¿Por qué el nivel socioeconómico de las personas se suele parecer al de sus padres o sus hermanos? La respuesta a esta pregunta ha sido —y sigue siendo— todo un quebradero de cabeza para la sociología. El entorno en el que un individuo crece y se educa suele ser la piedra angular sobre la que se mueven todas las teorías, pero desde hace un tiempo atrás hay otro campo de estudio que ha entrado en juego para explicar la desigualdad entre clases, la genética.
Según esta rama científica, la (in)movilidad social está, en parte, influida por nuestra propia genética. Así lo defiende un manuscrito reciente. Titulado Heritability of class: Implications for the theory and research on social mobility (Heredabilidad de clase: implicaciones para la teoría y la investigación de la movilidad social) apuesta a que hay aspectos, como los logros educativos, en los que la genética tiene hasta un 60% de influencia, con la consiguiente ventaja que eso suele reportar para tener un mayor estatus social.
Antes de entrar en materia, primero convendría discernir que, al hablar de heredabilidad desde un punto de vista genético, no se está haciendo referencia a un rasgo que necesariamente se transmita de padres a hijos. Explicándolo con un ejemplo: cuando se dice que un rasgo tiene una heredabilidad del 0.7, quiere decir que el 70% de la variación de dicho rasgo entre los miembros de una población es debida a las discrepancias genéticas entre individuos. Así, según los resultados de esta investigación, la clase social está influida hasta en un 40% por la genética.
¿Hablamos entonces de que existe un gen de la clase media? ¿Hay otro para la clase baja y alta? Manuel Pérez-Alonso, catedrático de Genética de la Universitat de València y socio fundador de Mendel Brain, esboza una risa simpática cuando se le plantea esta pregunta. "No, no se trata de eso", responde.
Interacción genética y ambiente
El experto, que actualmente dirige una tesis doctoral sobre las implicaciones de la genética en la sociología, sí que apunta a que en determinados rasgos, como puede ser la capacidad para los estudios, hay una importante influencia de la genética. "Yo no me atrevería a decir que es más relevante que el ambiente, pero sí que tiene un papel muy importante que se debe tener en cuenta", sentencia.
El investigador refrenda sus palabras en trabajos recientes, como una gran revisión publicada en Annual Review of Sociology que defiende que la genética "puede ser introducida y utilizada para entender múltiples cuestiones, tales como la fertilidad, el éxito educativo, la movilidad social intergeneracional, el bienestar, las adicciones, los comportamientos de riesgo y la longevidad".
Si bien, hay un matiz que aclara el propio Pérez-Alonso: la genética influye en nuestras capacidades, pero no lo explica todo. El ambiente es el que tiene el poder de modular dichas aptitudes, para acabar condicionando que unas determinadas características genéticas se expresen o no.
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Su conclusión es muy similar a la que se extrae de los trabajos de Carlos Gil Hernández, premiado por la European Consortium for Sociological Research en 2021 por hacer la mejor tesis doctoral del año, Cracking Meritocracy from the Starting Gate: Social Inequality in Skill Formation and School Choice (Descifrando la meritocracia desde la puerta de salida: desigualdad social en la formación de aptitudes y la elección de escuela).
La investigación apuesta por la línea de que el ambiente es determinante en esto de la movilidad social y constata que hijos de familias con más recursos, aunque tengan menos habilidades, son capaces de permanecer en su escalafón social y viceversa. Esta sería la prueba de que la meritocracia no es más que un mito, desmontado por el ambiente, la genética o por ambas.
Antiguos y nuevos métodos
En un nuevo trabajo, que se encuentra actualmente en fase de preprint, Gil explora más concienzudamente la relación entre genética y ambiente. A pesar de que su apuesta va en la línea del entorno, no se pueden ignorar los estudios realizados con comparativas de gemelos y mellizos —como es el que acontece a este artículo— y que apuntan a que los genes tienen un papel crucial. Por ejemplo, según una gran revisión publicada en Nature y que emplea este método, la estimación de la heredabilidad en todos los rasgos humanos es del 49%.
"Los gemelos llaman especialmente nuestra atención. Su historia permite distinguir entre los efectos de las tendencias recibidas en el nacimiento y las que fueron impuestas por las circunstancias especiales de sus vidas posteriores", escribía ya en 1875 Frances Galton, el padre del estudio de las bases genéticas de la capacidad cognitiva general.
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De eso, sin embargo, han pasado 150 años y actualmente se cuenta con otros medios para entender el funcionamiento de la sociogenómica, como la medición de genética molecular. Según constatan las indagaciones de Carlos Gil, con este método la influencia de los genes en las capacidades se reduce a un 12%.
Igual de crítica se muestra con los resultados ofrecidos por los estudios de gemelos, Kathryn Paige Harden, experta en genética conductual, en su libro, La lotería genética (Deusto): "En general, los genes y los ambientes se correlacionan de formas complicadas que pueden ser difíciles de medir y explicar estadísticamente, lo que despierta la constante sospecha de que tal vez los estudios de gemelos atribuyen a los genes lo que en realidad debería achacarse al ambiente".
Esto, que conste, no es una crítica metodológica a estos estudios. Como aclara Pérez-Alonso siguen siendo muy útiles para algunos casos, pero está claro hay una diferencia muy grande entre ambos métodos, una que ni los expertos más punteros en este campo saben realmente qué la causa y por qué.
Como apuntan las investigaciones de Gil, puede ser porque los estudios de gemelos suelen tratar la genética y el ambiente de forma independiente. Es decir, el manuscrito mencionado al principio considera que, como Noruega es una sociedad igualitaria, las diferencias de clase entre unos individuos y otros se tienen que explicar por la genética.
Propensión genética
Para este sociólogo, coincidiendo con Pérez-Alonso, de lo que hay que hablar es de una propensión genética. ¿Cómo interaccionan estas propensiones con la clase? He ahí la gran pregunta por responder, pero según los trabajos de Gil siempre van a beneficiar más a las familias de más recursos. Es decir, un niño con un potencial genético bajo que nazca en una familia con más recursos puede neutralizar ese riesgo, consiguiendo acceder a más oportunidades académicas y, así, mantenerse en el estatus.
De ahí, la constante reivindicación de Pérez-Alonso de no considerar esta propensión o tendencia genética como un dogma, sino más bien como una oportunidad de conocimiento que nos ofrece la ciencia para evitar un determinismo por recursos. Volviendo al libro de Harden: esto no es como una persona que posee el gen de la enfermedad de Huntington y está abocado a sufrirla, no. Primero, porque como matiza el genetista, en los rasgos sociológicos —llamados poligénicos— intervienen cientos o miles de genes. Segundo, porque hacerlo puede conducir a posturas tremendamente peligrosas, a la eugenesia: "Tus genes dicen que no vales, no se puede hacer nada contigo".
Como defienden ambos expertos, para estas propensiones, sobre todo hacia las que tienen que ver para las dificultades cognitivas, deben existir políticas públicas que eviten que se siga perpetuando la inmovilidad social. Igual que existen fábricas de gafas para paliar la miopía, deberían existir políticas que traten la ceguera educacional.