En la historia de la ciencia son varios los nombres de españoles que terminaron por ser profetas en otra tierra. Uno de los ejemplos más célebres es el de Miguel Servet, cuyos estudios sobre la circulación sanguínea fueron una de las contribuciones más importantes para la medicina. Lástima que, para muchos, su legado quedara camuflado por su agónica muerte, ya que fue quemado en la hoguera en Ginebra tras un enfrentamiento con el protestante Juan Calvino.
Las conocidas como fugas de cerebros se han dado en todas las épocas, aunque cada una por distintas causas. Servet, por ejemplo, sí que llevó al pie de la letra lo de ser profeta. No obstante, las más intensas son las que se dan en épocas de grandes crisis. La Guerra Civil fue una de ellas y, entre los muchos que se vieron obligados a emigrar al extranjero, está la familia de Edith Alice Müller, la primera mujer en ocupar el cargo de Secretaria General en la Unión Astronómica Internacional y una de las teóricas del sol más relevantes del siglo XX.
Edith Alice Müller nació en Madrid el cinco de febrero de 1918. Su padre, de origen suizo, era un ingeniero aficionado a recorrer mundo y, en uno de esos viajes, se enamoró de España. Así pues, en 1914, convenció a su mujer para venir aquí y terminaron por instalarse en una cómoda casa en la capital. Ahí darían a luz a sus dos hijas, Edith y Jenny, a las que más adelante matricularon en el Colegio Alemán de Madrid.
La familia Müller era una gran apasionada de las artes y las ciencias y siempre alentaron a sus hijas a que estudiaran todo lo que pudieran. Sus esfuerzos dieron grandes resultados, ya que, mientras que Edith enseguida se interesó por las matemáticas, la física y la química, Jenny, más adelante, haría carrera de medicina en Zurich.
Este hecho contrasta bastante con el pensamiento predominante de la época, que solía relegar a la mujer a la búsqueda de un buen esposo con el que desarrollara una vida centrada en el hogar. Sin embargo, los Müller nunca lo vieron así y cuenta el libro Remembering Edith Alice Müller, escrito por gente que la conoció de primera mano y colegas de profesión, que su madre siempre se sintió ofendida por la diferencia de derechos entre hombres y mujeres, a las que, en Suiza, no se permitió votar hasta 1971.
En España, este hito se logró en 1931, pero la familia lo disfrutaría poco, ya que en 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española, hicieron las maletas y decidieron volver a Suiza. Edith tenía 18 años cuando se fue. Había vivido aquí su infancia y sus primeros años de madurez, por lo que siempre se consideró mitad española -aunque a efectos legales sólo tenía la nacionalidad suiza- y a la nación como su segunda casa.
El descubrimiento de la Alhambra
Con su llegada a Zúrich comienza su ascenso meteórico hacia la cumbre de la astrofísica. No obstante, su carrera y su doctorado lo hace en matemáticas. Éste es uno de los trabajos más influyentes sobre arte árabe y, concretamente, tiene por objeto de estudio la geometría en la Alhambra, notándose ahí la influencia de haber nacido y crecido en España.
Su tesis, Aplicación de la teoría de grupos y análisis estructural de la decoración morisca en la Alhambra de Granada, es la primera constatación de que los árabes fueron los primeros en utilizar los 17 tipos de grupos geométricos simétricos posibles existentes. El trabajo de Müller es todo un hallazgo, ya que constata que la cultura islámica se adelantó décadas al trabajo de Evgraf Fedorov, un matemático ruso, que promulgó el principio que lleva su nombre y que llega, precisamente, a esa conclusión: a pesar de la creencia de que se pueden hacer infinitas combinaciones geométricas simétricas diferentes, tan sólo existe la posibilidad de hacer 17; cada uno de ellos, se puede encontrar en la Alhambra de Granada.
Sus trabajos posteriores y su carrera, poco a poco, se fueron centrando en su verdadera pasión, la astrofísica, que desarrolló en centros como el Observatorio Real de Cambridge y el Observatorio Ann Arbor, de la Universidad de Míchigan. De esas experiencias nace su trabajo de mayor relevancia, el estudio Goldberg-Muller-Aller sobre la presencia de elementos en la atmósfera solar y que ha servido de referencia para investigaciones posteriores sobre la composición química del sol.
Su pasión por el sol
El estudio del sol fue el objeto central de su carrera y su amplio conocimiento de idiomas -hablaba con fluidez inglés, español, alemán y francés- le permitió trasladar todos sus avances científicos en universidades de todo el mundo. Fue profesora titular en la Universidad de Ginebra y profesora invitada en las universidades de Kiel (Alemania), Lieja (Bélgica), Granada (España), Sofía (Bulgaria), Estambul (Turquía) y Utrecht (Países Bajos).
Entre sus hitos está el ya mencionado honor de ser la primera mujer Secretaria General de la Unión Astronómica Internacional, desde 1976 hasta 1979, y también el ser la presidenta de varios comités de la organización, sobre todo centrados en la enseñanza e intercambio de conocimientos.
Tras eso, tardó cuatro años en jubilarse. Se retiró para vivir una vida tranquila en Basilea (Suiza), donde cuidó primero de su anciana madre y, más tarde, de su hermana, que sufría de Alzhéimer. Murió el 24 de julio de 1995, de un ataque al corazón. Curiosamente, sucedió durante unas vacaciones en España, el país que nunca abandonó del todo.