Entré en la plaza de toros de Cuéllar y, como suele decirse, la primera en la frente: por debajo la entrada de lo que los organizadores se merecían y yo esperaba, porque una ganadería como la de Cebada Gago no salta así como así a los ruedos, estando habitualmente reservada para los cosos, no ya de primera, sino mayúsculos, como los de Madrid o Pamplona. En especial cuando se trata, como era el caso, de animales cinqueños, con Glorificado, el quinto de la tarde, a poco más de un mes de cumplir los seis y otros tres morlacos al alcance de esa edad límite. ¿Dónde estaban los partidarios de las corridas duras y los encastes minoritarios?
Así pues, corrida, sobre el papel, mucho más que interesante y previsiblemente complicada, expectativas ciertamente cumplidas desde el principio, sobre todo la segunda, porque ya Alberto Lamelas aguantó lo indecible con el primero, al que recibió de rodillas con una larga cambiada de riesgo y que al segundo muletazo le tiró un derrote avieso a la ingle. El torero lució entereza y demostró oficio, un oficio, por cierto, que le permitía a la vez ponerse y quitarse, modalidad ejecutada con habilidad suma, vamos a ver si me explico: Lamelas buscaba el sitio y se ponía en los terrenos de la verdad, pero al mismo tiempo que se ponía empezaba a quitarse, perfectamente adaptado ese movimiento de visto y no visto al tranco de sus dos toros, Carcelero y el dicho Glorificado, toro éste precioso, cárdeno carbonero y botinero, que salió defendiéndose y llegó parado a su muleta.
¿Y por qué llegó parado a su muleta?
La responsabilidad hay que apuntársela a la cuadrilla: dos varas que valieron por cinco, una lidia difícilmente empeorable y un tercio de banderillas sencillamente esperpéntico. He aquí uno de los problemas de tantas tardes, no sólo de la presente. Únicamente se salvó la cuadrilla de Miguel Ángel Pacheco en el toro final, y ese condicionante extremó la dificultad de tres diestros poco toreados con toros tan exigentes y complicados como los de esta divisa gaditana, malintencionado el primero, reservón y al acecho el segundo, con pitones de infarto el tercero, brutote y cabeceante el cuarto, sobrado de clase el quinto (pero sin regalar nada) y flojo (castigadísimo en varas) el sexto, con calidad y encastado. De los seis astados, cinco entregaron la vida con la boca cerrada, y el que la abrió yo creo que fue para quejarse al matador de la lidia que sus hombres le habían propinado, dándose el caso de que el picador ni tan siquiera le acertara con la puya a pesar de que el animal se arrancara al caballo de largo y por derecho.
-¡Qué vaya al oculista! – gritó un aficionado.
-¡Y que no vuelva! –apostilló a su lado una señora, apostilla a mi entender excesiva, porque no soy partidario de las condenas implacables. Prefiero que vuelva, pero atinando. Al obligar al toro a estrellarse contra el peto, el varilarguero quebrantó al animal y él se puso en evidencia, desestabilizado por la brutalidad del impacto y con la vara descontrolada acribillando al aire.
Cristian Escribano tiene mucho que decir en las plazas, ojalá tenga oportunidades. Manejó con serenidad, gusto y solvencia el capote, quizás sin brillo en los remates, aplicó unos naturales hondos a su primer toro, al que cortó una oreja, y varias tandas de derechazos medidos al segundo, que embistió por abajo, faena esta malograda con la espada. Mejor dicho, a la hora de descabellar, cuando se mostró francamente descabellado.
¿Y Miguel Ángel Pacheco? Frente a la veteranía de Lamelas, forjado a fuego en cien batallas, y la calidad asentándose de Escribano, él está –legítimamente- en los comienzos de su andadura, o sea, todavía haciéndose y cada torero tiene su tiempo. Cruz y cara, no se acopló con Pelícano, el tercero de la tarde, pero si se acopló con Andante, el último, al que asestó un estoconazo ya de por sí merecedor de la oreja que recibió, con petición (leve) de la segunda.
En resumen: de hechuras impresionantes y bellísima estampa, los seis astados fueron aplaudidos de salida y cuatro arrastrados entre ovaciones. Bien los toreros, fatal las cuadrillas, genial la banda de música y muy metido en la corrida el respetable. Tarde de mucho interés, olé por Cuéllar.