Si algo hemos aprendido en estos últimos años de pandemia es el impacto directo que la degradación de la naturaleza puede provocar en nuestras vidas. Una reflexión que conduce a una adecuada gestión de la interacción humana con los ecosistemas naturales, para proteger el planeta y garantizar el bienestar de las generaciones futuras.
En este contexto, el agua ha sido y es un elemento imprescindible para la vida, transformador y básico para el desarrollo social y económico. Pero, también es un bien escaso, lo que nos obliga a trabajar en una nueva planificación hidrológica perfectamente alineada con las estrategias europeas y el Pacto Verde, hacia un modelo de transición justa y sostenible.
Como cada 22 de marzo, celebramos hoy el Día Mundial del Agua para recordar la importancia de este recurso esencial. En este caso, centrados en las aguas subterráneas, fuente de alimentación de nuestros ríos y arroyos, lagos y humedales, e indispensable para el abastecimiento de numerosas poblaciones, para la actividad industrial y el riego de amplias zonas de la cuenca.
El control y protección de estos embalses subterráneos es una prioridad para la Confederación Hidrográfica del Duero, especialmente si queremos hacer frente a los efectos que genera el cambio climático en cuanto a la escasez de agua para satisfacer las demandas de su uso.
En este sentido, el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) alerta sobre los efectos del calentamiento global y los fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, sequías e inundaciones, al tiempo que nos incita a tomar medidas de adaptación si queremos evitar que la situación se agrave.
Estas alteraciones, cada vez más frecuentes, afectan a nuestra vida diaria y tienen efectos sobre los ecosistemas. Por eso, preservarlos es una prioridad si queremos evitar los impactos negativos en la naturaleza y las personas y asegurar nuestro presente y futuro.
La variabilidad e incertidumbre climática debe ir acompañada de soluciones innovadoras basadas en la naturaleza, en la línea, entre otras, de la reordenación de los terrenos inundables, la recuperación de humedales, la restauración de espacios fluviales, la implantación de infraestructuras verdes o la recuperación de la conectividad fluvial.
Actuaciones complementarias a otras tradicionales para lograr el equilibrio entre el mantenimiento de unos ecosistemas sanos más resistentes al cambio climático, y la atención de las demandas.
Demandas que deben utilizar el recurso con responsabilidad, gestionando su uso de forma eficiente.
Una tarea que no es sencilla y que requiere de un proceso de modernización para avanzar en la mejora de la eficiencia en la gestión del agua. Mejora que pasa por la digitalización de la misma, utilizando sistemas de información y registro en tiempo real de datos técnicos, que nos permitan conocer la situación de nuestros ríos y acuíferos y tomar decisiones que han de ser conocidas por la sociedad, en un compromiso de transparencia y participación.
Un camino sin retorno que ya ha emprendido la CHD con un reto claro: proteger un recurso valioso y escaso como es el agua.
Tenemos ante nosotros una gran oportunidad para afrontar un cambio de paradigma en la gestión del agua que contribuya a mejorar la disponibilidad de este recurso natural. Una oportunidad que se va a plasmar en la nueva planificación hidrológica, tendente a una sociedad moderna y eficiente en el uso de los recursos.
Debemos prepararnos ante escenarios diferentes, fomentando el ahorro de agua y garantizando las demandas, siempre teniendo en cuenta los objetivos de alcanzar el buen estado y de no deterioro de las masas de agua.
La crisis sanitaria nos ha hecho tomar conciencia del protagonismo capital del agua, de nuestra vulnerabilidad y de la necesidad de una respuesta común por parte de la sociedad y de las administraciones, una respuesta en la que es imprescindible la participación pública para seguir avanzando en la protección y recuperación ambiental de los ecosistemas fluviales, haciendo un uso sostenible del recurso, garantía de futuro.
Avanzar en esta estrategia supone afrontar también nuevos retos de manera coordinada y con el máximo consenso por parte de las administraciones con competencias en esta materia, imprescindible para adaptar la planificación hidrológica a las condiciones actuales y futuras.
El agua es un patrimonio común y limitado, vector de desarrollo social y económico que ha de sustentarse en la sostenibilidad en sus vertientes ambiental, energética y alimentaria, fundamental para evitar la despoblación, por eso una gestión sostenible es clave en un contexto de adaptación ante el cambio climático.
El futuro traerá nuevos desafíos y esto exige una adecuada planificación, el nuevo Plan Hidrológico constituye la herramienta para hacer frente a estos retos y para gestionar de forma sostenible nuestros recursos hídricos y ecosistemas fluviales.