"Jacinda Ardern, ¿puede nombrarme rápidamente un líder mundial actual al que respete?", pregunta el moderador; "Por supuesto que puedo. Pedro Sánchez, de España...". Este intercambio tuvo lugar en el primer debate de una campaña electoral que ha llevado a la joven dirigente laborista a una histórica reelección, y provocó un pequeño terremoto viral en nuestro país.
Ambos mandatarios demostraron una excelente sintonía cuando coincidieron en la cumbre de la ONU de Nueva York sobre desarrollo sostenible de septiembre de 2009, pero un año después, el mundo ha cambiado dramáticamente. Y los resultados de la gestión de la crisis de la Covid en Nueva Zelanda no pueden ser más distintos de los que experimenta en estos momentos España. Las lecciones que ofrece su respuesta epidemiológica han sido detalladas ahora en la revista The Lancet.
25. Esta es la cifra oficial de neozelandeses fallecidos por Covid-19 durante la primera ola. La segunda, ni se ha presentado ni se la espera: el país ha tocado tope ligeramente por encima de los 1.500 positivos, y opera como si la pandemia hubiera sido virtualmente erradicada en su suelo por medios no farmacológicos.
Las comparativas tienden a ser injustas, porque Nueva Zelanda tiene aproximadamente la décima parte de la población de España. Pero todos sus habitantes cabrían en el área metropolitana de Madrid, una comunidad en la que se han producido más de 11.100 fallecimientos desde el comienzo de la crisis y del orden de 290.000 contagios.
El pasado viernes 16, el mundo contemplaba boquiabierto las fotografías del Spark Arena de Auckland lleno a rebosar con 6.000 espectadores, apretujados y sin mascarilla, sin requisitos de toma de temperatura ni presentación de resultados de tests para acceder. Una utopía que ha salido cara: las fórmulas milagrosas no existen y los confinamientos tempranos y estrictos han provocado una recesión económica con una caída del 12,2% del PIB en el segundo trimestre.
Es un batacazo similar al que sufrió la zona euro para el mismo periodo y que encabezó España perdiendo un 18,5%. Podría argumentarse que Nueva Zelanda puede aspirar a la ansiada 'recuperación en V', pero los kiwis están demostrando una prudencia extrema: un único brote que afectó a unas 180 personas llevó al confinamiento de la propia Auckland, capital económica, durante la mayor parte de agosto. Fue el único momento en el que la mascarilla fue obligatoria; a día de hoy, con la alerta rebajada, llevarla es una mera "sugerencia" sanitaria.
'Go hard, go fast'
Darle 'rápido y duro' al virus: esa ha sido la consigna en una región en la que las epidemias han causado históricamente estragos, propagándose muy rápidamente desde el momento en el que abrían brecha en los aislados estados insulares. Nueva Zelanda contaba con estrategias epidemiológicas contra las distintas pandemias de gripe que se han producido en Asia-Pacífico, pero optó a partir de enero por un enfoque específico para la Covid-19.
Se trataba de suprimir, y no mitigar, la transmisión del nuevo coronavirus SARS-CoV-2. Es el enfoque diametralmente opuesto a las estrategias "flexibles" sostenidas por países como Suecia, que consideraron "asumible" la mortalidad de la pandemia como para mantener la economía abierta y aspirar a la "inmunidad de rebaño". El tiempo ha demostrado que la segunda opción es trágicamente inviable.
Esto requirió una veloz respuesta tanto administrativa como sanitaria, una prueba de liderazgo que ha sido públicamente elogiada por la Organización Mundial de la Salud (OMS); Nueva Zelanda es de hecho una de las siete naciones gobernadas por mujeres que, según apuntaba Forbes, han capitaneado las mejores respuestas a la crisis.
Los criterios para diagnosticar la Covid se establecieron el 30 de enero y el 2 de febrero los hospitales ya contaban con test homologados para detectar la enfermedad. En esa misma fecha, cuando España todavía confiaba en celebrar el Mobile World Congress de Barcelona, se establecieron restricciones para los viajeros procedentes de China continental, que se fueron ampliando en las siguientes semanas a Irán, Corea del Sur y el norte de Italia.
Al igual que en nuestro país, los contagios se dispararon en la semana posterior del 8 de marzo; hasta entonces, lo que era un goteo de no más de un caso importado detectado cada día escaló a una veintena, con transmisión local, para el 15, y se ordenaba una cuarentena para todos los viajeros. En comparación, los casos detectados en España habían crecido un 70% en 24 horas y el día nueve ya sumaban un millar.
Los autores destacan la rapidez con la que el país pasó del primer nivel de alerta al cuarto, el confinamiento: cinco días, del 21 de marzo al 26, coincidiendo en el tiempo con el que se decretó el Estado de Alarma en España. Al haber actuado de forma temprana, el pico llegó el 23 de marzo con menos de un centenar de casos, mientras que España no empezó a 'doblegar la curva' hasta entrado abril. La transmisión comunitaria se consideró erradicada en Nueva Zelanda el 13 de mayo.
Esto ha sido acompañado de un robusto programa de rastreos de contactos. La trazabilidad de los casos y la incidencia de 'supercontagios' ha sido establecida tanto para los brotes importados -101 a consecuencia del turismo hotelero y de cruceros; 39, por conferencias; y 98 por bodas- como los locales, destacando escuelas, residencias de ancianos y "eventos privados". El 47% de los contagios, han podido comprobar, se originó tan solo en 37 encuentros.
La lección que deja Nueva Zelanda es que pecar de precavidos compensa frente la Covid. Los confinamientos son más cortos y efectivos cuanto más rápidamente se implementan desde el momento en el que se detecta la transmisión local: los autores destacan que la vecina Australia, que tardó más con brotes como el de la ciudad de Melbourne, ha tardado meses en reducir la incidencia, y no ha evitado los rebrotes. El desconfinamiento neozelandés no comenzó hasta que la positividad no alcanzó un 5%; en la segunda ola española, ronda el 12%.
No se puede, con todo, caer en simplismos: Nueva Zelanda tiene características, más allá de la insularidad, que han hecho que ningún otro país occidental haya podido replicar tan exitosamente su fórmula. La respuesta social e institucional a las catástrofes, destacan los autores, está muy bien desarrollada, acostumbrados como están a terremotos y vulcanismo.
Por otra parte, la Covid-19, recordaba la OMS, se ha extendido más rápidamente y ha sido más mortal en ciudades densas y contaminadas. La mitad de la población neozelandesa se concentra en las cuatro mayores ciudades -Auckland, Wellington, Christchurch y Hamilton- de la que solo la primera supera el millón de habitantes. España, famosamente vaciada, tiene una baja densidad: 93 habitantes por km2; en Nueva Zelanda, con la mitad de extensión, encontraríamos a 18.