cosecha se ha adelantado entre 6 y 7 días.
El principal hallazgo del trabajo es probablemente que un viejo mito de los agricultores comienza a desmoronarse. Suele ser comentado que, en años de sequía, la cosecha se adelanta y el vino resulta de más calidad. Esta circunstancia parece estar cambiando con el aumento global de las temperaturas, y cada vez, la cantidad de lluvias y la prontitud de la cosecha parecen estar más desacopladas. "En efecto, después de 1980, la señal de la sequía desaparece", advierte Cook, "eso significa que ha habido un cambio fundamental en el clima a gran escala bajo el que operan otros factores a nivel local".
"La tendencia, en general, es que cosechas más tempranas producen vino de mayor calidad, pero si conectas los puntos... tenemos varios datos que señalan un umbral, que probablemente cruzaremos en el futuro y en el que temperaturas más altas no producirán mejor vino", dice Wolkovich.
En los últimos siglos, los productores de vino de Europa Occidental se han enfrentado a varias amenazas que están reflejadas en ese historial. Por ejemplo, la llegada de la filoxera (Daktulosphaira vitifoliae) entre mediados del siglo XIX y principios del XX, que obligó a los viticultores a cambiar sus cepas por otras norteamericanas resistentes a esta plaga. Sin embargo, otras noticias han sido positivas, como la aparición de las variedades clonales, empleadas en décadas recientes y que han mejorado la producción y calidad de los vinos.
El cambio climático, sin embargo, tiene algo de ambas. De momento es una bendición, ¿pero hasta cuando? Un controvertido estudio publicado en PNAS hace tres años señalaba 2050 como el punto de no retorno. Para entonces, dos de cada tres regiones vinícolas podrían no tener un clima adecuado para las variedades de uva que ahora albergan. Seguiría habiendo champagne, pero cultivado al sur de Inglaterra, o pinot noir, pero ya más alemán que francés.
Con respecto a España, los riesgos son similares a los del país vecino. La Plataforma Tecnológica del Vino ha remitido a este periódico un informe, Agenda Estratégica de Innovación, que recoge los siete principales riesgos que el cambio climático tendría para el sector.
Uno de ellos es, en efecto, "desplazamiento de la viticultura a otras zonas", por lo que cabe esperar que, en las próximas décadas, seguiremos teniendo vinos tan buenos como los Rioja o los Ribera del Duero actuales -puede que incluso mejores- pero habrá que ir pasando el testigo de estas denominaciones de origen a vascos, cántabros o asturianos.