"A veces iba a trabajar en ácido. Y podía ver en el interior de las caras. A veces escribía, y otras dibujaba a los pacientes, y mientras las líneas del bolígrafo trazaban morosamente en el papel los rasgos de sus caras era capaz de... El interior de aquellos hombres cobraba vida en los trazos, en los accidentes perfilados por el bolígrafo".
Esa es una de las frases de Tom Wolfe, considerado uno de los instigadores del nuevo periodismo, durante su viaje consumiendo drogas psicodélicas que relató en Ponche de ácido lisérgico. Corría la década de los sesenta y este cronista narraba la efervescencia de este tipo de sustancias en la California jipi.
Más de medio siglo después, en este rincón de Estados Unidos también se aboga por colocarse. Pero no es una idea de juerguistas profesionales o puntuales sino una corriente que está colonizando las oficinas de los mayores líderes empresariales de la actualidad.
Hablamos de Silicon Valley y las compañías donde se cuece el futuro de la humanidad (considerando que la humanidad está, ahora mismo, agarrada a un 'smartphone'). Allí se concentran enseñas como Meta (la nueva cara de Facebook o Instagram), Google o Tesla. Algunos de los máximos responsables de estas firmas, según un artículo de The Wall Street Journal, han adoptado el famoso eslogan de turn on, tune in, drop out introducido por Timothy Leary en 1966 (algo así como "enchúfate, sintoniza y fluye").
Precisamente fue Leary, calificado como "el hombre más peligroso de Estados Unidos", quien inició este estriptis sobre las drogas y abrió las puertas a un consumo "responsable". Según contaba este experto, al que se le incluye en El club psicodélico de Harvard, la ingesta de sustancias como el LSD o ácido lisérgico y la psilocibina (encontrada en los hongos alucinógenos) podrían ampliar la consciencia.
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En la era Nixon, con la inaugurada "cruzada contra las drogas", varios académicos posaron su mirada en sustancias como el LSD y el MDMA (éxtasis). Ahora ha vuelto ese movimiento. No es raro encontrarse con ensayos clínicos que hablan de cómo, en microdosis, estos elementos químicos pueden combatir la depresión, el estrés postraumático, la adicción al alcohol o la angustia ante la muerte en enfermos terminales.
Hasta el bioquímico español Rafael Moliner se marchó a Finlandia para comprobar los efectos antidepresivos de las drogas psicodélicas. Y llegó a vaticinar un porvenir donde, más allá de los antidepresivos, las drogas podrían servir como tratamiento médico. A pesar del estigma, apuntaba: "En un escenario bastante optimista, de cinco a 10 años podremos ver el uso terapéutico de los psicodélicos en humanos".
Y llegamos al rincón de la bahía de San Francisco donde se juntan los popes de la tecnología. En un ambiente que la periodista Anna Wiener describió sin ornamentos en su libro Valle inquietante, de horas y horas de productividad, contratos multimillonarios y un alto grado de competencia, se está inoculando el consumo de estos estupefacientes.
Un ejemplo -quizás el más sonado- es Elon Musk. El magnate, inventor de Tesla y SpaceX, ha reconocido públicamente que toma ketamina. Y Sergey Brin, fundador junto a Larry Page de Google, toma setas alucinógenas o 'mágicas' de vez en cuando. Hasta los ejecutivos de la empresa de capital riesgo Founders Fund organizan fiestas con psicodélicos.
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La ingesta de estas drogas parece ser algo rutinario. Parte, incluso, de la cultura empresarial. Y eso supone que no solo la esfera más alta lo hace, sino que se ha extendido al resto de las plantillas. "Ahora mismo", indicaba Karl Goldfield en el rotativo norteamericano, "hay millones de personas que toman microdosis de psicodélicos".
Este antiguo consultor de ventas y márquetin de San Francisco asesora informalmente a amigos y colegas del mundo de la tecnología sobre cómo calibrar la dosis adecuada para lograr la máxima atención. Es "el camino más rápido para abrir la mente y ver con claridad lo que ocurre", afirma.
Goldfield, matizan en el diario, no es licenciado en medicina. Aprendió a manejar el tamaño de las dosis, de hecho, a través de la experiencia. Y explica que el número de preguntas que recibe sobre cómo microdosificar ha crecido drásticamente en los últimos meses. Lo recogido por The Wall Street Journal sobre este uso casi medicinal de las drogas proviene de fuentes cercanas al ambiente de Silicon Valley.
La práctica, afirman, es casi algo habitual. Y aunque suene a inofensivo, puede conllevar adicción y problemas de salud. Además, no hay que olvidar que estas sustancias son ilegales. Recuerdan, en este aspecto, el caso de Bob Lee. El fundador de CashApp formaba parte de una escena de fiestas underground conocida como The Lifestyle (el estilo de vida). El consumo de psicodélicos era habitual. Lee había ingerido drogas, incluida la ketamina, cuando lo asesinaron el pasado mes de abril, según reveló la autopsia.
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Silicon Valley ha tolerado durante mucho tiempo el consumo de drogas, aducen, confirmando que muchas empresas no someten a sus empleados a pruebas periódicas. El fenómeno está preocupando a algunas empresas y a sus consejos de administración, que temen ser considerados responsables de actividades ilegales, según consultores y otras personas cercanas a las empresas.
Los consumidores recurren a traficantes para obtener éxtasis y la mayoría de los demás psicodélicos o, en casos elitistas, contratan a químicos. Un prolífico traficante de San Francisco que sirve a una parte del mundo de la tecnología es conocido como Costco porque los usuarios pueden comprar a granel con descuento, según personas familiarizadas con el negocio. Los cuddle puddles (charcos de abrazos), en los que grupos de personas se abrazan y se muestran afecto platónico, se han convertido en algo habitual.
Según apuntan en el reportaje del periódico norteamericano, algunos empiezan a probar los psicodélicos en busca de claridad mental o para tratar problemas de salud y acaban consumiéndolos con más frecuencia en las fiestas o raves de Silicon Valley, donde han adquirido un papel similar al del alcohol en un cóctel. Las invitaciones a fiestas psicodélicas suelen enviarse a través de la aplicación de mensajería encriptada Signal, en lugar de por correo electrónico o SMS, por lo que no pueden compartirse fácilmente.
En algunas fiestas privadas de alto nivel, continúan, se pide a los usuarios que firmen acuerdos de confidencialidad y a veces pagan cientos de dólares por asistir, según personas que han asistido o han recibido invitaciones. Spencer Shulem, director ejecutivo de la start-up BuildBetter.ai, afirma que consume LSD cada tres meses porque aumenta la concentración y le ayuda a pensar de forma más creativa.
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A veces toma una dosis lo suficientemente baja como para que nadie sepa que está tomando LSD mientras trabaja solo. Otras veces, toma una dosis mayor a solas y conecta con la naturaleza en una excursión. Shulem, que reside en Nueva York, confiesa que las elevadas expectativas de las empresas de capital riesgo y de los inversores en general pueden llevar a los fundadores a recurrir a los psicodélicos para obtener una ventaja.
"No quieren una persona normal ni una empresa normal", señala, "quieren algo extraordinario. Uno no nace extraordinario". Shulem sostiene que es prudente a la hora de compartir sus experiencias con el LSD en el trabajo, a menos que alguien se lo pida. "No voy a dar un seminario de sermones todos los viernes sobre las alegrías de las drogas", afirmó.
Pero hay un problema: aunque vanaglorien sus propiedades, el consumo suele ser particular, sin indicaciones, y no en un entorno clínico. Y aunque aboguen por las microdosis, hay quien termina abusando. "No hay garantías de que tú solo seas quien obtenga ese resultado positivo", puntualizaba Alex Penrod, especialista en adicciones de Austin, Texas, en el texto mencionado.
Este experto se mostraba preocupado por este uso libre y advertía sobre los efectos. "Te puedes sentir muy cómodo con la excusa de 'bueno, tiene valores positivos, así que no voy a prestar atención a mi consumo'. Es como cegarse", concluía. Nadie sabe si sus plegarias llegarán a puerto o, en este caso, al valle. Un centro neurálgico donde hasta el fallecido Steve Jobs, creador de Apple, se colocaba de LSD. Quizás lo que falte sea un escritor como Tom Wolfe que narre esos viajes.