Ya son 24 los municipios partidarios de la independencia autonómica del antiguo Reino de León, en su convencimiento de que así les va a ir mejor, se supone.
Asistimos, pues, a una especie de moda de minimalismo político, gracias al cual territorios más pequeños que los actuales aspiran a lograr mayor poder institucional. En el fondo es lo que pretenden los soberanistas catalanes independizándose de España y, a diferentes niveles, tanto el Partido Regionalista Cántabro como Teruel Existe, que ha creado un minúsculo partido político propio.
Hasta ahora, ese troceamiento (o su intentona) ha resultado rentable a sus auspiciadores: más inversiones estatales, mayores competencias, más beneficios… con tal de que los menguantes partidos de ámbito estatal pudiesen contar con sus votos, su beneplácito y su favor para así seguir ellos disfrutando del machito, como hasta ahora.
El ser cabeza de ratón, en este país en retroceso, se ha convertido, pues, en un negocio de gran magnitud y de enorme provecho: se obtiene así una sobrerrepresentación electoral, se puede chantajear a diestra y a siniestra y se consiguen mejoras estructurales en detrimento de la España vaciada: todo un auténtico chollo.
No es de extrañar, entonces, el vertiginoso aumento de partidos con representación institucional, la centrifugación de competencias antes centralizadas y la petición de mayor representatividad por parte de entes políticos cada vez más pequeños.
Existe, sin embargo, un “pero” en este camino irreversible hacia el minimalismo y la dispersión: que habrá un momento en el que si cada porción del conjunto goza de más beneficios que antes de su fragmentación, la suma de todos ellos dará más de cien y, en la imposibilidad de que eso salga adelante volveremos atrás o iremos hacia la simple explosión del conjunto. O sea, que el final del camino minimalista emprendido no puede ser otro que el de la irrelevancia política.