En el libro Historia de los Árabes, Philip Hitti asegura que los primeros intentos científicos de volar hay que situarlos en la Córdoba del siglo IX. Científicos porque no fueron fruto de la osadía de un loco, sino de estudios que dieron como resultado un artefacto de madera, tela y plumas de aves diseñado por Abbás Ibn Firnás, sabio que además destacó en la química, la física y la astronomía.
Nacido en Ronda en el año 810, se trasladó a la potente capital del Emirato de Córdoba, donde proliferaban las artes y las ciencias al amparo de algunos mecenas. Abbás Ibn Firnás prosperó en la corte de Abderramán II, escribió poesía y sobre todo fue un gran astrónomo, ya que construyó un planetario, fabricó una esfera armilar para representar el movimiento de los astros y utilizó –dicen que por primera vez en Europa- las tablas astronómicas de Sindhind, procedentes de la India y muy importantes para el futuro de la astronomía europea posterior. Además, fue un gran inventor, que diseñó un reloj de agua y elaboró un novedoso proceso para tallar el cuarzo o cristal de roca y desarrollar así la industria del vidrio.
En el año 852 aquella esplendorosa Córdoba presenció un sonado acontecimiento: un hombre se tiró desde una torre sosteniendo una gran capa a modo de alas. Con ese rudimentario paracaídas salió vivo del intento con heridas de poca importancia. Aquel aprendiz de Supermán se llamaba Armen Firman. Algunos autores consideran que este nombre no es más que la versión latina de Abbás Ibn Firnás, que ya estaría coqueteando con la idea de volar. Sin embargo, otros consideran que son dos personas distintas, porque las crónicas hablan de un hombre joven, adjetivo que nunca habrían aplicado en aquella época a alguien de 42 años, los que ya tenía Abbás Ibn Firnás.
De cualquier forma, el rondeño realizó su gran hazaña cuando ya contaba 65, en el año 875. Se lanzó desde alguna torre cordobesa con su estructura de madera recubierta con seda y plumas de rapaces –probablemente este último elemento no era más que un adorno o quizá una superstición- y voló durante algunos minutos, cruzando el Guadalquivir y sobrevolando los campos cercanos. Eso sí, el final de este episodio recuerda más bien al fracaso de Ícaro que narra la mitología griega, ya que el aterrizaje dejó mucho que desear: se partió las dos piernas.
Algo había fallado en su flamante prototipo. Había estudiado cuidadosamente el vuelo de las aves para intentar reproducirlo, pero quizá le habían faltado una cola para dirigir sus movimientos, según él mismo reflexionó más tarde, y otros ingenios para conseguir un aterrizaje más suave. Aunque vivió 12 años más, hasta los 77, quizá ya estaba algo mayor para seguir perfeccionando un invento tan peligroso.
Reconocimiento árabe
Así que el Ícaro de Ronda nunca llegó al Sol, pero sí podemos decir que llegó a la Luna, porque un cráter de la cara oculta de nuestro satélite lleva su nombre. Más allá de Córdoba, donde le han dedicado un espectacular puente, resulta un personaje poco conocido en España, pero que tiene cierta fama en el mundo árabe. Libia llegó a emitir sellos en su honor y tiene una gran estatua en el aeropuerto de Bagdad.
Dicen que Leonardo da Vinci tuvo acceso a sus escritos, pero habría que esperar más de 900 años para que el sueño de Ibn Firnás y de muchos otros se hiciera realidad. A finales del siglo XVIII los hermanos Montgolfier asombraron a sus compatriotas franceses con su globo aerostático y a comienzos del siglo XX los hermanos Wright lograron el primer vuelo a motor. Desde entonces el viejo anhelo de volar se ha convertido casi en una rutina para el ser humano, pero los primeros aleteos para conseguirlo probablemente se dieron en Al-Ándalus.