Michel Desmurget, doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, ha acuñado el concepto de 'cretino digital' para definir a una generación predominante en países como España que está siendo criada por las pantallas y a espaldas de la lectura. Se trata de "un niño al que le han quitado parte de lo que le hace humano: su lenguaje, su conocimiento, su capacidad de concentración, y buena parte de su inteligencia social y empatía".
El investigador francés tacha de "subdesarrollo intelectual" el conformismo con el ocio tecnológico y el declive del rendimiento académico en Europa Occidental, algo que no ocurre en otras partes del mundo igualmente prósperas. "La capacidad intelectual de los niños se están deteriorando. El nivel en matemáticas en España se desploma. Entre 2018 y 2022 se ha perdido un año escolar", denunciaba a su paso por Madrid para presentar Más libros y menos pantallas: cómo acabar con los cretinos digitales.
La síntesis de la obra, a modo de epílogo, son sus tres fórmulas para revertir la tendencia. Desmurget lo hace recordando con cariño la librería que sus padres (él francés, ella alemana) abrieron tras los estragos de la II Guerra Mundial. "Las alternativas eran o bien un bar para ahogarlo todo en el alcohol o bien una librería para mantener algo de esperanza en la naturaleza humana", le contó su progenitor. "Además, una librería es siempre mejor que un bar para educar a un crío".
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Habiendo crecido rodeado de libros, el autor reconoce que recibió "todos los estímulos positivos" que ha confirmado posteriormente literatura científica. "La lectura es una herencia social cuya transmisión no es aleatoria", escribe. Y cita a Konrad Liessmann, profesor de Filosofía en la Universidad de Viena: "No es posible conseguir por la fuerza que todas las personas se acerquen a la literatura y la hagan suya. Lo único que se puede hacer es preparar un terreno propicio para el encuentro".
Predicar con el ejemplo
Desmurget aboga por "dar valor a la lectura" en la familia y presentarla no como un ejercicio o un esfuerzo, sino "como una actividad crucial y diferenciadora". Si se siente como parte de un grupo, un reader más que un gamer, acabará interiorizando su condición de lector como una parte de su identidad y lo llevará con orgullo. Y si se produce esta interiorización tempranamente, no solo aumentará el volumen de obras que leerá a largo plazo, sino también "las capacidades de comprensión".
El gran error aquí cae del lado de los padres y madres, si piensan que "ellos ya leyeron" y ya no comparten tiempo de lectura con sus hijos en cuanto empiezan a leer solos. "Es más probable que el niño lea y se forje una identidad como lector si sus padres lo son, si le leen frecuentemente cuentos, si le llevan a bibliotecas y si en casa hay un gran número de libros", manifiesta el investigador. "Los lectores no salen de la nada: son el fruto de un entorno favorable, alentador, estimulante y positivo".
Ejercitar el 'músculo' lector
El primer escalón, el de la infancia, es el más sencillo. "Una amplísima mayoría de los niños asegura que les gusta que les lean historias. Lo fundamental es comprender cómo evitar que se pierda el gusto por la lectura". Efectivamente, la frustración del primer contacto puede convertirse en un rechazo que se acrecienta. "Para que un niño se convierta en un lector hay que evitar que sus inicios sean demasiado arduos. Hay que dedicar tiempo a hablarle, a jugar con el lenguaje y a leerle cuentos".
Con todo, la verdadera ruptura con la lectura llega con la adolescencia, coincidiendo con momento en el que ya suelen tener sus propios dispositivos digitales. "El desplome del tiempo dedicado a la lectura se observa desde la educación secundaria", confirma Desmurget. Es indispensable que la lectura ya se haya convertido en un hábito propio del individuo, y que vaya más allá de lo que exige la escuela. "Un niño que se contente con las enseñanzas (fundamentales, pero limitadas) del colegio jamás se convertirá en lector".
Limitar las pantallas
Aunque agite la paz del hogar, si queremos niños y niñas lectores, "la única solución es limitar drásticamente" el ocio digital, sostiene Desmurget. Pero esa limitación no debe asociarse al tiempo de lectura, en el sentido de prometer tiempo de videoconsola, por ejemplo, a cambio de un 'objetivo' de páginas leídas. "De lo contrario, leer acabará pareciendo una especie de purgatorio que abre las puertas del paraíso digital".
La "mejor solución", afirma, es "explicarles la realidad": concienciar a los jóvenes de la retahíla de perjuicios que conlleva el abuso de las pantallas, de los problemas psicológicos al bajo rendimiento escolar. Y también dejar "que se aburran", lo que terminará conduciéndoles a abordar los textos como experiencia natural. "Si limitamos el tiempo destinado a las pantallas lúdicas - algo que de por sí constituye una excelente idea- estaremos dejando un espacio para la lectura", concluye.