“El concepto de España Vaciada es completamente incorrecto; como mucho podríamos hablar de la España despoblada, o de baja densidad, más ajustados a la realidad, aunque tampoco es del todo cierto, el más certero -afirma el profesor emérito de Geografía de la UVa, Fernando Molinero- sería el de España rural interior, en el que se incluirían tanto los núcleos rurales que han perdido parte de la población, los que han recuperado o los periurbanos próximos a las ciudades”.
Una cuestión, la de determinar qué territorio forma parte de la España rural que aborda, junto a otras muchas, en el libro “Una mirada geográfica a la España rural” (Editorial Revives), escrito en colaboración con la profesora de Análisis Geográfico Regional, Milagros Alario.
A lo largo de siete capítulos los autores realizan un exhaustivo análisis de la transformación de ese espacio geográfico, en el que lo agrario, continúa siendo fundamental, pero con muy poca capacidad de empleo, por la tecnificación generalizada. A ello se han sumado nuevas actividades económicas, como las de producción de energía renovable o las dedicadas a la ganadería intensiva sin tierra (macrogranjas y otras numerosas explotaciones más pequeñas, huertos solares, aerogeneradores…). Las políticas agrarias, entre las que se cuenta la PAC, han contribuido a la modernización técnica y económica, favoreciendo la pérdida de empleos y de población, a su desestructuración y a la desarticulación del territorio rural. Acompañan su análisis de abundantes gráficos, mapas y fotos.
Sobre las macrogranjas, el profesor señala que conviene preguntarse “¿a quién benefician? Ya que las explotaciones con miles de cabezas de ganado porcino de cebo generan muy poco empleo, y tienen efectos negativos en los municipios donde se instalan, más por los olores (que no pueden evitarse) qué por los residuos, para los que ya hay tratamientos adecuados. Es obvio que el modelo de explotaciones medianas, con suficiente escala, beneficia directamente a los ganaderos y no produce el rechazo de las macrogranjas, cuyos beneficios en muchos casos van a parar a capitales foráneos, a fondos de inversión o a firmas dedicadas a la especulación con materias primas agrarias”.
En cuanto a los huertos solares, Molinero cree que “el conflicto con los agricultores podría evitarse instalándolos en terrenos de secano, en lugar de hacerlo en fincas de regadío, donde resulta más fácil engancharse a las líneas eléctricas preexistentes. Pero tanto la energía termosolar, como la eólica, constituyen una buena fuente de ingresos para los particulares y los ayuntamientos, que pueden mantener servicios básicos e incluso crear algunos servicios municipales, aunque también hay alcaldías que dejan el dinero en el banco sin darle un destino productivo”.
“Tanto la ganadería intensiva como la producción de energías renovables se han sumado a las producciones agrarias sin merma de estas, pero con una fuerte contestación popular, a menudo procedente de grupos ecologistas y otras veces de vecinos que no reciben beneficios, pero que soportan la vista, el ruido y los impactos paisajísticos derivados de la implantación de aerogeneradores o campos de placas solares”, añade.
El resultado de la evolución técnica, económica y social ha consolidado un modelo en el que el campo ha salido perdedor; un modelo que, según señala el profesor Molinero en el libro “ha dejado a la España rural exangüe, exhidra, extenuada y desposeída de gente”.
“Un nuevo modelo que provoca un dinamismo económico, pero con el que no crece la población. Cada vez más vemos un movimiento pendular de trabajadores del medio rural que vive en las ciudades y se desplazan a trabajar al campo, bien se trate de agricultores o de funcionarios, en contra de lo que sucedía hace décadas, cuando la gente del campo se desplazaba a trabajar a las ciudades. Y es que el abandono del campo, más allá de la creación o no de empleo, está en lo que los ingleses llaman el push rural o rechazo a lo rural, producido por la pérdida de servicios, no sólo de sanidad, educación, o bancarios, sino también de la oferta de ocio y cultura”, concluye.
Para luchar contra ese `rechazo a lo rural´ el profesor propone establecer una jerarquización del poblamiento, basada en la concentración de suficientes servicios en las cabeceras de comarca, a los que acceder desde núcleos rurales más pequeños y aislados. Un acceso que según Molinero deben garantizar las administraciones “aunque no sea rentable” y que actualmente se realiza como se puede, generalmente por la iniciativa privada.
Garantizar los servicios es la mejor forma de fijar la población y taponar la fuga, sobre todo, de los más jóvenes a las ciudades. Y es que la alternativa del campo como lugar de segunda residencia, o para realizar el teletrabajo, “no es suficiente para revertir el proceso de despoblación” y tampoco “crear empleo agrario, ya que esto sería ir a contracorriente del sentido de la historia”.