Aunque diste mucho de ser un título nobiliario, Antonio López San Román es el paladín del trasplante fecal en España. El jefe de sección del servicio de Gastroenterología del Hospital Ramón y Cajal de Madrid lleva meses pregonando en el desierto para que se popularice un procedimiento "fácil, barato y sin apenas complicaciones".
Se trata de una técnica muy generalizada en otros países y también en la Red, donde existen varios tutoriales en vídeo que explican cómo llevarla a cabo en la propia casa. "Un paciente mío me dijo que lo había hecho así; tenía fuertes diarreas y decidió implantarse con heces de su hija, con un enema", comenta este experto que critica la iniciativa: "Hay que hacer las cosas bien".
Esta es precisamente la idea central de un editorial que publica en su último número la revista British Medical Journal (BMJ). Los autores, del King's College de Londres y la Universidad de California en San Diego, tienen muy claro lo que hace falta: más experiencias, más centros que practiquen estos trasplantes, un método adecuado de análisis de donantes y ensayos clínicos que evalúen los efectos a largo plazo.
Si no, advierten, "dada la facilidad de llevar a cabo el procedimiento en casa siguiendo las instrucciones disponibles en internet, los pacientes con dolencias crónicas pueden perder la paciencia y tomar cartas en el asunto, con consecuencias impredecibles".
López San Román hizo su primer trasplante fecal en mayo y conseguir los permisos fue una odisea. Fue al comité ético de su hospital y también al encargado de decidir sobre los ensayos clínicos. "No me decían ni que sí ni que no; no estaba prohibido, pero nadie me lo permitía", comenta el médico, que acudió hasta al organismo que regula los trasplantes en España, la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). "Me dijeron que no eran competentes", recuerda.
Me di cuenta de lo difícil que es en el sistema actual hacer algo que se salga del tiesto y que no lleve detrás a grandes empresas farmacéuticas
Al final, el médico acudió a la dirección del hospital, que le autorizó con entusiasmo. "Creo que al final lo acabará regulando la Unión Europea, pero supongo que se clasificará como producto no farmacéutico porque, al fin y al cabo, las heces no son un medicamento", afirma este apóstol del trasplante de microbiota fecal, el nombre científico del procedimiento, que en España se lleva a cabo de forma regular en dos hospitales -el Ramón y Cajal y Bellvitge- y se ha hecho de forma esporádica en dos más, incluido el Gregorio Marañón de Madrid.
"Me di cuenta de lo difícil que es en el sistema actual hacer algo que se salga del tiesto y que no lleve detrás a grandes empresas farmacéuticas", señala.
Gregorio Valencia, del Instituto de Química Avanzada de Cataluña del CSIC, escribió recientemente un artículo sobre trasplante fecal en la versión en la revista Investigación y Ciencia. Su mensaje coincidía, básicamente, con lo publicado por la revista británica.
El experto comenta con EL ESPAÑOL los posibles riesgos del procedimiento y apunta a la complejidad de estudiar una técnica "que no se puede patentar". "La gente va más rápido de lo que avanza la ciencia", advierte y vaticina que los avances vendrán "por la parte académica".
Las indicaciones
Como explican en el BMJ, la indicación para la que el trasplante fecal ha mostrado más utilidad es para una viejísima infección: la provocada por Clostridium difficile, una bacteria que un sistema inmunológico fuerte vence sin problemas con el fármaco adecuado, como demuestra el caso del propio López San Román, que la tuvo.
Pero en ancianos y personas con las defensas bajas, sobre todo tras el consumo de antibióticos, el organismo no sabe cómo atacar al patógeno. Aunque se retira momentáneamente suele reaparecer, y provoca diarreas fuertes y otros trastornos intestinales graves, con riesgo de ingreso hospitalario e incluso fallecimiento.
La clave de la falta de éxito del tratamiento en estos pacientes está en la flora intestinal. "Es como si hubiéramos cultivado una mala hierba y por eso hay que cambiarla por la de otra persona", explica el especialista en digestivo.
La idea del trasplante fecal dista mucho de ser nueva. Como recuerdan este médico y su pupila Ana García García de Paredes en una revisión publicada en julio de este año, en la antigua China, el médico tradicional Ge Hong utilizó suspensiones de materia fecal administradas por vía oral en pacientes envenenados o con diarrea grave; el procedimiento fue considerado un éxito y un milagro médico de la época.
Es como si hubiéramos cultivado una mala hierba y por eso hay que cambiarla por la de otra persona
Además de para la C. difficile, el trasplante fecal se está probando para el síndrome de intestino irritable, la enfermedad intestinal inflamatoria, la encefalopatía hepática y el autismo, todas ellas dolencias de difícil manejo. Como se recuerda en el BMJ, se cree también que puede funcionar para mejorar la tolerancia a la quimioterapia e incluso como tratamiento para la obesidad, aunque ensayos pequeños en este sentido no han dado resultados concluyentes.
En España, sólo se ha probado para la indicación más estudiada. "No nos hemos querido meter en cosas exóticas", ríe San Román, aunque no duda en que lo intentaría hacer si se encontrara con un paciente desesperado cuya opción fuera una extirpación de colon. "Pediría permiso al comité ético y al director de mi hospital, creo que habría que intentarlo antes de optar por la cirugía", señala.
El procedimiento
Aunque se habla de trasplante fecal, el procedimiento no es tan obvio como suena. "El donante, al que se somete a un completo chequeo que incluye análisis de sangre y heces para confirmar que está sano, trae sus excrementos en un bote; esto se mezcla con agua y se filtra para extraer la flora, como si pasara por una centrifugadora; en la superficie queda un líquido amarillo y en el fondo los restos de comida y otros desechos que no interesa trasplantar”. A través de una colonoscopia, el paciente recibe 250 mililitros de la versión moderna de lo que los chinos denominaron como "sopa amarilla".
Constantino tiene 68 años y bromea: "Llevo casado 47 años, no me preocupó que tuvieran que hacerme pruebas en busca de la sífilis o del virus del sida". En agosto acudió al Hospital Ramón y Cajal con un bote de heces para su madre, Concepción, una mujer de 93 años que, afectada por C difficile, estuvo "dos veces a punto de morir este verano por las diarreas que le provocaba". Así, al mayor de los dos hijos de esta enferma ni se le pasó por la cabeza decir que no. "El médico nos lo explicó tan fácil y la atención fue tan buena que ni nos extrañó", señala el donante, que estaría dispuesto a repetir hasta para un desconocido "siempre que fuera en esas circunstancias".
La mejora suele ser muy rápida, en 12 horas acaban las diarreas. Pero el parámetro más importante es que la infección no vuelva. "De cuatro casos que hemos hecho, ninguno ha recurrido", comenta San Román, que cree que hay que hacer "más investigación en este campo" y que sólo es cuestión "de organizarse".
Los retos
Tanto el editorial del BMJ como los expertos consultados por EL ESPAÑOL coinciden en los desafíos que afronta la técnica:
Banco de heces. En EEUU existe ya uno, OpenBiome, que congela los excrementos de decenas de voluntarios que donan sus heces a la ciencia. Los científicos hablan de posibles superdonantes, personas cuya flora intestinal sea especialmente beneficiosa.
Trasplantes indeseados. Además de la posibilidad de trasplantar agentes infecciosos, lo que se reduce con un buen cribado del donante, se han registrado algunas anécdotas en el marco de ensayos clínicos que habría que vigilar. Por ejemplo, dos receptores del trasplante ganaron, además de salud, unos kilos extra, lo que se atribuye a la obesidad de sus donantes. En animales, se ha visto que los microbios intestinales puede producir sustancias neuroquímicas que, una vez implantadas en otro organismo, podrían provocar un desequilibrio en neurotransmisores involucrados en la depresión y la ansiedad.
Legislación. Ha pasado muy poco tiempo desde que se ha probado de forma seria la eficacia de este procedimiento. El primer ensayo clínico data de 2013. La presión de pacientes y médicos en EEUU hizo que se "librara" del complicado procedimiento burocrático que acompaña a cualquier fármaco experimental. Las autoridades sanitarias del Reino Unido han aprobado su uso, pero el resto de países de la UE y Australia aún no se han pronunciado.