César Combarros / ICAL
Fue el escritor más vendido de España y revolucionó el mercado editorial del país. En tiempos de carestía, pobreza y miseria, logró llevar la lectura a todos los hogares españoles. Con su inseparable máquina de escribir, ‘la ametralladora’ la llamaba él, trasladó al Lejano Oeste a millones de lectores de ambos lados del Atlántico, desde la gris España de la dictadura hasta Nicaragua, Brasil o Argentina. Los expertos cifran en más de tres mil las novelas publicadas a lo largo de su vida, una cantidad que tras su muerte hace 39 años siguieron incrementando sus hijos Federico y Francisco, firmando bajo su mismo nombre. El martes, 13 de junio, se cumplen 120 años del nacimiento de Marcial Lafuente Estefanía, el escritor que, primero desde Vigo, después desde Madrid y en las últimas décadas de su vida desde su querido refugio abulense en Arenas de San Pedro (donde yacen sus restos), alimentó la fantasía de niños y mayores necesitados de evasión, que encontraron en sus libros una válvula de escape a la realidad que les rodeaba.
Antonio Marcial Lafuente Estefanía nació en Toledo el 13 de junio de 1903. Su madre fue Adriana Estefanía y su padre el abogado, periodista y escritor Federico Lafuente López-Elías, que ejerció como magistrado del Supremo y que llegó a tener “más de cien casas” en la ciudad de las tres culturas, según contaba Federico, el hijo de Marcial, en el documental ‘M.L. Estefanía. Galicia, más Oeste que nunca’, dirigido por José Ballesta (que incluye la ficción inspirada en las novelas de Estefanía ‘Naipe de sangre’, codirigida por Ballesta y Manxo Fernández, y protagonizada por los cantantes Silvia Superstar y Eladio Santos). En el documental, que recorre fundamentalmente la etapa gallega del autor con la Editorial Cíes, Federico recuerda que su padre estudió Ingeniería Industrial y Derecho, en Madrid y en Toledo, sembrando “muchas amistades” en la capital de España, entre las cuales figuraba Juan Ramón Jiménez.
Desde Toledo marchó a Bilbao, donde conoció a Luisa Beorlegui, la hija de “un hombre sencillo, muy humilde”, con quien acabaría casándose. Pero antes de contraer matrimonio, cuenta Federico que “le gustaba mucho viajar” y que “antes de la guerra” llegó a recorrer parte de Estados Unidos. Hay quien fija entre 1928 y 1931 los años que supuestamente pasó moviéndose entre Texas, Arizona y California, un relato que posiblemente forma parte de la leyenda que envuelve a un hombre cuya figura pública siempre estuvo rodeada de silencio (‘Escritor famoso y hombre desconocido’, titulaba Trini de León-Sotelo una de las escasas entrevistas que concedió, recogida en ‘Blanco y Negro’, el suplemento de ‘ABC’ , el 1 de marzo de 1978).
Francisco González Ledesma (ganador del Planeta en 1984, más conocido como Silver Kane en los años que compartió con Estefanía en Bruguera), cuenta en el documental que él es de los que cree que el toledano nunca pisó suelo estadounidense. “Realizó unas obras públicas en Mozambique, pero en el Oeste yo creo que nunca estuvo. A veces lo decía, pero como solía hablar en broma no te lo tenías que tomar muy en serio. En cualquier caso era un hombre muy viajado y leído, y podía hablar de cualquier cosa”, sentencia. Al respecto, el galerista Manuel Cerdán, amigo fiel de Estefanía en las últimas décadas de su vida en Arenas, se posiciona del lado de quienes creen que nunca pisó los paisajes que tantas veces recorrió con su imaginación, aunque con una amplia sonrisa considera que si lo hizo o no “es secreto de sumario”.
Lo que es incuestionable son las tres herramientas que le acompañaron a lo largo de toda su vida: un libro de Historia de América, unos mapas antiguos de Estados Unidos de donde sacaba las rutas que seguían sus personajes, y un listín telefónico de San Francisco, del que extraía los nombres de sus héroes y villanos. Esos limitados recursos y el ingente volumen de novelas del Oeste que acabó publicando a lo largo de los años hizo que en algunas ocasiones algunos personajes a los que había liquidado en una novela reaparecieran de pronto en otra tiempo después. “Eso era normal en él, pero lo hacía muy bien”, resume Cerdán con una sonrisa.
Política, guerra y literatura
Como destapó en ‘ABC’ hace un lustro el entonces concejal del PP en el Ayuntamiento de Madrid e investigador de la guerra civil Pedro Corral, Estefanía fue anarquista y en pleno conflicto ejerció como tercer teniente alcalde y concejal de la CNT en el antiguo pueblo de Chamartín de la Rosa (hoy barrio de Madrid) entre diciembre de 1936 y marzo de 1938. Según consta en el expediente de procesamiento, luchó como voluntario en el Ejército Popular y ejerció como comisario político de batallón en Los Yébenes, donde se trasladó con toda su familia antes de entregarse a los franquistas en Ciudad Real el 28 de marzo de 1939, cuando la guerra ya estaba decantada.
Fue en esos años, de penal en penal, cuando para matar el tiempo comenzó a escribir donde buenamente podía, incluido el papel higiénico de su celda. “Nací al wéstern en 1939, porque me ofrecieron un hospedaje gratuito en el ‘hotel’ Ocaña (una de las prisiones más antiguas de España), lugar muy curioso porque con lo ancha que es Castilla solo disponíamos de treinta centímetros para dormir”, relataba en primera persona en ‘Blanco y Negro’. “Como ‘tempicida’ se me ocurrió escribir, e hice ‘La mascota de la pradera’, del Oeste; ‘Todo un hombre’ y ‘PX21’, de aventuras, y ‘La reina de Yale’, de corte romántico. He sido siempre rápido escribiendo, de modo que la cosa me cundía”, proseguía.
En esa época coincidió con el dramaturgo Jardiel Poncela, quien le aconsejó algo que le acompañaría como un mantra vital: “Escribe para que la gente se divierta, es la única forma de ganar dinero con esto”, un leitmotiv que le permitió ser el autor más leído de España. “Lo que he buscado con mis novelas es que los lectores olviden sus problemas, siempre he querido distraer y no filosofar, que el argumento transcurra sin interrupción y los personajes hablen en lenguaje familiar”, resumía el autor.
Federico explica en el documental que su padre “nunca quiso hablar de nada relacionado con la guerra. Cuando alguien sacaba ese tema, él se callaba”, antes de explicar que “defendió la República hasta el último momento” y que “tenía un puesto muy importante”, si bien “no podía ver muertes”. “Era el responsable de firmar los fusilamientos y no firmó ninguno”, una bonhomía que terminaría por salvarle la vida.
Tras estudiar el sumario de su caso, conservado en el archivo del Tribunal Militar Territorial Primero de Madrid con el número 36.194, Corral concluyó que los documentos oficiales demostraban “la labor humanitaria del escritor a favor de las personas perseguidas en Madrid entre 1936 y 1939”, a partir de numerosos testimonios de personas del bando franquista, que defendieron que Estefanía se jugó la vida para evitar que fueran enviados a las checas, cárceles irregulares creadas en la zona republicana para detener, interrogar, torturar o ejecutar a los sospechosos de simpatizar con Franco.
Como recordaba en ‘ABC’ Israel Viana, en el consejo de guerra celebrado en Las Salesas el 31 de julio de 1941, el fiscal franquista solicitó para Lafuente Estefanía la pena de muerte, aunque la fortuna se alió con él para escapar de su destino. “Yo he pasado mucho miedo —contaba en ‘Blanco y Negro’ a los 74 años de edad—, el que puede pasar un hombre al que a las siete de la tarde le dicen que lo van a fusilar a las once de la noche”. En declaraciones a Ical, Cerdán subraya que no pocas veces Estefanía recordaba que fue una prostituta quien le salvó de la muerte, ya que cuando un oficial franquista “absolutamente salvaje” (en palabras del escritor Eduardo Mendicutti en el documental) iba a fusilarle, la mujer le dijo: “Deja a estos para mañana y tú y yo vamos a pasar un buen rato”. “Se los llevaron a una celda y al día siguiente otro oficial mucho más razonable decidió que debían ser juzgados”, recuerda Mendicutti. Quizá en esa anécdota está la causa de que en muchas de sus novelas aparezcan prostitutas de buen corazón.
Finalmente fue condenado a 20 años porque se reconoció su “buen comportamiento”. Tres meses después, la condena se redujo a 12 años, y en noviembre, a prisión atenuada en su domicilio, en el número 7 de la calle Serrano. Fue un periodo negro para su familia. Federico recordaba haber pasado “de vivir en la abundancia a no tener nada y estar casi en la indigencia”. “Mi madre y mi abuela se buscaban la vida como podían, vendiendo papel de fumar o cigarrillos en el Metro. Si no es por un amigo de mi padre (en la Embajada Americana) no sé qué hubiera sido de nosotros en Madrid, porque no había qué comer”, señalaba antes de apuntar que pasó poco tiempo antes de que el cabeza de familia decidiera salir de Madrid, un lugar donde “no estaba tranquilo”.
Vigo y el éxito con Cíes
Tras publicar ‘La mascota de la pradera’ con una editorial madrileña con sede en el barrio madrileño de Ópera, la familia se instaló en Vigo en 1943, y allí, a través de un sacerdote carmelita llamado Eladio, Estefanía conoció a Eugenio Barrientos, un enorme emprendedor de raíces leonesas que regentaba la popular Librería Tetilla.
Juntos decidieron poner en marcha la Editorial Cíes, que siguió el modelo popular de las novelas del Oeste que estaba empezando a triunfar en la vecina Portugal. Ese mismo año lanzaron la llamada ‘Biblioteca X’ (años después llegaría ‘Rodeo’), una colección de ‘Novelas de vaqueros’, y su primer número fue ‘La cobardía de Dick’, firmado por un tal Williams Grey, probable pseudónimo de Estefanía. Lo mismo sucedería con el número 2 (‘Venganza del Oeste’), firmado por Arizona, mientras que el 3 (‘Temple del Norte’) fue el primero que llevaría su nombre: un M.L. Estefanía cuyas iniciales, durante años, se asociaron a una tal María Luisa que nunca existió.
Durante sus años en Vigo cosechó un grandísimo éxito. Barrientos popularizó además un modelo de explotación inédito en España, que recuerda Cerdán: “La gente compraba las novelas en los quioscos y después las cambiaba allí mismo por otras. Llegabas con una, escogías otra entre las que tenían y te la llevabas por un precio simbólico”. Una suerte de alquiler previo depósito que, en realidad, multiplicaba el número de lectores de cada ejemplar, más allá de la amplísima tirada que se realizaba (se llegaron a imprimir hasta 32.000 ejemplares de cada título). “Para mí don Antonio (así se referían a Marcial todos sus amigos de Arenas de San Pedro) fue un ejemplo de un hombre que, con mejor o peor literatura, supo lograr que la gente leyera”, recalca. En ese sentido, recuerda que el impacto de los llamados bolsilibros llegó hasta el diseño de los monos de trabajo de la época: “Empezaron a fabricarlos con dos bolsillos, uno grande delante y otro pequeño en la parte de atrás, el primero para el bocadillo de la pausa para comer y el trasero para guardar las novelas del Oeste”.
El éxito de Cíes no pasó desapercibido para Bruguera, veterana editorial catalana que estaba resurgiendo de la mano de tebeos como ‘Pulgarcito’. No dudaron en copiar el modelo de la editorial viguesa, fichando a golpe de talonario a sus grandes estrellas (desde Estefanía hasta Corín Tellado). Como relata el periodista Manuel Bragado en ‘El Faro de Vigo’, “en pleno éxito, una oferta imposible de rechazar de Bruguera le llevó a fichar por la editorial catalana e instalarse en Madrid en 1951. Con la ayuda de sus hijos y sucesores, Francisco y Federico, completaría durante tres décadas un catálogo que se estima alcanzó los tres mil títulos y 50 millones de copias vendidas”.
El refugio de Arenas
Es a mediados de los años sesenta cuando Estefanía decide alejarse del ruido de la capital española e instalarse en la periferia. Cerdán recuerda a Ical que un año antes de llegar a Arenas había probado en un pueblo extremeño, en el entorno de Guadalupe, donde “se recluyó durante un breve tiempo”. “Él no quería estar en Madrid de ninguna de las maneras. Quería estar tranquilo, quizá para escribir o quizá porque aún le pesaba un poco la cuestión política, de la que no le gustaba hablar aunque de cuando en cuando sí lo hacía”, explica.
A juicio de José Ballesta, “Estefanía buscaba un sitio de reposo. Le atraía la Sierra de Gredos y encontró Arenas, que le gustó y se quedó. Allí hizo un círculo de amigos excelente, que le quería muchísimo”. Uno de ellos fue sin duda Manuel Cerdán, que conoció a Estefanía nada más fallecer su padre, y que encontró en el escritor a quien encarnaría esa añorada figura paterna “durante mucho tiempo”.
El propio escritor daba fe de lo que encontró en el corazón de la Sierra de Gredos en la entrevista que concedió a ‘Blanco y Negro’ en 1978: “Aquí me han ganado a base de bondad. Vine un verano y me encantó el entorno geográfico, pero encontré que la parte humana era maravillosa. Este pueblo se ha portado conmigo como nadie y ha conseguido que vivir se convierta en convivir, y vencer en convencer. Para mí ha sido un exponente de civilización y eso es lo que me encadena aquí”.
La oportunidad de instalarse en Arenas le llegó cuando se estaba construyendo un hotel y un grupo de viviendas en el Edificio Florida, en la antigua Piscina Florida. “Se enamoró del clima, del sitio y de la gente, y adquirió una de ellas”, relata Cerdán, que en esos años regentaba un negocio de souvenirs al lado del castillo local. Poco a poco fueron conformando una pandilla de amigos en la cual también estaban Julio Ferrero o el abogado Enrique Ferrero: “Era un grupo muy bonito; ninguno éramos grandes personajes pero éramos muy afines y lo pasábamos muy bien. No deseábamos más que el bien de todo el mundo, y eso lo capitaneaba a la perfección don Antonio”, evoca.
Otro lugar habitual de encuentro era Betania, la casa que Cerdán y su mujer, Sara Tornero, compraron y bautizaron así en Guisando, a apenas cinco kilómetros de Arenas. “Cada sábado nos reuníamos allí cuatro o cinco amigos (un habitual era el pintor Victorio Rodríguez) y un grupo de lugareños amenizaba las veladas con bandurrias y guitarras. Eran tiempos en los que estaba despertando toda la marejada política tras la muerte de Franco y con la llegada de la transición. Muchos que luego llegaron a ministros con Adolfo Suárez (a quien conocí haciendo unos cursos de cristiandad) pasaban con cierta frecuencia por allí”, asegura citando, entre otros, al leonés Rodolfo Martín Villa.
Sus quehaceres también se extendían ocasionalmente fuera de la provincia, para lo cual solía tener a su disposición a un taxista llamado Pepe. “Cuando su taxista no podía, era yo quien solía llevarle al aeropuerto de Barajas, donde se reunía con guionistas americanos durante varias horas. Él no conducía y yo tenía coche y tiempo en aquellos años”, recuerda Cerdán.
En Arenas, su ritmo de producción rondaba las ocho novelas mensuales. “Eran los años más gloriosos de Bruguera, cuando más novelas de Estefanía editaban. Solíamos vernos al mediodía, y estábamos tomando algo y charlando hasta que, sobre las tres y media o las cuatro, él iba a casa a comer. A partir de ahí él se ponía a escribir y por la tarde no salía prácticamente nunca. Decía: ‘Ahora voy con la ametralladora y me cargo a todos los que se pongan por delante’. Eso era lo habitual todos los días del año, en invierno, verano o cualquier otra época del año, durante todos los años que estuvo allí”, apunta el talaverano.
Sobre las interminables charlas juntos, Cerdán recuerda que Estefanía “era sensacional”. “Daba gusto escucharle. Su mente estaba muy clara, no tenía baches, hablaba con mucha mesura y se callaba todo lo feo. Él pensaba que la vida hay que verla, vivirla y disfrutarla en positivo, y eso lo mantuvo hasta el último momento”, relata.
Ese último momento llegaría en el verano de 1984, en los primeros días de agosto. “Don Antonio no se encontraba bien y se subió al taxi. Iba a ir a Madrid pero antes le pidió al conductor que se detuviera en la casa de Andrés, donde había un bar que se llamaba Los Galayos. Allí se bajó y se despidió de mí. ‘Me voy a morir’, me dijo, y yo le pedí que no hiciera bromas con eso, pero cuando se fue noté que se me humedecieron los ojos. Pensé que se podía morir y así sucedió apenas dos días después”, describe.
El martes 7 de agosto de 1984, a los 81 años, falleció Marcial Lafuente Estefanía en el Hospital Provincial de Madrid, donde había ingresado aquejado de una pulmonía severa. Él, que alardeaba de haber enterrado en sus novelas a más de 200.000 personas, fue enterrado en el cementerio de La Almudena en Madrid, en una fosa común, donde sus restos reposaron durante años, antes de que el propio Cerdán se ocupara de sufragar el traslado de sus restos hasta el cementerio de Arenas de San Pedro, donde Estefanía comparte nicho con su difunta esposa, Luisa Beorlegui, que había fallecido en 1976. “Yo fui el que le llevó a Arenas y le enterró allí. Al menos está con quien tenía que estar, que era su mujer, doña Luisa”, resume con una sonrisa de añoranza Cerdán.