Cuando yo pensaba, inocente de mí, que el desvergonzado inquilino de la Moncloa había olvidado aquellas soflamas con las que pretendía convencernos semanalmente de lo bien que iba todo, por supuesto gracias a la brillante y eficaz gestión de su asamblea de ministros al más puro estilo de los “Aló, presidente” bolivarianos, tuvo la desfachatez de reaparecer en nuestros domicilios a través de las múltiples televisiones que controla, unas oficiales y otras generosamente subvencionadas para hacer un arrogante balance triunfalista del último año de gobierno. Algo que no está mal, pero que hubiera estado mejor si su rendición de cuentas la hubiera hecho ante el Parlamento, como es su obligación, o al menos ante una prensa libre donde cada periodista hubiera tenido la posibilidad de preguntar lo que hubiera estimado oportuno, y no con una selección “independiente” en la que sólo se dejó preguntar a El País, TVE, agencia EFE, La Sexta, Cadena SER y el Diario.es.
Pero no, ya sabemos que el Presimiente Sánchez tiene alergia al Parlamento, aunque en campaña electoral prometió exactamente lo contrario, llegando incluso a cerrarlo inconstitucionalmente durante el Estado de Alarma inventándose viajes para no sentarse en el banco azul, aprovechó el balance anual para colocarnos una homilía en la que difícilmente cabía una mentira más y por supuesto sin la menor autocrítica, petición de perdón o muestra alguna de arrepentimiento. Vamos, al más puro estilo SuperSanchez.
Pues bien, el pasado 29 de diciembre, (hubiera sido muy descarado hacerlo el 28), SuperSanchez irrumpió en nuestras casas para exhibir su brillante gestión en el año que concluía y por extensión en los dos años de la Legislatura, afirmando que habían sido dos años difíciles, complejos e intensos. Quizás fue la única verdad que hizo a lo largo de toda la intervención.
Estamos, decía, en un tiempo trascendente en el que sin la más mínima referencia a los más de 130.000 fallecidos por Covid-19 durante su brillante gestión, “la pandemia no ha supuesto un freno sino un gran acelerador para dar al país un impulso modernista, reformador y de avances sociales” presentando como un éxito la reforma laboral, cuya aprobación por el Congreso está pendiente, y la reforma de la Ley de Pensiones, cuya viabilidad futura tal y como está hoy es imposible. Hizo referencia a la lucha contra la pobreza infantil, (Ay, si no fuera por Cáritas), de la reforma educativa y de la Ley de Eutanasia, dos temas que sería mejor no haber tocado, y alardeó del escudo social (de verdad que se cree que no ha dejado a nadie tirados), y de las vacunaciones, cuyo compromiso temporal no cumplió, ocultando además que las vacunas las adquiere la Unión Europea y las administran las CCAA.
Presumió del nivel de empleo, olvidando de dónde veníamos y qué gran parte del empleo es empleo público, que hay centenares de miles de autónomos y pequeñas empresas que no han mantenido su actividad y que seguimos liderando el paro juvenil en Europa. Que la deuda pública ha alcanzado niveles equivalentes a los de la postguerra civil, que el déficit público está disparado, el IPC en cifras que no conocíamos en treinta años, y el esfuerzo fiscal en España ocupa el cuarto lugar en el ranking de los 30 países más desarrollados. Y todo ello lo considera un “éxito de país”. La verdad es que bastaba observar su actitud para apreciar que ni él mismo se creía lo que estaba leyendo.
Seguidamente hizo referencia a una serie de compromisos “programáticos y de investidura” que curiosamente rondaban un cumplimiento del 50 % a la mitad de la legislatura. El discurso adquirió tonos sonrojantes cuando se atribuyó una regeneración democrática, de transparencia y de rendición de cuentas sin precedente, él, que huye del Parlamento como el ratón del gato, que ha sido obligado a entregar documentación requerida por los grupos políticos y que se negaba a facilitar, (y sigue haciéndolo), y que declara secreto de Estado los gastos y los acompañantes en sus excusiones en Falcon y en las fincas del Patrimonio del Estado.
Y el remate, en el que claramente nos llamaba idiotas a todos los españoles, fue cuando sin el más mínimo pudor, reafirmaba que había cumplido sus compromisos con el importe de la factura de la luz del año 21 respecto del 18, (que por cierto fue el más caro en muchos años), eso sí, “salvo para unos pocos y descontando el IPC” como si el precio de la luz no hubiera sido uno de los factores más importantes en la subida del IPC. Y para concluir este apartado, me atrevo a preguntarles si ¿Conocen ustedes a alguien al que no le haya subido la factura de la luz de forma escandalosa? Pues eso.
Terminó concluyendo que España estaba más cohesionada e inclusiva y Cataluña estaba mejor, olvidando los homenajes a los asesinos etarras y el acoso a los niños catalanes cuyos padres exigen que se les imparta un 25% de las enseñanzas en castellano como sentenció el TSJ y ratificó el Tribunal Supremo. Tenemos una España más digital, más verde y con menos brecha de género.
Y en el colmo de desvergüenza, afirmó que había que compatibilizar la salud pública, la salud mental y la economía, vamos lo que hace un año proclamaba Isabel Díaz Ayuso provocando la ira de Su Sanchidad.
Vamos, que tenía toda la razón Enrique Pérez Romero, cuando al dimitir como vicesecretario del PSOE extremeño, además de calificarle de “narcisista, falaz y antidemocrático”, afirmaba “Has logrado que el partido desaparezca. Sólo permanecerán en el partido los que viven del partido por mera supervivencia”, después de advertir que Sánchez “nunca tuvo que ver con el PSOE ni con España” y acusarle de “haber sido el peor dirigente del partido desde su fundación” y que su único objetivo era “alcanzar el poder para cumplir un ambicioso y personalista sueño de llegar a la Moncloa y vivir del resto de tu vida …”
En fin, la mejor descripción de Su Sanchidad el Presimiente SuperSanchez que se puede hacer con menos palabras. ¿Alguien quiere superarlo? Pues adelante.
Hasta el viernes que viene.