Un hombre va al médico y le dice que está deprimido. Que la vida es dura y cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazador. El médico le dice: "El tratamiento es muy sencillo: el gran payaso Pagliacci está en la ciudad. Vaya a verle. Eso le animará". El hombre rompe a llorar. "Pero, doctor...", le dice, "¡yo soy Pagliacci!".
Los fans de los superhéroes reconocerán las líneas del cómic Watchmen, escritas por Alan Moore y llevadas a la pantalla en 2009 por Zack Snyder. Pero ésta no es sino una más de las innumerables referencias de la cultura popular al lado oscuro del payaso. A veces se le retrata como un tipo triste y atormentado bajo su sonrisa de maquillaje, como el Buttons que interpretaba Jimmy Stewart en El mayor espectáculo del mundo (1952); o incluso como un crápula cínico, caradura y mujeriego, en el caso del Krusty de Los Simpson. Más recientemente, Alex de la Iglesia retrató la cara más lúgubre de los payasos en Balada triste de trompeta (2010). Y tal vez el padre de todos ellos fuera Canio, el payaso que mataba por celos a su mujer y al amante de ésta en la ópera de Leoncavallo Pagliacci (1892).
Y eso cuando no llega a la categoría de villano o psicópata asesino. El cine de terror ha explotado el arquetipo del payaso maligno como fuente de escalofríos, una figura cuyo origen algunos sitúan en el espeluznante Pennywise creado por Stephen King en su novela It (1986). Pero aunque el libro y su adaptación televisiva en 1990 hayan servido de inspiración para posteriores payasos maléficos, existe un macabro precedente en la vida real: el estadounidense John Wayne Gacy, que en su tiempo libre solía actuar como Pogo el Payaso en hospitales, cumpleaños y fiestas benéficas, violó y asesinó a 33 chicos entre 1972 y 1978.
Vivos sí, pero no pintados
Lo cierto es que hay razones para intuir que los payasos no gozan del aprecio general. En 2008 ocupó titulares en todo el mundo una noticia de la BBC relativa a un estudio de la Universidad de Sheffield que había investigado las preferencias de los niños sobre la decoración de las unidades pediátricas de los hospitales. La conclusión fue que todos los niños encuestados, 255 de entre 7 y 16 años, rechazaron las imágenes de payasos. Este era un aspecto menor del estudio, pero su eco fue amplificado por la BBC al añadir las declaraciones de una de las coautoras del estudio, Penny Curtis: "Descubrimos que los niños tienen una aversión universal hacia los payasos. Algunos los encontraban bastante aterradores y misteriosos", dijo.
Naturalmente, la noticia provocó repulsa entre los payasos profesionales. Y tienen motivos para indignarse: los beneficios de estos animadores para los niños hospitalizados son ya algo más que una suposición. Este mes, la revista European Journal of Pediatrics publica el primer gran metaestudio, o estudio de estudios, que ha recopilado los datos de 19 ensayos controlados previos sobre el efecto de los payasos de hospital en el nivel de ansiedad y estrés de los niños ingresados y de sus padres. "La conclusión es que los payasos terapéuticos son útiles en las unidades de pediatría", resume a EL ESPAÑOL el director del estudio, Kannan Sridharan, médico de la Universidad Nacional de Fiyi.
Sobre el aparente pánico de los niños de Sheffield a los payasos, Sridharan no se pronuncia, pero hace notar algo evidente: "La presencia de payasos y su interacción con los niños puede aliviar su ansiedad y la de sus padres, pero no necesariamente tienen por qué hacer lo mismo unos simples dibujos; ser payaso es un oficio que emplea diversas técnicas y habilidades". Y es precisamente la imagen de al menos ciertos payasos la que parece erizar el vello a muchos. Quienes padezcan esta aversión pueden ponerle un nombre: aunque no está reconocido oficialmente en los manuales de psiquiatría, el miedo a los payasos circula bajo dos nombres, balatrofobia y coulrofobia.
Epidemia de avistamientos
La peculiar fobia está de plena actualidad por obra de un extraño fenómeno: en EEUU se ha desatado una insólita epidemia de avistamientos de payasos siniestros. No es la primera vez que esto ocurre; en aquel país el fenómeno ha resurgido esporádicamente desde 1981. La actual oleada comenzó a finales de agosto en Carolina del Sur, extendiéndose ya a más de la mitad del país con ramificaciones en Canadá, México, Inglaterra y Nueva Zelanda.
En algunos informes se dice que los payasos van armados con machetes o cuchillos, que gritan a los paseantes o incluso que tratan de atraer a niños o mujeres hacia la espesura del bosque. El fenómeno ha sembrado el pánico en algunas comunidades, motivado arrestos y obligado a cerrar escuelas, e incluso el secretario de prensa de la Casa Blanca tuvo que responder a una pregunta sobre ello el pasado día 4 de octubre. En algunos lugares se ha llegado a prohibir el disfraz de payaso para la próxima fiesta de Halloween. Aún nadie está seguro de cuánto hay de realidad en los avistamientos o cuánto de broma viral en las redes sociales. O de simple y vieja histeria colectiva, como sucedió en los años 80 con la epidemia de casos de Abuso Ritual Satánico.
Pero ¿cuál es el origen de este pavor hacia los payasos malignos? El psicólogo clínico y experto en coulrofobia Rami Nader, director de la Clínica de Estrés y Ansiedad de North Shore en Canadá, cuenta a EL ESPAÑOL que algunos casos vienen motivados por experiencias pasadas traumáticas; "por ejemplo, un susto de un payaso en una fiesta de cumpleaños". Sin embargo, en otras ocasiones no hay nada de esto, sino una simple aversión alimentada por "las imágenes de payasos aterradores en los medios". "El caso de John Wayne Gacy también ha contribuido a ello", sugiere Nader.
La profesión más siniestra
Incluso sin llegar al grado de fobia, la imagen del payaso resulta turbadora para muchos. El psicólogo social del Knox College de EEUU Frank McAndrew ha dirigido recientemente un estudio publicado en la revista New Ideas in Psychology, para el que entrevistó a más de 1.300 voluntarios con el fin de indagar en "la naturaleza de lo siniestro". Entre las muchas conclusiones del trabajo, hay una profesión que la mayoría de los encuestados considera la más siniestra. Y no es otra que la de payaso, por encima de taxidermista, dueño de sex-shop o director de pompas fúnebres.
"Por desgracia, no llegamos a preguntar a nuestros encuestados por qué piensan que los payasos son tan siniestros", cuenta McAndrew a EL ESPAÑOL. Pero el experto opina que no es sólo cosa de adultos; basándose en el estudio de Sheffield, McAndrew cree que "a la mayoría de los niños no les gustan los payasos; puede ser que los adultos pensemos que les gustan más de lo que realmente les gustan". El psicólogo propone que es la ambigüedad y el anonimato de la máscara lo que percibimos como una amenaza, una opinión que suscribe Nader: "Creo que la aversión a los payasos tiene que ver con sus expresiones artificiales pintadas, que impiden saber lo que realmente sienten o piensan", dice. "Hay cierta ambigüedad sobre sus verdaderos sentimientos, lo que provoca incomodidad en la gente".
Ciertos expertos equiparan esta ambigüedad al efecto llamado uncanny valley o valle inquietante, un concepto manejado en la robótica y la realidad virtual según el cual los humanos tendemos a sentir repulsión hacia las representaciones que se nos parecen mucho, pero no del todo. Este sí-es-no-es los hace "obviamente humanos bajo su color de piel antinatural, su peluca y su ropa estridente; y pese a todo, su aspecto es claramente inhumano, exagerado, caricaturizado y grotesco", comenta a EL ESPAÑOL el escritor de ciencia e investigador escéptico Benjamin Radford, autor del reciente libro Bad Clowns (University of New Mexico Press, 2016), en el que investiga los orígenes de la figura del payaso maligno y por qué nos aterra.
Traviesos y embaucadores
De hecho, señala Radford, originalmente el payaso y el bufón no son figuras netamente simpáticas. “El mitólogo Joseph Campbell, en su libro clásico The Hero with a Thousand Faces, habla de cómo el payaso es esencialmente un embaucador, que en sus primeras encarnaciones a menudo se vinculaba con el mal y los demonios”. Para el autor, la idea moderna del payaso gracioso y feliz es una deformación del personaje tradicional. “Es una figura siniestra, en parte porque combina sentimientos contradictorios de horror y humor, miedo y risa”. Todo lo cual resulta aún más perturbador cuando el payaso escapa de su hábitat natural. “Si lo vemos en circos y fiestas, es gracioso. Pero si está parado en una calle oscura o llama a tu puerta a medianoche... ¡Entonces ya no tiene ninguna gracia!”, dice Radford.
"Básicamente, la gente siempre ha temido a los payasos, tanto como siempre los ha amado", concluye Radford. El escritor atribuye la reciente actualidad de la coulrofobia, incluyendo la epidemia de avistamientos en EEUU, a un efecto de bola de nieve agigantado por las redes sociales. Y tal vez aprovechado por algunos bromistas o desequilibrados para sembrar la alarma con la terrorífica pesadilla de que la ficción imaginada por Stephen King haya escapado de las páginas o de la pantalla para agazaparse en las sombras junto a nuestra puerta.
Y mientras los avistamientos prosiguen, quienes compartan esa escasa simpatía por la peluca anaranjada, la ancha sonrisa pintada, el maquillaje blanco y la nariz roja, será mejor que vayan preparándose: vienen más payasos espeluznantes. En poco menos de un año se estrenará en los cines el remake de It. Se ha llegado a especular con la hipótesis de que la actual histeria pudiera ser una campaña orquestada para promocionar la película, algo que Warner Bros ha negado categóricamente a la CNN. En lo que respecta a la reinvención de su famoso personaje, Stephen King ha dicho que "es un payaso aterrador". Pero añadió: "Aunque para mí, todos lo son".