El sueño sigue siendo un gran enigma. Los científicos no dejan de preguntarse por qué tanto los animales como los seres humanos necesitamos dormir, qué utilidad tiene y qué sucede en ese estado de inconsciencia que adopta formas tan variadas en la naturaleza.
El dato más reciente se dio a conocer hace pocos días en la revista PLOS ONE. Los elefantes africanos solo duermen dos horas al día si están en libertad –hasta ahora se habían estudiado los que están en cautividad, que son algo más perezosos- , batiendo así un récord como el mamífero terrestre más insomne. Para los expertos, solo supone una sorpresa relativa, puesto que parece haber una relación inversamente proporcional entre tamaño y horas de sueño: cuanto más grande es un animal, menos duerme. Así, las jirafas y los caballos descansan poco más que estos elefantes, mientras que un gato alcanza las 12 horas y un murciélago puede dormir hasta 20.
"El sueño se caracteriza por un descenso periódico y reversible del nivel de conciencia y generalmente se acompaña de una posición del cuerpo determinada", explica a EL ESPAÑOL Javier Puertas, jefe del Servicio de Neurofisiología y de la Unidad de Trastornos del Sueño del Hospital Universitario de la Ribera, en Alzira (Valencia).
Poco más se puede decir que sirva para todas las especies. Para empezar a distinguir, el experto divide el reino animal en dos grupos. El reposo de los animales de sangre caliente –mamíferos y aves- tiene dos etapas, el sueño lento, más profundo, y el sueño rápido o REM (siglas de Rapid Eye Movements, en inglés, movimientos oculares rápidos), el periodo en el que tenemos los sueños. Por el contrario, en los animales de sangre fría, como los reptiles, no aparecen estas fases, aunque un reciente estudio publicado en Science pone en cuestión esta idea, al descubrir que el dragón barbudo también entra en fase REM durante algunos segundos.
Cuestión de ciclos
En todas las especies, los ritmos circadianos o cambios biológicos que se producen en un ciclo de 24 horas tienen mucho que ver con la luz y la oscuridad y marcan la organización de los periodos de sueño, aunque no están tan predeterminados como podríamos pensar. "Un niño pequeño tiene un ciclo de sueño y alimentación de unas tres horas, pero a medida que crece se va adaptando para agrupar el descanso en las siete u ocho horas de sueño típicas de los adultos", señala Puertas, que también es miembro de la Sociedad Española del Sueño (SES).
Sin embargo, "seguimos teniendo interiorizado ese ciclo inicial, por eso es fácil despertarse pasadas dos o tres horas, aunque muchas personas no son conscientes de ello y se vuelven a dormir sin darse cuenta de la interrupción", comenta. Además, evolutivamente no tiene muchas ventajas dormir muchas horas seguidas, ya que se lo habríamos puesto mucho más fácil a nuestros depredadores.
De hecho, en la Edad Media existía la costumbre de dormir un primer sueño, levantarse para un periodo de vigilia de una o dos horas y volver a acostarse para el segundo sueño, una tradición que se mantiene en algunas órdenes monásticas. Hay testimonios de ello incluso en la obra de Cervantes: "Cumplió don Quijote con la naturaleza durmiendo el primer sueño, sin dar lugar al segundo, bien al revés de Sancho, que nunca tuvo segundo, porque le duraba el sueño desde la noche hasta la mañana…".
Dormir nadando y volando
Al margen de la cantidad de horas que dediquen al sueño, algunos animales nunca se pueden permitir el lujo de poner todo el cerebro a descansar, por ejemplo, los mamíferos marinos. "Los delfines mantienen medio cerebro despierto para seguir nadando, de lo contrario, no podrían salir a la superficie a respirar", comenta Puertas. Lo mismo sucede con algunas aves, especialmente las migratorias, que son capaces de volar ininterrumpidamente durante muchas jornadas gracias a que parte de su sistema nervioso "mantiene la actividad motora de forma automática para controlar los movimientos de las alas y la dirección".
En realidad, tampoco los seres humanos dormimos de forma tan profunda como creemos. "No tenemos una desconexión total, nuestro cerebro discrimina información, de manera que despertamos por el llanto de un bebé o si sueña el teléfono", comenta Puertas.
En su opinión, la ciencia únicamente se ha preocupado por estudiar los problemas ocasionados por la falta de sueño y solo en los últimos años han comenzado a aparecer algunas investigaciones interesantes para describir su naturaleza y sus funciones. Una de las más llamativas fue publicada en Science en 2013 y relata cómo dormir podría estar ayudando a "limpiar el cerebro", eliminando los productos neurotóxicos del metabolismo.
Estudiar el insomnio en animales
Mucho más habitual es que la investigación científica se preocupe por las patologías relacionadas con el sueño, como la apnea, la narcolepsia o el síndrome de las piernas inquietas, aunque la más frecuente es, precisamente, la imposibilidad de dormir. Aquí los científicos se enfrentan a un importante problema: estudiar el insomnio en modelos animales es casi imposible, no porque los animales no lo sufran, sino porque el insomnio humano suele tener como causa un estrés psicosocial muy difícil de reproducir.
Difícil salvo que se tenga tanta imaginación como la investigadora española Georgina Cano, de la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos), que ideó un ingenioso sistema para estudiarlo en ratas. Al introducir a un macho en una jaula sucia, donde previamente ha estado otro macho y está sin limpiar, llena de excrementos y feromonas, el animal sufre un estrés que afecta a su sistema sensorial y límbico, ya que es muy celoso de su territorio. Esta circunstancia le causa un insomnio de características muy similares a las que puede sufrir una persona y, de esta forma, los científicos tienen un modelo animal para probar fármacos para combatirlo.
Los gatos sueñan con ratones
No sabemos si el estrés también les provoca pesadillas a estas ratas, aunque algunos ensayos sugieren que los animales experimentan algo muy similar a nuestros sueños. Probablemente, el más famoso lo llevó a cabo Michel Jouvet con gatos en 1959. Cuando los mamíferos estamos en fase REM, tenemos una especie de interruptor muscular que nos deja inmóviles, pero el investigador francés logró desconectarlo en los felinos y vio algo asombroso: se levantaban y ejecutaban movimientos en los que parecían estar cazando. "Como mínimo, los animales tienen ciertas sensaciones, aunque no tengan sueños tan elaborados como los humanos", comenta Puertas.
En cualquier caso, con respecto al sueño, "seguimos teniendo más preguntas que respuestas", admite el experto de la SES. Muchas de ellas tienen que ver con enfermedades como la apnea del sueño, una interrupción de la respiración que no podrá encontrar respuestas en modelos animales, porque ninguna especie tiene una garganta como la humana.
Otra incógnita que está por aclarar es la relación entre el sueño y el rendimiento cognitivo, pero parece claro que dormir bien es fundamental para el aprendizaje y la memoria, para ordenar y almacenar vivencias y conocimientos. Quizá por eso los humanos antes de tomar decisiones solemos consultarlas con la almohada.