La semana de anuncios de los premios Nobel siempre nos sirve para recordar la escasez de galardones españoles en las categorías científicas. De hecho, sólo hay dos, Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa. Para colmo, muchos alegan que en realidad Ochoa tiene poco que ver con España, puesto que trabajaba en Estados Unidos y con medios americanos. Incluso había cambiado de nacionalidad.
Pues bien, vamos a añadir un triste argumento más: en realidad, el Nobel de Medicina y Fisiología concedido a Ochoa en 1959 fue error garrafal del Instituto Karolinska. Así aparece en el libro Exilios y Odiseas: la historia secreta de Severo Ochoa, del neurólogo asturiano Juan Fueyo, que decidió darle un formato de novela para tener más libertad narrativa pero con una documentación tan rigurosa como para poder afirmar que a su paisano le dieron un Nobel por error y le birlaron otro que sí merecía.
En 1955, Ochoa publicó un hallazgo extraordinario junto a la bioquímica francorrusa Marianne Grunberg-Manago: habían encontrado la enzima que sintetizaba el ARN, el intermediario que utiliza el ADN para producir proteínas. La llamaron polinucleótido-fosforilasa y más tarde fue conocida como ARN-polimerasa.
Poco después su discípulo Arthur Kornberg descubrió también la enzima que creaba el ADN. De la noche a la mañana, tanto el ARN como el ADN podían ser manipulados en los laboratorios, habían logrado la síntesis in vitro de los ácidos nucleicos. Era algo tan extraordinario que los académicos suecos, que normalmente se toman su tiempo, les dieron a los dos el Nobel muy pronto, en 1959.
Por cierto, que se olvidaron de Marianne Grunberg-Manago: ya se sabe cómo le cuesta a esta gente reconocer el papel de la mujer en la ciencia.
Sin embargo, apenas un año más tarde otros científicos empiezan a publicar estudios que demuestran que la síntesis del ARN se producía gracias a proteínas distintas a la que había señalado Ochoa. Las ARN-polimerasas eran otras. ¿Le iban a quitar el Nobel? Por supuesto que no, ellos nunca se equivocan. Ni siquiera trascendió al gran público.
El auténtico mérito de Ochoa
Sin embargo, pasaron los años y al final resultó que su enzima sirvió para lograr un descubrimiento aún más importante: descifrar el código genético. Dicho de otra forma, permitió entender cómo el ARN codifica la síntesis de proteínas.
En 1968 el Nobel de Medicina y Fisiología premió, precisamente, la "interpretación del código genético y su función en la síntesis de proteínas", pero los galardonados fueron los estadounidenses Robert Holley y Marshall Nirenberg, y el indio Har Gobind Khorana. ¿Y qué pasó esta vez con Severo Ochoa, que había iniciado el trabajo?
La hipótesis de Juan Fueyo es que, efectivamente, el nombre de Severo Ochoa necesariamente tuvo que salir a la palestra, pero que probablemente después fue descartado y sustituido por otro. ¿Pensaron los académicos que ya era suficiente con haberle premiado erróneamente en 1959? ¿Cometieron un nuevo error para tapar el anterior? El archivo de nominaciones sólo llega a 1953 en el caso del premio de Medicina, así que aún no se sabe si estuvo de nuevo entre los favoritos.
En cualquier caso, nadie duda de que Ochoa fue un gigante de la ciencia cuya fama, además, hizo despegar a la bioquímica española. Eso sí, esta historia y otras similares nos hacen relativizar la importancia de los reconocimientos, incluso de los premios científicos más prestigiosos del mundo.
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