Ansiosos por obtener respuestas e impacientes por la lentitud de los procedimientos, existen casos de científicos que se han convertido en sujetos de sus propios estudios. Nathaniel Kleitman, por ejemplo, pasó 180 horas despierto para investigar sobre la falta de sueño, y Werner Forssmann introdujo el primer catéter en un corazón humano - el suyo. No fueron excepciones, ni mucho menos: estos investigadores se utilizaron a sí mismos como conejillos de indias.
Un náufrago científico
En 1952, con 27 años, el médico Alain Bombard (1924-2005) realizó varios experimentos de supervivencia arriesgados: completó distintos recorridos montado en un bote frágil y sin reservas de alimentos o agua. Primero viajó de Mónaco a las Islas Baleares, luego de Casablanca a las Canarias y, finalmente, de estas islas hasta las Antillas en un viaje transatlántico.
El objetivo de estas pruebas extremas era comprender las condiciones que tenían que soportar los náufragos y poder ofrecer consejos con base científica para permitir que aquellos que se perdieran en el mar tras un accidente pudieran sobrevivir durante varios días antes de ser rescatados o de alcanzar tierra.
Cien horas sin dormir
Considerado el padre de la investigación sobre el sueño, Nathaniel Kleitman (1895-1999) se usó a sí mismo en muchos experimentos. En 1938 pasó 32 días en una cueva a 45 metros de profundidad para intentar modificar sus patrones de sueño y adoptar días de 28 horas.
Su asistente, que iba con él, lo logró, pero el científico no consiguió hacerlo. En otra ocasión, estuvo 180 horas sin dormir para comprobar los efectos de la privación de sueño. "Hay un punto en el que cualquiera confesaría lo que fuera solo por que le dejaran dormir", declaró.
Una vacuna novedosa
El médico y virólogo estadounidense Jonas Salk (1914-1995) es conocido por su desarrollo de una vacuna segura y efectiva contra la polio. Después de haberla usado con éxito en miles de monos, en 1952 realizó las primeras inoculaciones en humanos con dos grupos de niños de Pittsburgh y con sus tres hijos, su mujer y él mismo después de esterilizar las agujas y jeringas en su propia cocina.
Una anestesia fallida
Pionero de la anestesia espinal, August Bier (1861-1949) también probó sus métodos sobre sí mismo. Después de haber anestesiado con éxito con una dosis de cocaína en la columna vertebral a pacientes que iban a ser operados de las extremidades inferiores (sí, la cocaína forma parte de la historia de la anestesia local), el médico recibió el mismo tratamiento.
Sin embargo, cuando su asistente le pinchó con la aguja espinal, su líquido cefalorraquídeo fluyó por ella. De este modo, el doctor Bier adquirió conocimientos de primera mano sobre el desagradable dolor de cabeza que se sufre después de una punción de columna vertebral.
En su propio corazón
En 1929, en el sótano de un hospital alemán, el cirujano residente Werner Forssmann (1904-1979) insertaba por primera vez un catéter en un corazón. Lo introdujo a través del codo, haciendo que recorriera una vena hasta llegar a la aurícula derecha.
¿Lo curioso? El corazón era el suyo e hizo el procedimiento ayudándose de un espejo. Después se hizo una radiografía para asegurarse de que la introducción había sido un éxito. En 1956 recibía el Premio Nobel por sus contribuciones pioneras al campo de la cardiología.
Un urólogo exhibicionista
El doctor Giles Brindley (1926) es conocido, entre otras cosas, por sus importantes contribuciones al tratamiento de la disfunción eréctil. Sin embargo, el episodio que le hizo más célebre se produjo durante su presentación en la convención de la Asociación Urológica Estadounidense que tuvo lugar en Las Vegas en 1983.
En ella, después de mostrar varias diapositivas de su pene erecto después de haberse administrado distintas inyecciones, el urólogo decidió que las pruebas no eran suficientes y se bajó los pantalones para mostrar su erección químicamente inducida.
Un daño a su nervio
El neurólogo británico Henry Head (1861-1940) deseaba investigar lo que experimentaban los pacientes que habían sufrido un daño nervioso y que poco a poco recuperaban las sensaciones. Sin embargo, ante la falta de respuestas claras de los pacientes que examinaba, decidió optar por seccionar uno de sus nervios para poder encontrar respuestas.
El 25 de abril de 1903, en la casa de un amigo cirujano, el doctor fue operado y se le seccionó el nervio radial de su brazo izquierdo, uniendo los dos extremos con seda para favorecer la regeneración. Gracias a ello, durante los siguientes meses y años pudo comprender perfectamente el funcionamiento de los nervios sensoriales y del sistema somatosensorial. Todo por la ciencia.
Acribillado por las abejas
Hay científicos que experimentan sobre sí mismos por el bien común y otros que más bien lo hacen por pura curiosidad científica. Es el caso de Michael Smith, un investigador de la Universidad de Cornell que dejó que las abejas le picaran repetidamente en distintas partes del cuerpo para comprobar en qué lugar se sentía más dolor (el orificio nasal, según sus conclusiones).
Esta investigación tan surrealista tuvo el dudoso honor de recibir en el año 2015 un Premio Ig Nobel, una parodia estadounidense del galardón sueco que premia investigaciones imaginativas e inusuales que hacen reír, junto al biólogo entomólogo Justin O. Schmidt, autor del índice Schmidt de dolor de picaduras de insectos.