Faltan tres minutos para la medianoche. No es el comienzo de una película de suspense, sino el estado actual del llamado Reloj del Apocalipsis (Doomsday Clock), una metáfora visual inventada por un colectivo de físicos nucleares para advertirnos de lo cerca o lejos que estamos del fin del mundo, tal como entendemos el mundo y tal como entendemos su fin.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, con el planeta en la cuerda floja de una paz precaria abierta a base de bombazos atómicos, un grupo de científicos de la Universidad de Chicago ideó una manera de advertir al mundo sobre el riesgo de guerra nuclear global. Aquellos científicos habían participado en el Proyecto Manhattan, así que ellos mismos cultivaron los hongos que arrasaron Hiroshima y Nagasaki. Y nadie conoce mejor a un hijo que sus propios padres. Así que desde 1947, los miembros de lo que luego sería el Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago han ejercido esa labor de conciencia global sobre lo cerca que estamos de destruirnos por completo los unos a los otros.
El Reloj del Apocalipsis se adelanta o atrasa según sus guardianes consideren que estamos más cerca o más lejos de las 12 de la noche, la hora final de la humanidad. En su primera presentación en 1947, la aguja estaba a siete minutos de la medianoche. Con la carrera de armamento y el desarrollo de los artefactos termonucleares (la llamada Bomba H), en 1953 la aguja se movió hasta dos minutos antes de las 12, para luego alejarse de la hora fatídica en décadas posteriores con los primeros tratados de control nuclear. En la presidencia de Ronald Reagan el reloj corrió de nuevo, llegando a los tres minutos en 1984. Desde entonces nunca había vuelto a estar tan cerca de la hora del desastre, llegando incluso a unos tranquilizadores 17 minutos de margen en 1991, con el presunto fin de la Guerra Fría.
Hasta 2015. En enero del pasado año, los miembros del Boletín colocaron la aguja de nuevo a tres minutos de la medianoche, una posición ratificada en enero de 2016. Sólo en dos ocasiones ha estado tan cerca de la hora final, y sólo en una ha superado esta marca. Actualmente el reloj no contempla únicamente el riesgo nuclear, sino también otros como el cambio climático o los asociados a tecnologías emergentes. Pero el mensaje es claro: estamos más cerca de nuestra aniquilación de lo que lo hemos estado en décadas, y casi tanto como en los tiempos más oscuros de la escalada nuclear. En palabras de los propios autores del Boletín, "es lo más cerca que las agujas han estado de la catástrofe desde los primeros días de los ensayos en superficie de la bomba de hidrógeno".
Revival nuclear
La alusión al riesgo nuclear tal vez resulte chocante para algunos. Es evidente que hoy la amenaza atómica no está tan presente en la calle como en los tiempos de la psicosis nuclear del siglo XX, cuando sólo la valentía del oficial de un submarino soviético evitó una hecatombe global durante la crisis de los misiles de Cuba, o cuando películas como Juegos de Guerra (1983) nos alertaban de lo cerca que estábamos de dejar de existir como especie. En palabras del columnista de Reuters y experto en seguridad global Peter Apps, "durante la mayor parte del siglo XXI hasta ahora, nadie se había preocupado particularmente de esas armas [nucleares]: la Guerra Fría terminó y se suponía que Europa había dejado atrás asuntos tan banales como la guerra".
En noviembre de 2015, el Proyecto para el Estudio del Siglo XXI (PS21), dirigido por Apps, reveló que un 60% de los expertos mundiales encuestados consideraban que el riesgo de guerra nuclear ha crecido durante la última década, y el 52% cree que continuará aumentando en los próximos diez años. "En total, predijeron para los próximos 25 años un 6,8% de probabilidad de un gran conflicto nuclear que mate a más personas que la Segunda Guerra Mundial, unos 80 millones según las estimaciones más altas", decían los responsables del estudio.
Para Seth Baum, director ejecutivo del laboratorio de Ideas Global Catastrophic Risk Institute, este aumento del riesgo se debe principalmente al empeoramiento de las relaciones entre Rusia y occidente, sobre todo a raíz de la crisis de Ucrania. "La gente asume que el riesgo ya no existe, pero no es cierto", señala Baum a EL ESPAÑOL. A esto se une que los propósitos de desarme manifestados por Barack Obama al comienzo de su presidencia se hayan trastocado en un plan de un billón de dólares para modernizar el arsenal; hace poco hemos sabido, por ejemplo, que el sistema de control de misiles aún utiliza disquetes de ocho pulgadas. El plan de modernización prácticamente garantiza el mantenimiento de la capacidad atómica durante las próximas décadas.
Algunos expertos señalan además un tercer factor: la tecnología. Las tres mayores potencias nucleares, EEUU, Rusia y China, están inmersas en el desarrollo de nuevas armas más precisas y menos destructivas, con cabezas nucleares más pequeñas y soportes más maniobrables, como planeadores capaces de volar a velocidades hipersónicas. Baum opina que “incluso las armas más pequeñas aún son tan grandes que sólo se usarían en circunstancias extremas”, pero otros no están tan seguros: recientemente el exsecretario de Defensa durante la presidencia de Bill Clinton, William J. Perry, sugería que estas nuevas armas serán “más usables”. El actual director de la Inteligencia Nacional de EEUU, James R. Clapper, declaró ante el Senado que “podríamos estar en una nueva espiral similar a la de la Guerra Fría”.
¡Peligro, contagio!
Y por si la nuclear no fuera suficiente amenaza, no es la única. La fundación sueca Global Challenges Foundation y el Global Priorities Project de la Universidad de Oxford acaban de publicar su informe anual Riesgos Catastróficos Globales 2016, que analiza las amenazas debidas a "eventos o procesos que podrían llevar a la muerte de aproximadamente una décima parte de la población mundial, o que tengan un impacto comparable". Al frente de estos riesgos se encuentran los únicos que históricamente han alcanzado este nivel de letalidad: las pandemias.
Según los autores del informe, la Plaga de Justiniano, una epidemia de peste iniciada entre los años 541 y 542, causó entre 25 y 33 millones de muertes, de un 13% a un 17% de la población mundial de la época. La peste negra del siglo XIV mató a entre el 11% y el 17% de la humanidad. Ya en el siglo XX, la viruela ocasionó más de 300 millones de muertes, y la llamada gripe española de 1918 acabó con entre un 2,5% y un 5% de la población global, superando en víctimas a la Segunda Guerra Mundial.
Aunque hoy pueda parecer inimaginable sufrir calamidades de tal escala, casos como el brote de ébola surgido en África en 2014 o la actual epidemia de Zika son motivo de alertas sanitarias y de gran preocupación social. Como ya analizó este diario, los expertos advierten de que la globalización está extendiendo numerosos patógenos emergentes por todo el mundo. Los autores del nuevo informe señalan a la peligrosa gripe aviar H5N1 como uno de los mayores riesgos actuales.
Sin embargo, Emanuele Montomoli, experto en gripe de la Universidad de Siena (Italia) y colaborador de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC), vislumbra otras amenazas en el horizonte, como nuevas cepas de H9N2 y H10N8 que "podrían elevar la preocupación por sus características", apunta a EL ESPAÑOL. Hoy incluso vuelve el fantasma de las infecciones bacterianas debido al aumento de la resistencia a los antibióticos: recientemente se ha publicado el caso de una mujer afectada por una temible cepa de la bacteria intestinal Escherichia coli inmune a la colistina, un antibiótico empleado a menudo como último recurso cuando todo lo demás falla.
Tecnologías fuera de control
Además de las pandemias naturales, los autores del nuevo informe prestan atención al peligro de los virus modificados por biotecnología. En 2012, dos controvertidos estudios fabricaron variantes de la gripe aviar H5N1 con potencial para transmitirse entre humanos por la respiración. En octubre de 2014 el gobierno de EEUU suspendió la financiación de este tipo de proyectos, con el fin de emprender una deliberación sobre la conveniencia de ampararlos. Aunque aún no hay decisión formal, el pasado 24 de mayo el Consejo Nacional Asesor de Ciencia para la Bioseguridad de EEUU presentó un borrador de conclusiones en el que no se excluye explícitamente la financiación de proyectos destinados a crear supervirus, recomendándose sólo "una continua vigilancia".
La biotecnología es una de las tecnologías emergentes que los expertos valoran como fuentes de grandes avances, pero también de riesgos de nuevo cuño. Otros dos casos son la inteligencia artificial y la geoingeniería. "Las tecnologías de geoingeniería podrían dar a un sólo país la capacidad de alterar unilateralmente el clima terrestre", escriben los autores del informe. El cambio climático es, obviamente, otra de las amenazas que penden sobre nuestras cabezas. "Hoy la gente es mucho más consciente de los riesgos del cambio climático que, por ejemplo, de los nucleares", comenta a EL ESPAÑOL Sebastian Farquhar, director del Global Priorities Project y coautor del informe.
Tal como hoy las entiende el consenso científico, las futuras repercusiones del cambio climático están afortunadamente muy lejos de amenazar de muerte al 10% de la población mundial, según la definición cubierta por el informe. Pero hay un ¿y si...? Entre los casos improbables, aunque no imposibles, se encuentra el llamado cambio climático catastrófico, un efecto de retroalimentación de las alteraciones climáticas que podría elevar la temperatura del planeta hasta en 6 oC o más, haciendo inhabitables grandes regiones de los trópicos. Según un estudio, las posibilidades de un escenario así podrían oscilar entre el 3% y el 10%, dependiendo de cómo evolucionen los niveles de emisiones de gases de efecto invernadero y teniendo en cuenta un cierto margen de incertidumbre sobre la sensibilidad del clima.
Pero al final, ¿cuáles son las probabilidades reales de todas estas catástrofes? Según Baum, los riesgos son "extremadamente altos, tanto que suelen subestimarse". El estudio de Farquhar y sus colaboradores hace unos números basándose en el Informe Stern sobre la economía del cambio climático (2006), que estimaba en un 0,1% la probabilidad de extinción humana cada año. "Si esta estimación es correcta, una persona media tiene más de cinco veces mayor probabilidad de morir en un evento de extinción que en un accidente de tráfico", concluye el documento. Las cifras son solo cifras, y el papel lo aguanta todo. Pero el espíritu es unánime: "Lo que está en juego es enorme", dice Baum; "el destino entero de la civilización humana".
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