"Alguno se acerca curioso a un lienzo y mira por un ojo y ve a Ángeles Santos, corriendo gris y descalza orilla del río. Se pone hojas verdes en los ojos, le tira agua al sol, carbón a la luna. Huye. Viene. Va. De pronto, sus ojos se ponen en los ojos de las máscaras pegados a los nuestros. Y mira, la miramos. Mira sin saber a quién. La miramos. Mira". Son las palabras que Juan Ramón Jiménez, el padre espiritual de la Generación del 27, dedicó en su libro 'Españoles de tres mundos’ a una joven nacida en Portbou (Girona) a finales de 1911, que escasas semanas antes de cumplir siquiera los 18 años, con unos lienzos inmortales creados en un pequeño rincón de Valladolid, deslumbró en el IX Salón de Otoño de Madrid a lo más granado de la intelectualidad de una España en ebullición, como explica César Combarros, de Ical.
La mirada y el sueño, el misterio y la magia, se encierran en el enigma de Ángeles Santos. En silencio, como transcurrió su longeva vida, el 7 de noviembre se cumplió el 110 aniversario de su nacimiento, un momento inmejorable para recordar su memoria y su impactante legado, que mantiene intacta su capacidad de asombrar al espectador.
Un silencio
"Mi madre era un silencio". Pocas frases más certeras que esa del también pintor Julián Grau Santos para recordar a la artista. Su único hijo, fruto del matrimonio de ella con el también pintor Emilio Grau Sala en enero de 1936 poco antes del estallido de la Guerra Civil, ha recogido sus ‘Memorias de una vida’ en un libro donde plasma negro sobre blanco los recuerdos personales de “una familia de pintores”.
Ángeles Santos vivió junto a él y su nuera (y sobrina) Nines las últimas décadas de su vida en las afueras de Madrid, en una casa rodeada de un frondoso jardín, donde siguió pintando hasta los 98 años, muchas veces en compañía de su hijo. "De pronto un día levantó la mirada y dijo: ‘Ya no pinto más’. Y se acabó", recuerda ahora Julián en declaraciones a Ical en el estudio que ambos compartían.
La casa está impregnada del espíritu de sus padres. Intacta permanece la habitación donde ella pasó sus últimos años de vida, un austero cuarto donde lo primero que aparece es un galán con su chaqueta preferida, la misma con la que la retrató maravillosamente Julián cuatro años antes de que falleciera plácidamente a los 101 años. En las paredes cuelgan un delicado paisaje nevado de una plaza en Huesca, una vista interior de ese mismo escenario con una gran muñeca de porcelana y, ya en gran formato, 'La tía Marieta', un óleo que pintó con 16 años que fue una de las tres primeras obras que expuso en su vida, y que despertó el interés de Francisco de Cossío, entonces director del Museo de Escultura, que se convirtió en su gran mentor. "Cossío la admiraba mucho y él fue quien la lanzó", apunta Julián.
Por la casa, la mirada del visitante se cruza con infinidad de lienzos y fotografías de ellos o del propio Julián, espléndido retratista por su parte. En las estanterías emergen libros dedicados a Angelita por los muchos admiradores que en su juventud cosechó durante sus años a orillas del Pisuerga: "Jorge Guillén me dedicó 'Cántico' y Lorca su primer 'Romancero gitano'. A mi casa de Valladolid vinieron poetas y escritores… En la ciudad había un grupo de intelectuales que, después de conocer mi obra, pasaban por la casa a ver mis otros cuadros”, recordaba en entrevista con Núria Rius en 1999.
"Mi madre era muy reservada, enigmática. Era atractiva, pero desconcertante para todo el mundo, intimidaba. Allá donde entraba ella, se hacía el silencio. De temperamento muy cambiante, pero con un gran encanto", reconoce Julián.
Una vida errante
Ángeles Santos Torroella nació el 7 de noviembre de 1911 en Portbou, en la frontera con Francia. En ese pueblo de la costa ampurdanesa su padre Julián, hijo de labradores oriundo de Saucelle (Salamanca), había sido destinado tras conseguir la plaza como funcionario de Hacienda, y trabajaba como inspector de aduanas cuando conoció a Aurelia, la que sería su mujer.
Ángeles o Angelita, como la conocían en su familia, fue la mayor de ocho hermanos y pasó las primeras décadas de su vida itinerando por toda España. Durante la estancia de sus padres en Ayamonte, con catorce años, fue internada en el Colegio de las Esclavas Concepcionistas del Sagrado Corazón de Jesús, en Sevilla, y allí comenzó a dar sus primeros pasos en la pintura, cuando la directora les enseñó a dibujar copiando láminas de Ingres. Su talento le supuso varios premios escolares y no pasó desapercibido para la madre superiora, que le dijo a su abuelo: "Esta chica es una artista".
Con eso en la cabeza, a la llegada de la familia a Valladolid en octubre de 1927, su padre contrató a Cellino Perotti, un pintor y restaurador italiano afincado a orillas del Pisuerga, para que todos los días, de ocho a nueve de la mañana, le impartiera clases de pintura a la joven en el hogar familiar antes de que esta marchara al colegio. "Me encantaba pintar, lo hacía muy rápido, deprisa, deprisa… El profesor quedaba siempre extrañado con mi rapidez", contaba la propia Ángeles Santos a Rius.
Valladolid y la pasión por la pintura
Fue allí, en su domicilio en el edificio de los Almacenes Calabaza (en la esquina de las calles Alonso Pesquera y la actual Fidel Recio, frente al Santuario Nacional de la Gran Promesa), donde Angelita recibió clases de pintura de Perotti durante alrededor de un año. De su mano, según explica a Ical el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid Francisco Javier de la Plaza, "perdió el miedo a los grandes formatos", ya que copiaba al óleo en enormes tapices obras de la pintura clásica.
En el verano de 1928, en la casa de sus abuelos paternos en Saucelle, comienza a pintar sin descanso. Allí crea lienzos como ‘El tío Simón’, donde retrata a un anciano con el traje charro típico de Salamanca. La temporada estival prosiguió para ella en Portbou, donde con 16 años da forma a obras como 'La tía Marieta' o 'Niños en el jardín'.
A su regreso a Valladolid en septiembre, y tras ver sus lienzos, el diputado Alfonso Roca de Togores, marqués de Alquibla, le encarga retratar a su esposa y le recomienda presentar las dos obras pintadas en Portbou a una gran exposición promovida por la Academia de las Bellas Artes de la Purísima Concepción que se celebraría en otoño en las salas del Circulo Mercantil, para dar a conocer la obra de los artistas locales.
El 19 de octubre, Francisco de Cossío publicaba en El Norte de Castilla una entusiasta crítica donde aseguraba que "la revelación más interesante de la exposición" era ella. Es el influyente Cossío quien, entusiasmado, convence al padre de Ángeles de que la joven deje de estudiar para centrarse exclusivamente en la pintura. Como explica Josep Casamartina y Parassols en el catálogo de la exposición 'Angeles Santos, un mundo insólito en Valladolid', que él mismo comisarió en el Museo Patio Herreriano en 2003, "la joven pronto dejará la escuela para dedicarse a pintar de una forma continuada durante algo más de un año y medio, con una evolución rápida y sorprendente".
En el efervescente Valladolid de la época, y acompañada siempre por su padre, Ángeles comienza a frecuentar ambientes intelectuales y conoce el trabajo del pintor Cristóbal Hall, que se convertiría en una de sus primeras influencias, y cuyo taller en la buhardilla del Teatro Calderón era un centro habitual de tertulias.
Un avance imparable
Tras el éxito de su participación en la muestra colectiva, la artista comienza a pintar de forma enfebrecida, y entre septiembre de 1928 y abril de 1929 da forma a alrededor de cuarenta cuadros, la mitad de los cuales se mostraron en su primera exposición individual, inaugurada el 11 de abril en el Ateneo de Valladolid, ubicado en la actual calle Menéndez Pelayo. Entre otras pinturas, allí se pudo ver por primera vez su impactante 'Autorretrato', donde mira fijamente al espectador, que gracias a un depósito de la familia actualmente puede admirarse en la Sala 203.02 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 'Mujeres en vanguardia'.
"En 'Autorretrato' ella se representa joven, con 17 años, y es sorprendente la seguridad con la que se pinta a sí misma y la modernidad que destila el cuadro", apunta el vallisoletano Raúl Martínez, conservador de Pintura y Dibujo hasta 1939 en el Museo. Según explica a Ical, tanto este lienzo como 'Tertulia', exhibido a su lado, son obras "muy cercanas a la nueva objetividad alemana", que Ángeles Santos había podido conocer gracias al libro de Franz Roh 'Realismo mágico: post-expresionismo: los problemas de la más reciente pintura europea' y a publicaciones como 'Cahiers d’Art'.
Estallido creativo
Es a mediados de 1929, liberada ya de ir al colegio, cuando da forma a sus dos grandes obras maestras: la citada ‘Tertulia’ y ‘Un mundo’. El primero lo pintó en un pequeño piso que tenían algunas amigas suyas, compañeras de las clases de Perotti; la disposición de las cuatro figuras femeninas, por su manera de "acomodarse a un espacio acotado", le recuerda a Raúl Martínez, en cierto modo, los retablos de escultores como Juan de Juni o Berruguete que se exhibían en el Museo de Escultura tan próximo a su domicilio vallisoletano (el Museo se encontraba entonces en el Palacio de Santa Cruz) y que tanto influyeron en ella.
"En 'Tertulia' pintó a sus amigas de Valladolid leyendo y fumando. Lo han jaleado mucho las feministas, y el éxito de ahora se debe en gran parte a ellas, aunque mi madre no es que fuera especialmente feminista. En realidad era una rebelde que ansiaba una vida libre, pero su padre no se lo ponía fácil", rememora Julián.
La otra obra, llamada a cambiar su vida, era ‘Un mundo’, un colosal lienzo de nueve metros cuadrados que su padre encargó a la Casa Macarrón en Madrid después de que ella le dijera: "Quiero pintar el mundo. Todo lo que yo he visto". "Cuando lo recibimos lo clavamos con chinchetas en la pared de mi habitación. Era una tela muy grande y cuadrada. Al principio no sabía cómo llenarla, pero iba a pintar algo en ella. Luego ya inventé. En lugar de representar la tierra redonda la hice cuadrada, en planos, porque yo había leído sobre el cubismo y así me resultaba más fácil ir colocando las cosas", rememoraba la pintora en 1999.
El detonante temático del lienzo se encuentra en los primeros versos de 'Alba', el primer poema de la 'Segunda antolojía poética' de Juan Ramón Jiménez, uno de los libros de cabecera esos años de Ángeles Santos. "Yo no me inspiraba en nadie. La pintura salía así de mí. Las pinturas de mi primera época no sé si son tan innovadoras; son realistas, ¿no? Así hice 'Un mundo', sin ningún modelo, porque todo lo tenía en la cabeza. Solo me serví de alguna idea de la poesía y de las noticias del planeta Marte. Me inventé unos seres allí, quizá existan algunos parecidos, nunca se sabe", confesaba.
El colosal lienzo, que corona la Sala 205.06 del Reina Sofía (bautizada como 'Realismo y superrrealismo en el arte nuevo') refleja una serie de ángeles que en lugar de apagar las estrellas (como en el poema) corren a encenderlas antes de regresar alados al cielo, mientras en un rincón seres extraterrestres se regocijan en la música, y la vida cotidiana sigue su curso en un planeta cúbico del que vemos tres lados. Arriba, en la parte superior, aparece Valladolid, con su río Pisuerga partiendo la ciudad y casas sin paredes donde se puede ver cuanto sucede en el interior de los hogares (en una de esas estancias se reproduce en miniatura la escena que luego captaría la artista en 'Tertulia'). A la derecha, en la vertiente más luminosa del planeta imaginado, aparece Portbou, el 'hogar' idealizado de Ángeles, escenario de juegos de verano ajeno a cualquier preocupación; y en la parte central, dominado por la oscuridad, representa un escenario sombrío marcado por la muerte, del que solo se puede escapar en un solitario tren que transita hacia Portbou, ocupado por un único pasajero que asoma su rostro por la ventanilla del penúltimo vagón. "Yo siempre he pensado que esa figura solitaria que viaja en el tren es mi madre, que viaja rumbo a Portbou", señala Julián con una sonrisa.
Sus recuerdos con el colosal lienzo son muy personales. "Nací con ese cuadro pegado a las narices. Jugaba a conquistarlo lanzándole flechas de goma. Observándolo, aprendí a leer, a saber qué es una novela", escribía en ‘El Cultural’ en 2011, con motivo del centenario del nacimiento de su madre; al respecto, ahora sentencia: "'Un mundo' fue mi alimento de imagen durante la infancia".
El fulgor de un mundo
Ese cuadro sería la estrella absoluta en el IX Salón de Otoño de Madrid, que abrió sus puertas en los palacios del Retiro el 19 de octubre de 1929. "La joven pintora y su despampanante obra llegan a Madrid en el momento preciso, cuando se están gestando cambios en el ambiente cultural y artístico; se la compara a la otra revelación femenina: Maruja Mallo, y todos reconocen lo increíblemente original, novedoso y auténtico de su obra", recalca Casamitjana.
"La obra de Ángeles Santos en esos años supuso una revolución para el arte", subraya Raúl Martínez, del MNCARS. "Conjugó una serie de influencias que en ese momento estaban irrumpiendo en el arte europeo, como el realismo mágico o el surrealismo, y lo presentó de una manera totalmente novedosa en un cuadro de gran formato totalmente inesperado para la época, sobre todo al estar realizado por una mujer inusitadamente joven", añade.
Inmediatamente después del Salón de Otoño es invitada a exponer en el madrileño Lyceum Club, donde Ramón Gómez de la Serna descubre su obra y queda deslumbrado. "Ángeles Santos es la anunciadora de una superación y toca el cielo con las manos", escribió de ella. Comienza así una estrecha relación personal entre ambos, con un profuso intercambio epistolar e incluso una visita personal sobre la que posteriormente aclaró que "en sus cuadros se notaba la angustia que lleva dentro", en una etapa en la cual su pintura se torna más oscura lienzo a lienzo. "Sufría al pintar, por eso lo borraba muchas veces", reconocía Ángeles.
La muerte y lo real
Sobre la relación de su madre con Gómez de la Serna, Julián escribe: "Él, aunque era mayor, la pretendía". "Tras la contundente negativa de mi abuelo al posible enlace, mi madre le montó un número tremendo y le dijo que se iba a ir de casa, al río, y que igual se suicidaba. Esa misma noche despareció, y al cabo de unas horas la encontró el guarda en el río, cerca de la caseta del embalse, caminando desorientada de un lado a otro y con la ropa totalmente mojada. (…) Mi abuelo se asustó y decidió internarla en Madrid, en el sanatorio psiquiátrico del Doctor León, donde estuvo incomunicada", recuerda su hijo. Sobre ese episodio, la propia Ángeles Santos le habló a Núria Rius: "Me trastorné un poco y me llevaron a descansar a un sanatorio durante un mes y medio. Estaba nerviosa y solo me apetecía llorar. No sabía lo que quería".
Aquel oscuro episodio, del que poco más se sabe, supondría un punto y aparte en su relación con el arte. "Nunca hemos sabido qué pasó en su internamiento, pero desde su regreso mi madre ya no volvió a ser la misma", explica Julián.
Cuando regresó a casa había perdido todo su interés por la pintura, coincidiendo con la época de mayor reconocimiento hacia su trabajo (en esos años expuso en París, San Sebastián, Copenhague, Pittsburgh o Venecia). Le dedicaron una gran exposición monográfica en el X Salón de Otoño de Madrid (la primera vez que una mujer era protagonista en solitario allí), y solo recuperaría la ilusión por pintar cuando conoció a su marido en la exposición que le dedicó la Galería Syra (que se ubicaba en la Casa Batlló de Barcelona) en 1935, abriendo una nueva etapa creativa completamente alejada estéticamente de todo su trabajo anterior.
El nacimiento del propio Julián, en Canfranc en 1937, en plena guerra civil, supuso el punto y aparte definitivo en el imaginario pictórico de Ángeles, como ella misma reconocería años después a Rius: "Cuando nació ya no tuve imaginaciones. Pintaba figuras, retratos, sobre todo de niñas y de mi hijo, y algún retrato de señora, pero también hacía flores, bodegones y paisajes".
"Cierto amigo me dijo una vez: 'Es que a tu madre, lo único real que la ha pasado en la vida eres tú'. Quizá porque ella siempre vivía en la irrealidad total", explica al respecto el propio Julián, ante lo cual su esposa Nines apostilla: "Yo creo que a tu madre no le gustaba la realidad"; "Es verdad, bueno, la realidad pintada, sí", responde Julián antes de que su mujer prosiga: "Para ella solo existía la familia y la pintura; fuera de eso no había nada, porque ahí se sentía protegida".
Regreso a los focos
Tras años alejada de los focos, la pintura de Ángeles Santos en sus años en Valladolid vuelve a ser protagonista a mediados de los setenta gracias a muestras como 'El surrealisme a Catalunya' en la galería barcelonesa Dau al Set y 'Surrealismo en España', coordinada por el poeta Ángel González y por Francisco Calvo Serraller en la madrileña Galería Multitud. Dos años después, en 1977, 'Un mundo' viaja a la muestra 'Pintors surrealistes de l’Empordà', en el Museu Empordà de Figueras, donde permaneció hasta que en 1992 el Museo Nacional Reina Sofía decidió adquirirlo.
La única vez que 'Un mundo' ha abandonado desde entonces las salas del Reina Sofía fue en 2003, para coronar la magna exposición 'Ángeles Santos, un mundo insólito en Valladolid', que le dedicó el Museo Patio Herreriano. "La entonces directora del Museo, María Jesús Abad, decidió dedicarle una exposición para ubicarla dentro del contexto vallisoletano. Era una buena manera de retomar y sacar a la luz a esta artista, un tanto desconocida como tantas pintoras, poetas y escritoras de la época", explica a Ical la coordinadora de la Colección del Museo Patio Herreriano, Beatriz Pastrana, que recuerda: "Fue la primera ocasión en la que tuvo que ahondar mucho en esos años y profundizar en recuerdos dolorosos para ella".