“Me he criado en el bar que tenían mis padres desde que nací. En el bar crecí y estudié. Incluso, puedo decir que aprendí a contar con las cocacolas que teníamos en el lugar. Estudié Educación Infantil porque me gustan mucho los niños. En un momento de mi vida me di cuenta de que lo que más feliz me hacía era la hostelería y nuestro bar. Me gusta hablar con mis clientes, que por supuesto son los mejores. Aquí no hay un día monótono ni uno igual que el otro”, asegura, en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, Diana Llorente Alonso.
A sus 33 años, ella es la dueña, en la actualidad, del Bar Sala San Francisco, que se ubica en la localidad vallisoletana de Villanubla, a escasos 10 minutos, en coche, de la capital de provincia. Un establecimiento hostelero que se ubica, desde hace muchos años, en la calle Cuatro Calles número 11 de la conocida localidad pucelana.
Un bar que abrió, por vez primera, su abuelo. Antes se llamaba Bar Luna. Ese fue el nombre que puso Martín Llorente. Fue por el año 1988 cuando el creador tuvo que jubilarse para coger las riendas el padre, Francisco, al que todos conocen como Jose, haciendo una gran reforma y dando el impulso a la Sala San Francisco.
“Los años iban pasando, yo crecía, y en el 2016, después de haber vivido unos años fuera, decido volver y quedarme con el bar, junto a mi padre. Y la historia continúa a día de hoy”, confiesa Diana.
Conocemos más la historia de un bar de esos míticos de pueblo, en este reportaje.
Una mujer emprendedora
“Me considero una mujer emprendedora y familiar que disfruta estando en el bar y con la familia. Soy alegre, simpática y un poco tera. Cuando me propongo algo, siempre lo consigo. También logro que la gente que esté a mi lado se ría, algo que es muy importante para mí”, confiesa Diana, orgullosa, en declaraciones a este periódico.
Nacida y criada en Villanubla, donde está el bar que ahora lidera junto a su padre, nuestra entrevistada es una mujer emprendedora y que ha recorrido mucho mundo a sus 33 años. Una hostelera de quilates que busca dar el mejor servicio y también un gran trato a los clientes que llegan, cada día, a su negocio.
“Mi infancia fue feliz. Me relacioné, desde pequeña, con muchos adultos porque mis padres estaban siempre en el bar y yo con ellos. Allí aprendí a jugar a las damas, al ajedrez o al dominó. A muchos juegos de mesa con los que disfrutaba. Nunca me faltó el cariño de mis padres, que es lo más importante”, asegura.
Una vida, marcada por un bar. No cabe duda.
Un bar, de generación en generación
“El bar ha ido pasando de generación en generación. A mí me encanta la hostelería. Llevo toda la vida aquí, pero decido hacerme cargo del mismo en el año 2016. En 1988 cambia de nombre. Del Bar Luna, al Bar Sala San Francisco. Somos yo, mi padre, y un trabajador, los que sacamos el negocio adelante cada día”, añade nuestra protagonista.
Un bar que cuenta con 100 metros cuadrados y cuya especialidad es “el don de gentes” y “el buen humor”. Algo tan necesario en los tiempos que corren en los que el día a día y el trabajo lo marcan todo. Entrar en el establecimiento hostelero es salir con una sonrisa y eso es vital.
“Pensamos que es muy necesario reír y el buen humor. La vida son dos días y no estamos aquí para discutir o estar enfadados. Esa es una frase que aprendí de mi padre y que siempre tengo en la mente. Cuando, en alguna ocasión, hemos tenido un desencuentro con algún cliente la cosa acaba con un apretón de manos. Esa es la actitud”, apunta Diana.
Un buen ambiente para tomarse un refresco o una copa de las mejores marcas disfrutando de un gran partido de fútbol. Una opción perfecta para disfrutar.
Seguir como está en el futuro
“Nadie puede predecir lo que va a ocurrir en el futuro, pero me gustaría continuar con la tradición familia y que, el día de mañana, sean mis hijas las que se encarguen del bar. Aún son muy pequeñas y, a mí, me queda cuerda para rato. A mi padre le queda menos para jubilarse”, explica Diana.
Nuestra protagonista tiene las ideas claras y quiere que todo fluya, que el bar continúe recibiendo, cada día, clientes. Ya sean vecinos de Villanubla o forasteros que llegan, y muchos, dada la cercanía con el aeropuerto provincial que ayuda al trasiego de gente cada jornada.
“Deseo seguir como siempre, como todos los años anteriores, dando un buen servicio al pueblo”, finaliza.
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