Vaya por delante que El embarcadero es mi debilidad. Hacía tiempo que una serie no me golpeaba tan fuerte y me revolvía por dentro llevándome a reflexionar sobre aspectos de la vida que pensaba que ya tenía largamente meditados.
Desde esta vida -y burbuja- urbanita que muchas veces nos hace estar alejados de la realidad, la serie de Movistar y Atresmedia Studios provocaba todo un despertar de sentidos y sentimientos que te obligaba a recapacitar sobre tu presente y tu futuro.
¿Qué tipo de códigos estamos dispuestos a aceptar en una relación?
¿Cómo afrontar el duelo? ¿Y una infidelidad? ¿Y canalizar el deseo? ¿Se puede amar a dos personas a la vez? ¿Qué tipo de códigos estamos dispuestos a aceptar en una relación? ¿Y hasta dónde sabemos perdonar? ¿Vivimos la vida que realmente queremos vivir?
Preguntas y más preguntas que poco a poco te hacían ponerte en la piel de sus personajes (nunca hay que prejuzgarles, sino intentar mirar a través de sus ojos), y te iban revolviendo por dentro.
Y eso es algo que vuelve a repetirse en esta segunda temporada que nos brinda un primer capítulo de continuidad que es una auténtica explosión de sentimientos. Del dolor a la alegría, del odio al amor -quizá tóxico-, de lo razonable o lo irracional, de la contención al grito desesperado, de la rabia a la pasión.
¿Cuántas veces habremos escuchado aquello de que los mejores polvos se echan después de una gran bronca? ¿Cuando toda esa rabia contenida se convierte en puro frenesí? ¿Cuando los gritos se transforman gemidos?
“Nos hemos domesticado, pero en el fondo somos animales salvajes“, dice el personaje de Verónica Sánchez, Alejandra Leyva, en el segundo episodio de la serie. Y no le podría faltar más razón. ¿Hasta qué punto perdemos a veces la razón en el amor y en el sexo?
El trabajo de Irene Arcos y Verónica Sánchez merecía mejor reconocimiento
Una razón, una vida ya ‘encarrilada’ que puede llegar a trastocarse cuando aparecen personas como Verónica que te hacen replantearte tu día a día, que te hacen anhelar otra vida, que te obligan a pensar si estarías dispuesto a dejarlo todo y volver a empezar desde cero.
De ahí que sea de admirar el impresionante trabajo que hace Irene Arcos, representando a la perfección esa libertad (esa albufera) que se añora desde la prisión de la ciudad, y esa sensualidad que te hacer perder la cabeza hasta el borde del irraciocinio.
Y lo mismo sucede, aunque en el otro lado de la balanza, con Verónica Sánchez, la cara de la fragilidad, de ese mar de dudas cuando llega algo completamente novedoso, de la debilidad ante un volcán de deseo. Pero, ¿cómo no se está reconociendo el trabajo de estas dos mujeres?
En resumen, El Embarcadero vuelve a demostrar por qué ha sido la serie que mejor rendimiento ha tenido de Movistar en sus dos años de vida y por qué el éxito de La casa de papel no fue nada casual. Larga vida a Álex Pina y Esther Martínez Lobato.