Incluso en el verano de 1996, 25 años después del gran momento de su vida, cada vez que Alan Shepard se asomaba a un club de golf aún tenía que escuchar de algún aficionado la dichosa frase:
"¡Dale a la bola como lo hiciste en la Luna, Shepard!"
Claro que prestarse a participar en un torneo benéfico a cinco hoyos con Clint Eastwood, Bill Murray, John Denver y Kevin Costner no ayudaba mucho. Ser el peor golfista de los cinco, tampoco. Desde que en 1971 regresó a la Tierra convertido en una estrella instantánea, su vida se redujo a viajar por todo el país para ser agasajado en clubes de golf junto a estrellas de la época.
El torneo en que ahora estaba, el AT&T Pebble Beach Pro-Am, adquirió el nombre en 1986 cuando la empresa telefónica adquirió los derechos, pero Shepard ya era un asiduo años antes, cuando llevaba el nombre y la participación del fundador, Bing Crosby. Amateurs como Frank Sinatra o profesionales como Arnold Palmer o Jack Nicklaus fueron algunos de los que vieron al ex-astronauta arrastrarse por el campo durante años.
Había creado un personaje a la altura de la gesta que protagonizó. El hombre que adaptó la cabeza de un hierro 6 para ensartarla en el mango telescópico, la escondió en un calcetín y que el 6 de febrero de 1971, en una retransmisión en color televisada para todo el país, se sacó de la manga el palo y dos bolas, sus dos únicos intentos de hacer historia, y tras fallar el primer golpe se sacó un antológico swing a una mano. La bola salió inmediatamente del plano en un instante que el propio Shepard adornó con un "millas y millas y millas". En el imaginario popular de la época, la bola siguió dando vueltas y vueltas alrededor de la Luna a 30 centímetros del suelo.
El resto de su vida, Shepard se esforzó en perpetuar aquel minuto de gloria, manteniendo ocultos los detalles que le interesaba ocultar. Por ejemplo, se resistía a revelar la marca de las bolas. "Nunca se lo contaré a nadie, ni siquiera a mi mujer", dijo una vez. "Será el secreto mejor guardado del mundo".
Eran de la marca Spalding.
Pero en aquel torneo, Shepard llevaba dentro otro secreto, uno que no contó a nadie.
El minuto de gloria
Hay una cara que pone James Stewart en su inolvidable interpretación del senador Ransom Stoddart. Va en el tren junto a su mujer, interpretada por Vera Miles, que anda deshaciéndose en elogios hacia su marido por su respeto a la ley y su contribución al avance de la democracia. Entonces, un joven revisor le recuerda al egregio Stoddart que "nada es lo suficientemente bueno para El hombre que mató a Liberty Valance". Esa cara de estupefacción es la que debía poner también Shepard siempre que le recordaban su hazaña. "Soy mucho más famoso por ser el tío que golpeó la bola en la Luna que por ser la primera persona en el espacio", solía decir con rabia. En realidad, Shepard fue la segunda persona en el espacio. El cosmonauta ruso Yuri Gagarin le superó por 23 días, el 12 de abril de 1961.
Sólo voló esas dos veces al espacio. Su primera misión fue seguida en televisión por Kennedy; la última, diez años más tarde, por Nixon. Como comandante de la misión Apollo XIV, se convirtió en el quinto hombre en caminar sobre la Luna y el más viejo, con 47 años. Pero todo eso pasó a un segundo plano a partir del golpe.
Alan Shepard y Ed Mitchell pasaron 33 horas en la Luna, haciendo dos expediciones alrededor de la formación Fra Mauro, el interior de un cráter de 95 kilómetros de diámetro. La segunda expedición duró cuatro horas y media, desde el módulo lunar Antares hasta la ladera de un cráter. El objetivo de la misión era recoger muestras que pudieran haber formado parte del subsuelo lunar. La subida al Cone Crater se complicó y el oxígeno se estaba acabando, por lo que decidieron regresar.
Fue en aquel momento, con el módulo al fondo, en el que Shepard dijo lo siguiente:
"Houston, mientras revisáis eso, podréis reconocer que tengo en mi mano el recogedor eventual de muestras; sólo que resulta tener un hierro 6 en el extremo", explicó con calma mientras extraía del bolsillo que tenía en su pierna izquierda una vara telescópica plegada. "En mi mano izquierda, tengo una bolita blanca que resultará familiar a millones de americanos. La dejaré caer.
"¡Es una pelota de golf!", exclamó alguien en Houston.
"Por desgracia", continuó Shepard, "el traje es tan rígido que no puedo hacerlo con dos manos, así que voy a intentar un pequeño golpe de salida de búnker".
Muchos conspiranoicos sostienen que nunca llegamos a la Luna en 1969, que todo fue rodado por Stanley Kubrick en un estudio de cine. El soliloquio y la ejecución de Shepard son, probablemente, las pruebas más sólidas que uno podría blandir. La secuencia no fue impecable desde un plano técnico, pero sí desde el punto de vista televisivo. Resultó tan perfecto que no podía ser espontáneo.
La historia que contaba de sí mismo
Algo que a Shepard le encantaba contar era cómo se le ocurrió la idea. Un día de mediados de los sesenta, Bob Hope fue a visitar el centro de la NASA en Cabo Cañaveral y Shepard, golfista como él, hizo de cicerone para el actor. Le dijo que siempre llevaba con él un palo de golf, y mientras lo veía apoyado en él, Shepard pensó que debía haber una forma de llevar uno a la luna.
Iñaki Bel es fitter, es decir, estudia el swing, hábitos o gustos de los golfistas y les recomienda un palo u otro. Por descontado, conoce la historia de Shepard, la ha comentado en mentideros con otros jugadores. "Él había estado entrenando aquel golpe en secreto", dice a EL ESPAÑOL. "Al parecer, la cabeza se la hizo un tío en Houston, juraría que es una Wilson 6 Iron Dyna-Power".
En efecto, alguien la había personalizado para poder introducirla en la vara telescópica de la misión lunar, ideada para recoger muestras geológicas. ¿Por qué ese palo en particular? Bel cree que por ser ideal para el pitch, un golpe de aproximación que consiste en levantar la bola más que impulsarla. "En aquella época el 6 era el hierro medio, lo que hoy sería un hierro 7", dice Bel, ya que entonces solían tener menos grados de inclinación que en la actualidad. Sin embargo, algo llamó la atención a este golfista.
"Creo que el hierro 6 de Shepard era mucho más largo de lo normal por todos los empalmes que tiene", dice el fundador de KibelGolf, y entonces cae: "Claro, es que con el traje era imposible agacharse, no podía flexionar y encima tenía que cogerlo con una mano". Bel incorpora la revelación, piensa durante unos segundos y sentencia: "Es un golpazo".
Hoy, el palo original junto con el calcetín en el que escamoteó el hierro 6 y las dos bolas están expuestos en el museo de la United States Golf Association en Nueva Jersey. Shepard es probablemente el peor golfista que jamás haya entrado en ese museo. La revista Sports Illustrated llegó a nombrarlo uno de los peores 100 atletas del siglo XX, algo que solía comentar con desazón a su amigo, el locutor de béisbol Bob Murphy, en aquellos torneos mixtos de profesionales y famosos.
Una noche, tras la fiesta de recepción del torneo de Bing Crosby, Shepard y Murphy salieron del edificio principal hacia la fresca noche californiana. Había luna llena y Murphy le preguntó "¿en qué piensas cuando miras allá arriba?" y el antiguo cosmonauta, fiel al personaje que había creado, dijo "me pregunto dónde está mi pelota de golf".
La pregunta tenía trampa porque Shepard conocía la respuesta, pero revelarla equivalía a desmontar toda su leyenda. La pelota acabó en un cráter que hoy en día se conoce como "el de la jabalina", ya que Ed Mitchell, el otro astronauta, lanzó una vara en esa dirección a modo de jabalina. Junto a ella, en el suelo, aparece la pelotita blanca.
La gravedad en nuestro satélite es una sexta parte que en la Tierra y, virtualmente, no existe atmósfera. En teoría, y como dijo Shepard tras el golpeo, la bola podría haber superado una milla, más de un kilómetro y medio, de vuelo. En la Tierra, la distancia promedio de un hierro 6 son unas 150 yardas o 130 metros, aunque fuentes consultadas para este artículo, aficionadas tanto al golf como a la física, aseguran que un profesional en la Tierra puede superar los 200 metros. Por su parte, Bel estima una distancia máxima de unas 300 yardas o 275 metros para el golpe selenita de Shepard.
Un caso de estudio médico
El AT&T Pebble Beach Pro-Am de 1996 fue el último de Shepard. Lo hizo tan mal en el Celebrity Challenge celebrado en su honor -el ganador fue Kevin Costner- que la organización decidió prescindir del ex astronauta. Fue la segunda peor noticia que pudieron darle aquel año, toda vez que el oncólogo le había dicho poco antes que sufría de leucemia.
El nombre de Shepard aparece a menudo en la literatura médica. Si voló solamente dos veces al espacio fue porque, entre 1961 y 1971, se le diagnosticó la enfermedad de Ménière, una afección del oído interno que provoca vértigo, mareos o acúfenos. En un momento dado, a Shepard le dieron el alta y le permitieron liderar la misión Apollo. En 1996, Jean Philippe Guyot, otorrinolaringólogo en el Hospital de la Universidad Popular del Canton de Ginebra, dio el alta a un piloto comercial con la misma enfermedad justificando enteramente su decisión en el precedente de Shepard.
Su leucemia, que otros llaman carcinogénesis por radiación en vuelo espacial, forma parte también de la literatura médica, ya que es uno de los múltiples casos en los que astronautas expuestos a niveles estratosféricos de radiación desarrollan tumores.
El de Shepard no ha sido el único caso de golfistas en el espacio. Una réplica modesta fue la de José María Olazábal, que cuando viajaba con el equipo europeo hacia la Copa Ryder de 1999, ensayó un putt durante su vuelo en el Concorde. La bola estuvo rodando más de 20 segundos por el pasillo del avión, que volaba a 2.158 kilómetros por hora, con lo cual su putt recorrió más de 15 kilómetros.
Mucho más ambicioso fue el ingeniero ruso Mikhail Tyurin, que a bordo de la Estación Espacial Internacional y auxiliado por Michael López-Alegría pegó un drive en 2006 que salió despedido y orbitó alrededor de la Tierra durante las siguientes cinco o seis horas. 30 años después, el récord de Shepard había sido pulverizado por... ¿quizá un millón de kilómetros?
Pero sin duda, el golpe de Shepard tuvo un valor científico y educativo. O eso al menos achacaba él cada vez que, en uno de en aquellos torneos trufados de estrellas crepusculares, a alguien le daba por criticar que hubiese empleado dinero del contribuyente en cargar con un hierro 6 y dos bolas. Alguien llegó a calcular que el peso extra supuso para la misión un coste de 11.000 dólares. Ante esas acusaciones, Shepard solía responder bromear diciendo que lo suyo era un chiste "comparado con la bola de bolos, las mancuernas y la mesa de billar" que Mitchell había matuteado a bordo del cohete.