Samira Asgari, investigadora postdoctoral de origen iraní en la Escuela Politécnica Federal de Lausana, Suiza, estaba ilusionada con la posibilidad de investigar en el laboratorio de inmunogenómica del profesor Soumya Raychaudhuri, de la Escuela Médica de Harvard.
Pero no pudo subir al avión.
En el área de Massachusetts, la restricción de Trump a la inmigración es especialmente sensible dada la gran cantidad de estudiantes e investigadores internacionales enrolados en algunas de las instituciones más importantes del mundo, como la propia Universidad de Harvard o el MIT. El pasado sábado, la Corte Federal de emitió una restricción temporal contra la orden ejecutiva del presidente para permitir la entrada al país a Pourabdollah Tootkaboni y Arghavan Louhghalam, dos profesores iraníes en la Universidad de Massachussets retenidos en el aeropuerto de Logan.
Pese a la restricción, ni Swiss Air ni Lufthansa dejaron embarcar a Asgari.
Historias como las de Asgari, Tootkaboni y Louhghalam abundan estos días. Estados Unidos cuenta con 29 millones de científicos de los que cinco son inmigrantes. De hecho, los seis premios Nobel que Estados Unidos ganó en 2016 eran de origen inmigrante. También Bob Dylan, nieto de dos judíos de Odessa que escaparon de un pogromo antisemita.
Y hablando de premios Nobel, ya son 44 los que han firmado una petición contra la orden ejecutiva de Trump, junto a otros 12.000 científicos.
44 premios Nobel y otros 12.000 científicos han firmado una petición contra el Muslim Ban
Además de apartar el talento científico nacido en países mayoritariamente musulmanes, la medida anti-inmigración afectará a corto plazo a las conferencias internacionales que se celebren en suelo estadounidense. Por ejemplo, en febrero se celebrarán la Conferencia Internacional de Física Aplicada y Matemáticas (ICAPM) en Nueva York, la Conferencia Internacional en Nanociencia, Nanotecnología y Materiales Avanzados (IC2NAM) en San Diego y la reunión anual de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS) en Boston. Son tres ejemplos entre cientos de reuniones, simposios o seminarios cuya celebración se verá, a buen seguro, alterada por la ausencia de muchos asistentes o ponentes.
La naturaleza de esta orden ejecutiva tiene el potencial de dañar a mucha gente, por supuesto no sólo científicos, pero tampoco sólo a aquellos nacidos en los siete países vetados por el gobierno: Libia, Sudán, Somalia, Yemen, Irán, Irak y Siria.
Perseguidos de nuevo
Por ejemplo, Luca Freschi, genetista italiano en la Universidad de Quebec. Él y su mujer recibieron el visado a EEUU dos días antes de la orden de Trump. A él le habían aceptado en la Escuela Médica de Harvard, se mudaban en marzo. Pero su mujer es iraní y no podrá acompañarle. Le ha sugerido que se vaya a Harvard sin ella.
Por ejemplo, Amir Haji-Akbari, quien además de físico experto en estadística computacional y profesor en la Universidad de Yale es musulmán suní y de etnia azerí, por lo que tuvo que huir de la persecución en su Irán natal. Creía que la vida le había dado una segunda oportunidad, pero los temores han vuelto a su vida. "¿Por qué soy considerado una amenaza? ¿Qué os he hecho?", contaba Haji-Akbari a Nature. "He sido un ciudadano de segunda en mi propio país y ahora aquí me estáis tratando como si fuera basura".
Por ejemplo, Samira Samimi, experta en glaciares de la Universidad de Calgary, en Canadá, que le otorgó la nacionalidad permanente. Samimi, iraní de origen, fue detenida por primera vez por la policía iraní a los 9 años por llevar una camiseta de Bon Jovi. Más tarde, volvieron a cargar contra ella por tener las uñas pintadas o el pelo teñido. En abril, Samimi iba a viajar a una expedición a Groenlandia financiada por la NASA para estudiar cómo se derrite la nieve. Sin embargo, el avión sale desde una base militar en el estado de Nueva York y no podrá viajar.