Presentar en unas líneas a Juan Luis Arsuaga es fútil. Si hace años que saben de él, no hace falta decirles nada sobre su biografía. Pero si después de tanto tiempo en primera línea científica y social aún no lo conocen, tampoco van a venir a esta entrevista a hacerlo, aunque les invitamos a ello.
No contento con compatibilizar la dirección del exitoso yacimiento de Atapuerca, el Centro Mixto de Evolución y Comportamiento Humano de la UCM, el Museo de la Evolución Humana de Burgos y muchos otros fregados, ahora Arsuaga se ha embarcado en una serie de documentales llamada Guardianes de la Historia que se emitirán en lo que antes llamábamos Canal+ y ahora se conoce como #0. Su objetivo es acercar al gran público grandes reliquias arquitectónicas, como Pompeya, Angkor o la Alhambra y, al mismo tiempo, concienciarnos a todos sobre la fragilidad de este patrimonio.
En todos estos años, ¿ha desarrollado la capacidad de, a partir de ciertas ruinas o restos, imaginar vívidamente la existencia de esa gente hace siglos?
¡Yo me monto la película, me monto la película! En Pompeya soy romano, en Angkor soy jemer, en la Alhambra soy nazarí... No sé si tengo una mente infantil o fantástica pero me identifico, y es lo que me gustaría que la gente hiciera.
Y ser un erudito ayuda al delirio.
El conocimiento te permite soñar. Nuestra función consiste en que la gente tenga la información suficiente para poder imaginar. Si yo le doy a la persona una moneda romana, no basta. Si le digo que es Adriano y cuento su historia, sueña. Nuestra misión no es soñar por ellos, porque cada uno tiene sus sueños, sino hablarles de los abencerrajes [un antiguo linaje del Reino de Granada] y luego que ellos se lo imaginen.
¿Qué tal encontró conservado el patrimonio en Etiopía o Camboya?
En Camboya ha pasado de todo desde la época de los Jemeres Rojos. La conclusión a la que he llegado es que todo lo bello está permanentemente amenazado, es codiciado, por definición. Me interesan los dos patrimonios, el natural y el cultural; he participado en acciones de defensa de ambos. Los esfuerzos de conservación deben ser permanentes, no van a acabar nunca. Por otro lado, me preocupa mucho que estos lugares emblemáticos sean islas, que concentran todos los valores de un territorio mucho más amplio y no son nada sin ese territorio. Los entornos de los lugares-patrimonio deben protegerse también, y ésa es una causa mucho más difícil. Por ejemplo, el turismo suele acercarse a estos lugares todo lo que puede y los acaba asfixiando. El peligro está en la degradación de ese entorno, ya que para proteger el patrimonio hay que vigilar mucho más de lo que se ve.
Pero hay bosques que se conservan bien porque el hombre pastorea por allí o vive cerca; si se quedaran aislados se abandonarían.
Sí, claro, hay pocos lugares vírgenes. Éstos están humanizados y eso es un valor. Unos monumentos sin gente que los habite o se relacione con ellos son un fósil, una cáscara,
y estoy de acuerdo en que es otro de los peligros. A veces, al protegerlos, pierden su esencia.
Monumentos amenazados por la protección.
Hay muchas amenazas, y una de ellas es musealizarlos. Sitios vividos y que tienen continuidad se convierten en un decorado.
¿Cuál ha sido su estrategia para divulgar la antropología o la evolución? ¿Es mejor espectacularizarla o hacerla accesible?
Mi presencia da cierta solvencia, o a eso aspiro. La gente puede tener confianza en que si yo les digo que algo merece la pena se queden a verlo. Si no lo creyera, no lo diría.
Ese elemento de credibilidad o autenticidad es una aportación que puedo hacer.
Muchas veces, cadenas como National Geographic han impulsado descubrimientos arqueológicos para luego poder grabarlos. ¿Cómo se siente con respecto a esto?
Pero National Geographic tiene criterio, no sacan cualquier cosa porque tienen unos asesores muy buenos. Es un sello de calidad, lo que es importante, y por supuesto que
contribuyen a la causa. Cuanto más conocidos sean estos lugares, más garantías tenemos de su conservación. Es un servicio muy importante el que prestan.
Una vez, un veterano periodista británico me aconsejó que, si entrevistaba a un antropólogo y la conversación estaba siendo aburrida, le preguntara por el eslabón perdido. No es el caso, pero ya que estamos, le pregunto.
Jajaja, está muy bien. En realidad, lo que nosotros buscamos es una cadena perdida entera. En general, lo perdido, lo que no se conoce y tenemos que descubrir, es nuestro Santo Grial. Suelo decir que es un poco como Blade Runner: "Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia". Y nosotros lo que intentamos es que eso no se pierda: esas vidas, esas historias.
Volviendo al eslabón perdido.
Eso ya está cambiando, lo que buscamos es mucho más importante. ¡Pero es una buena llave para que la gente se interese por la antropología! A veces hay que buscar llaves así, que facilitan el acceso al interés.
Quería preguntarle qué le parece este verso de la poeta Muriel Rukayser: "El Universo está hecho de historias, no de átomos".
La mente humana son historias. Estamos sedientos de ellas. Tenemos que contarlas no porque yo sea más o menos novelero, sino porque lo sabemos científicamente: el cerebro humano consume historias y no hay nada que desee más que una buena historia. Por una que sea buena estamos dispuestos a pagar lo que sea, es la clave del éxito. Pero también pueden ser muy banales y muy frívolas, poco importantes, como los cotilleos.
O un estudio científico.
Es que nosotros contamos historias. Son narraciones, son relatos. El cerebro no sabe hacer otra cosa: o lo presentas en forma narrativa o no nos interesa.
¿Ha aprendido algo nuevo de Alhambra en esta expedición?
Voy allí entre tres y seis veces al año, como turista, con los arqueólogos... Da igual las veces que vayas, ese sitio es mucho más de lo que imaginas o conoces.
¿Ha estado en los sótanos? Me llaman muchísimo la atención esos túneles y pasadizos.
Sí, sí. Hay muchísimos rincones e historias, yo he tenido algunos privilegios en ese sentido, que agradezco. Pero incluso no teniéndolos. Por ejemplo, la Alhambra es un libro. Está llena de versos. Es como un libro en piedra, con versos que no se han conocido por los libros sino por las inscripciones en sus muros. Y si a la gente le dices
que en una cenefa pone un verso de amor como "en el ocaso pienso que no te voy a volver a ver" y esas cursilerías, se emocionan. El conocimiento, la ciencia, sirve para que esas vivencias sean más profundas y seamos capaces de apreciarlas.