6 Historias de 42: “Quiero tener mi propia empresa de videojuegos”
Sandra es una de las estudiantes más jóvenes de 42 Madrid, pero tiene su futuro más que decidido: dedicarse a los videojuegos. A través de la programación espera alcanzar su meta.
La industria de los videojuegos lleva años a pleno rendimiento. Ya factura más que el cine y la música juntos en nuestro país: 1.530 millones de euros de récord en 2018, según la Asociación Española de Videojuegos. También es un sector en el que cada vez más jóvenes posan sus expectativas de futuro y en el que se concentran ocupaciones muy variadas, desde jugadores profesionales y streamers a los creadores: dibujantes, animadores, compositores, guionistas, ingenieros y desarrolladores de software o programadores.
Sandra Corrales, de 19 años y natural de Madrid, lo decidió hace mucho tiempo. Cuenta que “desde pequeña me sentaba con mi tío cuando jugaba a la consola, y le miraba jugar a todos los juegos y supongo que eso despertó cierto interés en mí”. También que “me gusta mucho dibujar y dije, ¿por qué no puedo hacer las dos cosas? ¿por qué no puedo dibujar y hacer algo de informática?”, hasta que encontró en los videojuegos una unión perfecta entre sus dos aficiones.
Después de terminar el bachillerato tecnológico el verano pasado, se inscribió en las pruebas de 42 Madrid, un innovador campus de programación sin profesores, sin horarios y totalmente gratuito. “Hace un par de años, con uno de mis mejores amigos, empezamos a mirar dónde estudiar en el extranjero y encontramos estas academias de programación, que nos llamaba mucho la atención”, así que, cuando llegó el momento de terminar su formación en el instituto y “estaba decidiendo si me metía en la carrera, si hacía un grado superior… Justo esa semana mi madre y mi amigo me mandaron un mensaje: han abierto una academia aquí en Madrid”, recuerda.
Siendo la programación una auténtica desconocida, Sandra superó las pruebas para entrar en la academia, porque ante todo “sabía que era informática lo que quería hacer desde muy pequeña y tenía muy claro que quería hacer videojuegos”. En 42 tiene la oportunidad de especializarse en esta rama de la programación y la academia ha resultado ser “una forma de dar rienda suelta a mi creatividad y no quedarme programando diez horas al día. Aquí puedes ver algo gráfico”.
Una meta clara
“Tengo un objetivo que sé que es difícil, porque quiero tener mi propia empresa de videojuegos”, afirma repetidamente. Claro que aún debe finalizar su formación en la academia -la media está en tres años- y realizar un periodo de prácticas en el que escoger su especialidad: “Al ritmo que me veo, calculo que en septiembre”, confía Sandra.
La libertad de la escuela para que cada estudiante siga un camino hecho a su medida también se aplica a estas prácticas, pues serán ellos mismos los que escojan dónde y cuándo las realizarán. “Mi idea es irme a Lyon porque allí hay muchas empresas de videojuegos. Y si no pudiera, tengo cierto objetivo en Microsoft. Estuve allí hace cuatro años y me gustó cómo trabajaban, si tienes buenas ideas digamos que te ayudan”, explica Sandra. El plan es mirar hacia las grandes empresas, aprender sus métodos y si es posible, desarrollarse allí.
Ante cualquier cuestión, Sandra mantiene de fondo su objetivo principal. Sobre las habilidades o sectores a los que le gustaría dedicarse en la producción de un videojuego, argumenta que “quisiera desarrollarme en todos los aspectos del videojuego, porque me gustaría que si hubiera un problema en mi empresa, pudiese ir y estar con ellos e intentar solucionarlo”. Pero como siempre ocurre, tiene un favorito: “Me gustaría mucho estar en la parte del diseño y del guión, que es lo que más me llama, pero si me tengo que tirar una semana programando, haciendo sonido o la animación, no me importa”.
Pero por mucho empeño nadie nace aprendido, por eso “si me tengo que tirar cuatro o cinco años trabajando para otras empresas para aprender, pues evidentemente, pero haga lo que haga sé que al final voy a poder crear mi empresa, contratar a la gente que quiero y crear lo que tengo en mi mente”, asegura Sandra.
En ese momento es cuando responde que prefiere “mantener en secreto mis ideas”, pero deja algunas pistas. “A mí me gustan los juegos que hagan pensar a la gente. Quiero que saques algo jugando a mi juego, que te haga replantearte tu existencia un poco”, ríe. De ejemplo nos deja los juegos de decisiones como Until Dawn y “también me gusta mucho la estética del Dishonored y del Bioshock, ese tipo de juegos son un poco mi estilo”.
Preparación para el mundo real
42 Madrid era una “buena forma de llegar a mi objetivo. Dije, no voy siquiera a matricularme en un grado superior por si esto no sale, directamente me metí aquí y a por todas. Si no hubiese entrado me hubiese quedado un año sin hacer nada”. La opción de una carrera universitaria estaba descartada desde el principio porque “no soy una persona a la que le guste memorizar. La universidad no la veía tan práctica y un grado superior sí, pero luego no tienes carrera y qué haces. Titulitis”. Por suerte, Sandra ya conocía la academia que llegaría a Madrid en el momento justo.
Admite que, al principio, “era un poco escéptica a que esto funcionase, porque vienes de una escuela muy tradicional -de un instituto en este caso-, entonces llegar y que no hubiese temario, libros, nada… Eso me chocó mucho”. Pero los estudiantes entran enseguida en la dinámica de 42, en la que deben aprender por sí solos la parte práctica de la programación: “Desde el primer momento te exigen que seas el mejor, pero no tienes esa presión de si suspendes vas a tener que pagar una matrícula o tienes que estar tres años más para acabar una carrera”. Además, en comparación con otras opciones como ingenierías informáticas, en este campus “ves lo que estás haciendo de una manera muy visual” y concluye que “el método de aprendizaje te enseña lo que es la vida real. A que tienes que buscarte tú las cosas”.
En lo que llamaríamos educación tradicional todo queda en una nota. La competencia en 42 es más sana en cuanto a que “si no sabes algo te lo van a explicar y no tienes ese miedo a preguntar, que a veces pasa cuando estás en una clase, ya sea por lo compañeros, por los profesores o por lo que sea. Esa competitividad no la tienes, si la tienes es contigo mismo por avanzar más”, determina Sandra. Esa atmósfera accesible y cercana es la que se transmite en las amplias instalaciones de 42 en Madrid: “Lo mejor es que le da la oportunidad a cualquier persona. Da igual qué edad tengas, qué estudios, aquí tienes un sitio. Creo que es una de las mejores cosas, que está abierto a todo el mundo”.