Los quintos han sido una de las tradiciones más arraigadas en España a lo largo del pasado siglo, sobre todo es el mundo rural donde su estampa era más familiar y más cercana. Las calles de los pueblos tenían un aroma especial, los mozos se apoderaban de ellas con sus coplas, la mayoría de las veces de tono subido, o indicando que esa quinta era la mejor de todas. También solicitaban propinas para posteriormente pagarse alguna juerga o comida, que se conocía como corrobla.
"La corrobla, robla, robra o corrobra en su forma primitiva consistió en la entrega forzosa de una determinada cantidad de pan, vino y reses viejas que, además del pago del arriendo, recibía el señor en cuyos dominios pastoreaban los ganados trashumantes", explica Juan M. Sánchez en su 'Estudio del habla...'. Pero la desaparición de los señoríos, si bien ha hecho desarraigar el tributo, no ha conseguido arrancar la costumbre de tener un algarabío o jolgorio de comida y bebida pagado por otro, que es en lo que consiste desde hace muchos años. Hoy en nuestros pueblos es el grupo de personas que se juntan para celebrar algo o simplemente para charlar y beber en los bares. Mientras que en el norte de Castilla y León se la conoce por estos nombres, al sur del Duero es conocida como alboroque, nombre de origen árabe con el mismo significado.
Los quintos son los mozos y mozas que cumplen 18 años durante el año en curso, es decir, comprende a todos los mozos y mozas que nacieron en un mismo año (una quinta). Normalmente, son los mozos que deben incorporarse al servicio militar, popularmente la mili, al año siguiente, cuando entran en quinta.
Para celebrar este hecho, era de obligado cumplimiento tallarse, se celebraban las fiestas de quintos, que abarcaban varios festejos y ceremonias que se realizaban durante el año de su 'reinado'. Estas podrían agruparse en tres, siendo la que se realizaba en invierno la que centrará nuestra atención.
'Vivan los quintos' rezaban las pintadas en frontones y paredes
La primera fiesta que realizaban, y en la que debutan como quintos y quintas, era en las fechas de la Purísima Concepción (8 de diciembre). En ella organizaban bailes y acudían a la misa en honor de la Virgen, procesionándola. En esos días los mozos y mozas se sentían ya los protagonistas de la fiesta y del pueblo. El grupo solía merendar en las bodegas del pueblo, estar juntos en los bailes, es decir, serían ya los quintos que animarían los bares y los bailes en el salón del pueblo al grito de "¡Vivan los quintos!". También realizaban pintadas en sitios públicos, como la pared de la iglesia o del antiguo frontón, en las que se aún se puede leer:"Vivan los quintos del...", junto a los nombres de estos.
En la Nochevieja, el 31 de diciembre, víspera del año de reemplazo a que los mozos pertenecen, después de haber dado serenata en rondalla durante la noche y el día anterior, a sus familiares, amigos y pueblo en general, le daban, según posición económica, chorizos, huevos, pedazos de jamón, dinero, etc.…, para que pasaran bien la noche de fin de año, que sumadas estas viandas a los gallos, conejos o gallinas que llevaban de sus casas –o bien algún carnero como símbolo de virilidad, o alguna machorra comprada para guisar– preparaban en la taberna elegida una opípara cena que no cabe en imaginación alguna en estos días.
Esta cena, normalmente, se veía acompañada por hermanos, familiares muy directos y amigos íntimos de los quintos, en la que se comía, bebía, cantaba, bailaba y, después, a rondar hijos míos que hay luna y viene el Año Nuevo. En esta noche de crudo invierno, los mozos solían hacer alguna extravagancia por efecto del vino. Aunque, cada pueblo tiene su propia identidad en la celebración de la fiesta.
La hoguera de Hinojosa
La fiesta que hacían los quintos era la confirmación de la entrada a formar parte del mundo de los adultos, se hacía la hoguera, se corrían los gallos, se bebía y se fumaba delante de los padres. Todo estaba permitido en aquellos tiempos. Escribía Miguel de Cervantes: "No busques en nidos de antaño, pájaros volando".
En la plaza del Santo amontonaban la leña que podían conseguir en el pueblo y en el monte, rondaban acompañados por el tamboril, y durante la misa del Gallo, en Nochebuena, le prendían fuego. Esa noche eran los amos del fuego, nadie podía hacer una pira en las calles. A veces, los chiquillos hacían una hoguera para que fuera visible y lograr que algunos quintos acudieran a apagarla, corriendo el riesgo de que si los autores eran vistos por los quintos, recibían algún cachete o capón por su osadía.
Los quintos permanecían en vela toda la noche, para cuidar las brasas. Contrataban una orquesta y organizaban baile. De vez en cuando, desafiando el calor de la hoguera, se acercaban para golpear con palos la lumbre y hacer que se levantaran ascuas, que era la forma de reivindicar el fuego, su poder y su fiesta. Y, de por medio, el vino o el aguardiente con algunas pastas y el pitillo en la boca.
Los gallos de Poveda
La costumbre de 'correr los gallos' estaba muy arraigada en Poveda de las Cintas, considerándose la fiesta anual de los quintos por excelencia, hecho que tenía lugar el Martes de Carnaval de cada año. Cada quinto aportaba un gallo para que, después del torneo y debidamente aderezados y cocinados, eran convertidos en suculentas viandas, que compartían colectivamente en lugar común, acompañados de algún amigo o familiar, con la alegría propia del acontecimiento. En algunos casos, la cabeza arrancada del gallo por el mozo correspondiente era arrojada desde su caballo a alguien de entre el público, como distinción (generalmente a la novia o a la aspirante a serlo, o bien a alguna otra persona de su amistad), la cual habría de transportarla al lugar donde se recogían.
Tras las fiestas en diciembre de corroblas, convites y rondas, llegaba en enero o febrero el gallo, y tras esta fiesta, sólo le quedaba hacer la tercera y última ceremonia, como quinto, que no es otra que plantar el 'mayo', con la cual concluía su etapa de quinto. Pero el 'mayo' es harina para otro costal y otro mes.
Correr los gallos
Una de las principales costumbres de los quintos era la carrera de gallos, que transcurría en diferentes fechas: en unos pueblos el día de san Antón, 17 de enero; en otros el día de San Sebastián, 20 del mismo mes, y en otros el día de San Vicente, 22 de enero. Era lo que se conocía como 'los santos de enero': "de los santos frioleros San Sebastián es el primero; detente, varón, que el primero es san Antón".
Esta carrera consistía en llevar a la plaza del pueblo o lugar elegido, cada quinto, un gallo vivo, y en el citado lugar se tenían preparados dos carros empinados frente a frente, y a unos 15 metros de distancia y fuertemente sujetos. Lo alto de las varas de los carros (a unos tres metros) se unían mediante una soga, fija en un lado y movible al otro. Al medio de la maroma se ataba un gallo por las patas y al tensarla, quedaba el gallo colgado de la misma.
A partir de ese momento, los quintos, montados en elegantes caballos enjaezados, en otros lugares en mulos o burros, pasaban por debajo de la soga a todo galope, uno detrás de otro, y con todo interés por arrancarle la cabeza al inocente gallo, que el encargado de templar la soga iba burlando, al tensar y destensar la maroma según pasaban los mozos, entregándosela al que él quería, pero siempre una para cada uno de los quintos.
El pueblo seguía expectante esta costumbre, si cruel, no menos elegante por los trajes, sombreros y escarapelas que lucían los quintos durante las carreras. Todo este rito finalizaba con una carrera a campo abierto entre los quintos y, ya se sabe, el que perdía, pagaba el pellejo o cántaro de vino, los chochos y las aceitunas, o, en el peor de los casos, la lata de escabeche o sardinas. Y a la noche, buena cuenta de los gallos en una cena en la taberna.
Ahora, ya no hay quintos, ni fiestas, ni trajes, ni sombreros, ni escarapeles, ni mozas a quien rondar o sacar a bailar. Ahora "empezaba a sentir añoranza por el mundo de antaño; como un ancla en un mar con mal tiempo". Thomas Harris, 'El dragón rojo'.
Canción de quintos: 'La máquina negra', de Mayalde
Ahí va la máquina negra, la que arrastra los vagones,
la que deja a los soldados en todas las estaciones.
Querida madre, si yo me muero ten el consuelo de no llorar.
Porque tu llanto me aflige tanto la mi morena llorando va.
Las madres son las que lloran, que las novias no lo sienten:
les quedan cuatro chavales y con ellos se divierten.
Querida madre, si yo me muero ten el consuelo de no llorar.
Porque tu llanto me aflige tanto la mi morena llorando va.
Por ti, cochina, por ti, marrana me voy de quinto por la mañana,
por la mañana me voy a ir y por la tarde vuelvo a venir.
Los quintos cuando se van se dicen unos a otros:
Mi novia me espera a mí hasta que le salga otro.
Querida madre, si yo me muero ten el consuelo de no llorar.
Porque tu llanto me aflige tanto la mi morena llorando va.
Adiós padre y adiós madre, adiós novia si la tengo,
me voy a servirle al rey año y medio que le debo.
Querida madre, si yo me muero ten el consuelo de no llorar.
Porque tu llanto me aflige tanto la mi morena llorando va.
Por ti, cochina, por ti, marrana me voy de quinto por la mañana,
por la mañana me voy a ir y por la tarde vuelvo a venir.
Ahí va la máquina negra, la que arrastra los vagones.