Todo tiene una explicación, y los suspiros también. La ciencia ya sabía que este mecanismo involuntario de respiración, que repetimos de media cada cinco minutos, ayuda a preservar la función pulmonar y por tanto, a que sigamos vivos.
"Un suspiro es una respiración profunda, pero no una respiración profunda voluntaria. Empieza como una respiración normal, pero antes de exhalar, se toma un segundo aire en la parte superior de la misma", dice Jack Feldman, investigador en el Brain Research Institute de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) y co-autor del estudio que se publica esta semana en Nature.
En este trabajo, Feldman y Mark Krasnow, de la Facultad de Medicina de Stanford, ha descubierto en ratones que dos pequeños nodos situados en el tronco del encéfalo, 200 neuronas en total, son responsables de transformar una inhalación estándar en un suspiro.
"Al contrario que un marcapasos que sólo regula lo rápido que respiramos, el cerebro también controla qué tipo de respiración hacemos", dice Krasnow, "está compuesto por un número pequeño de neuronas diferentes, y cada una funciona como un botón que activa un tipo de respiración: uno inhalación normal, otro suspiros y otros podrían ser para bostezos, toses o incluso risas y llantos".
Esto sucede al liberar dos tipos de neuropéptidos, pequeñas moléculas de aminoácidos que activan los músculos de la respiración, pero hasta ahora no habían podido identificarse qué neuronas concretas activaban esta liberación.
Hay muchos procesos involuntarios en el cuerpo, como el parpadeo, pero ninguno de los estudiados hasta ahora parece requerir menos neuronas que el suspiro. Sin embargo, comprender el control de este proceso fisiológico puede ser clave para que los científicos desarrollen terapias contra varias enfermedades respiratorias, por ejemplo, patologías psiquiátricas -como la ansiedad- donde el suspiro se debilita.
Y esto es un problema porque la función primordial del suspiro es inflar los alveolos, esos pequeños globos que almacenan el producto de la respiración dentro de nuestros pulmones. "Cuando los alveolos se cierran, ponen en riesgo la habilidad del pulmón para intercambiar oxígeno y dióxido de carbono", explica Feldman, "y la única forma de abrirlos de nuevo es con el suspiro, que aporta el doble de volumen que una inhalación normal". Si no suspiráramos, nuestros pulmones, ay, acabarían fallando.