Miguel de Unamuno y Jugo es una de las figuras más influyentes de la literatura y el pensamiento español, que tuvo una relación profunda con la ciudad de Salamanca, donde vivió gran parte de su vida y dejó una huella imborrable. Motivo por el que fue nombrado Hijo Adoptivo en 2012, y rector emérito de la Universidad de Salamanca en marzo de 2024 en un acto de desagravio obligado.
Un paseo por los lugares de Miguel de Unamuno por la ciudad que lo acogió y amó, puede comenzar en una tarde de otoño, cuando el aire fresco y seco comienza a teñir de ocre las hojas de los árboles. Don Miguel de Unamuno, el ilustre rector de la Universidad de Salamanca, podría quedar en la Plaza Mayor. Vendría de la residencia oficial del rector de la Universidad de Salamanca, ahora convertida en casa-museo, donde vivió con su familia durante sus años como rector. La casa se ha convertido en un museo que conserva muchas pertenencias personales de Unamuno, incluyendo sus libros, cartas y muebles originales. Es un espacio que permite al visitante conocer de cerca la vida cotidiana del intelectual vasco.
Si nos suponemos en su compañía, sería imposible no sentir cierta reverencia al acercarse a ese escenario tan emblemático, donde las luces doradas del atardecer se reflejan en las piedras centenarias de los edificios que circundan la Plaza Mayor.
Don Miguel, con su figura recia y su característico rostro, ceñudo y pensativo, avanzaría bajo los soportales. Llevaría su abrigo negro y el sombrero ligeramente inclinado, como si en su andar fuese desgranando las ideas que tanto caracterizan su pensamiento. Al acercarse, haría una leve inclinación de cabeza y una mirada penetrante, aquella mirada que parecía atravesar el alma.
Aunque no está directamente vinculada con Unamuno, la Plaza Mayor es un lugar simbólico en su vida. Era uno de los espacios que él frecuentaba y donde disfrutaba del ambiente de la ciudad. Además, la plaza fue el lugar de muchas de sus reflexiones sobre España y el pueblo español.
En la misma se encuentra el histórico Café Novelty. Situado a la derecha de la entrada a la Casa Consistorial, este café es uno de los más antiguos de la ciudad y un lugar icónico donde Unamuno solía reunirse con otros intelectuales y escritores de su tiempo.
—Vamos, paseemos —diría con su voz grave—, que esta ciudad tiene mucho que contarnos.
Empezamos el paseo por la calle de la Rúa Antigua, una de las más históricas de Salamanca. A cada paso, Unamuno señalaría un edificio o una esquina y comenzaría a desentrañar su historia, pero no como un guía turístico, sino como un pensador que reflexiona sobre el paso del tiempo y el significado de la existencia.
Nos detendríamos frente a la Casa de las Conchas, y con una voz casi susurrante, reflexiona sobre la fragilidad y la permanencia, sobre cómo aquellos muros habían visto pasar generaciones de estudiantes, amores y tragedias.
—Salamanca es un ser vivo —murmura—. Estas piedras no son meras rocas, son testigos de nuestra historia, de nuestras angustias y de nuestros sueños.
Continuamos hacia la Universidad, donde su paso se haría más lento, casi reverente. Entramos al Patio de Escuelas, y al mirar la fachada plateresca, habla de su amor por la enseñanza y de la lucha por el espíritu crítico en tiempos de dogmatismo.
—La Universidad es el templo del saber, pero también de la duda. Aquí se debe aprender a pensar, no a obedecer ciegamente.
Unamuno fue catedrático de griego y, posteriormente, rector de esta universidad fundada el año 1218 por el rey Alfonso IX de León. Su despacho, ubicado en el edificio histórico de la Universidad, es un espacio cargado de historia, con una decoración austera pero significativa, donde trabaja y recibe a muchos estudiantes y colegas. Aún se conserva su mesa de trabajo, sus libros y algunos objetos personales.
Su Patio de Escuelas es uno de los lugares más emblemáticos de la Universidad de Salamanca, justo frente a la famosa fachada plateresca. Unamuno solía pasear por este patio y era un lugar donde se llevaban a cabo debates y charlas.
Seguiríamos nuestro paseo, esta vez en dirección a la Catedral Nueva. El sol se estaba poniendo, y las sombras largas cubrían las calles. Nos detendríamos frente a las dos catedrales, la Vieja y la Nueva, donde Unamuno se queda en silencio por un momento, contemplando la majestuosidad de las torres y los detalles góticos.
—Es en la contradicción donde encontramos la verdad —diría—. Dos catedrales, dos tiempos, dos almas... Salamanca es la encarnación de esa lucha interna, de esa búsqueda incesante por lo eterno.
El paseo terminaría en el Puente Romano, desde donde se puede ver el río Tormes, fluyendo tranquilo bajo el cielo ya oscurecido. Unamuno miraría las aguas por un largo rato, como si estuviese meditando sobre algo que no podía expresar con palabras.
—El río sigue su curso —dijo al final—, como la vida misma. Pero, a diferencia del río, nosotros nos resistimos a olvidar, a dejar atrás. Y en esa resistencia, en esa memoria, encontramos nuestra esencia.
Nos despediríamos en silencio. Don Miguel se alejaría por la ribera del río, su figura lentamente se iría fundiendo con la penumbra. Me quedé allí un rato más, sintiendo el peso de las palabras que acababa de escuchar, y comprendiendo que aquel imaginario paseo había sido algo más que una simple caminata: había sido una inmersión en la profundidad del alma humana, en el corazón mismo de Salamanca.
Estos lugares no solo son importantes por su relación con Unamuno, sino también porque capturan el espíritu intelectual y cultural de Salamanca, una ciudad profundamente marcada por la historia y la academia.