En estos complicados y convulsos días que nos están tocando vivir, cualquier resquicio, ventana, balcón que encontremos para contemplar la realidad que nos rodea, nos presenta dos hechos que están marcando la política en España. El primero, festivo, lleno de significado democrático para un sistema basado en una monarquía parlamentaria. Me refiero a la jura de la Constitución por parte de la heredera de la corona. El segundo, luctuoso, tétrico y destructivo de la democracia: la claudicación aberrante y vergonzosa del gobierno de Pedro Sánchez y todo su séquito (incluido el PSOE) ante los independentistas catalanes, condenados por los tribunales o cobardemente huidos, escondidos en el maletero de un coche.
No voy a entrar en el análisis político de ambos acontecimientos, que, si el primero merece toda loa, el segundo, la traición o felonía, no tienen un pase. Me detengo en los gestos y las palabras.
El primero de ellos, la jura de la Constitución española por la heredera de la corona, me dejó en mi retina percepciones varias, todas merecedoras de análisis, pero solo me detengo en dos por su carga política: un gesto y una palabra. Los dos protagonizados por el presidente del gobierno de España. Un gesto: la mirada lasciva y su “caricia” lujuriosa hacia la silla reservada para Su Majestad el Rey. Una palabra: “lealtad” prometida por el presidente a la Princesa. Ni uno ni otro son de fiar.
La mirada y la caricia denotaban ansias de posesión de aquello que, si todavía no está a su alcance, lo estará o, por lo menos, sueña con alcanzarlo. En esos momentos se produjo en su mente una ensoñación y, en cuestión de segundos, se vio poseído por la corona de la Presidencia de la república y sentado en “esa silla” todavía reservada a la Corona. Sus anhelos de poder no tienen límites. Preso todavía de esa ensoñación y en un estado de desgana, le correspondió protocolariamente “retratarse” y no dudó ni un instante en pronunciar y prometer “lealtad”, mientras que estaba todavía pensando en la “silla” y acordando con prófugos y condenados la ruptura de España. Claro está que, quien “sin vergüenza” alguna se jacta de ser doctor con una tesis copiada y manipulada, a quien se le descubre detrás de una cortina llenando de papeletas unas urnas para dar “pucherazo”, quien promete una cosa y hace lo contrario sin rubor alguno, quien toma el nombre de España en vano solo para perpetuarse en el poder, es capaz de todo y más. Lo estamos viendo estos días. Gestos y palabras que pasarán a la historia de España.
Y es en el segundo acontecimiento, la entrega o rendición de un gobierno ante los delincuentes, en el que los gestos y las palabras cobran especial relevancia, fundamentalmente por las consecuencias que de ellas se derivan. Reuniones clandestinas, negociaciones ocultas, nauseabundas fotografías o videos mudos para evitar desvelar lo que allí se decía. Señas, indicios, muecas vergonzosas que se han repetido indicativas de que los demás ciudadanos no contamos para nada. Solo importa la “poltrona”, la perpetuación en el cargo. Solo hay dos protagonistas: él y ellos. El tercero en discordia España, sin voz ni voto, es la moneda de cambio; el instrumento de negociación, de manipulación, de manoseo. Y en este cúmulo de gestos aparecen también, en segundo plano, los “palmeros”, los serviles, los débiles y doblegados, los que siempre dicen sí con tal de seguir junto al “Führer”, ya que en ello va la nómina y la supervivencia. Pertrechadas sus mentes, oídos y vista de potentes “orejeras” niegan otras opciones de afrontar los problemas que sean las de su brujo o hechicero. Y en este proceso alienante cobran especial relevancia “las palabras”, porque con ellas se hacen brebajes o pócimas adormecedoras de la población que servilmente se las toma en forma de mansos “relatos”. Se ha mantenido oculta la palabra amnistía, sustituyéndola por perdón, absolución o condonación como medida para no soliviantar voluntades antes de tiempo. Se ha envuelto el proceso con la “convivencia” presentado angelicalmente las cesiones y así dar argumentos a “los suyos”, a sus fieles serviles para no ruborizarse públicamente. Están tan ebrios de dormidera que hasta son capaces de pagarles su juerga, aunque eso suponga empobrecernos todos. Claro está que no lo pagan de su personal bolsillo.
En fin, entre gestos y palabras se está pertrechando el mayor ataque a la Constitución española y, por ende, a España. Todos los poderes públicos y los ciudadanos contrarios a esta felonía deberían levantarse y decir que “en su nombre no”, por lo menos, en el mío NO.