Esta noche en la ceremonia de los Goya veremos cómo recoge el Goya de Honor Chicho Ibáñez Serrador, uno de los artífices del audiovisual más queridos y laureados en España. Su carrera en el séptimo arte se inició en su niñez, cuando dobló al conejo Tambor en Bambi, y ya de mayor, nos regaló dos de las mayores joyas del terror nacional: La Residencia (1969) y Quién puede matar a un niño (1976).
La primera de ellas es especialmente interesante porque hablamos de una España en la que imperaba el realismo y lo racional en lo audiovisual; el franquismo no lo ponía fácil para la fantasía y el terror, y de hecho, Chicho se topó con la censura.
Una de las escenas más célebres de La Residencia cuenta cómo una alumna del internado en el que hay misteriosas desapariciones tiene un escarceo con el hombre que reparte víveres, algo que sucede mientras sus compañeras cosen. Así, la aguja y el hilo se convierten en una metáfora del coito, que finaliza cuando una de ellas se pincha en un dedo y derrama unas gotas de sangre. Originalmente, esa secuencia incluía unos gemidos que fueron silenciados por la censura, aunque permitió que se disfrutase aún más de la maravillosa banda sonora de Waldo de los Ríos.
Perversiones y erotismo soterrado
La Residencia es pues un magnífico ejercicio de terror gótico en el que había cabida para el erotismo soterrado (esas duchas), así como una acumulación de perversiones (con la sádica señora Fourneau al frente, que disfruta al besar las llagas de una pupila que ella ordenó castigar a latigazos).
Por su parte, ¿Quién puede matar a un niño? exploraba esa línea que ya había abierto William Friedkin con El Exorcista, y es cómo un niño puede tener maldad, cuando no el mal dentro. La película, para disfrutarla, hay que verla en versión original, para comprender bien cómo los dos turistas extranjeros se sienten indefensos en una isla española en la que los niños están matando a los adultos.
Secuencias como la de la piñata aún siguen dando auténtico mal rollo, o aquella en la que el protagonista, Tom, dispara a un niño de unos ocho años porque está amenazando a su mujer a punta de pistola. En definitiva, un ejercicio magistral que demuestra que se puede hacer buen terror a plena luz del día, en zonas aparentemente idílicas y nada claustrofóbicas, y sin abusar de la sangre y mucho menos de los efectos especiales.
Un Goya con sabor a televisión
Justo cuando se tantea la opción de abrir los Goya a las series, con el Goya de Honor a Chicho se está reconociendo no solo su carrera cinematográfica, que es escasa, sino también la televisiva. En su currículo catódico encontramos títulos como Estudio 3, serie en la que hacía de director, guionista y actor, o concursos emblemáticos como El Semáforo o Waku Waku, y de especiales como Historias de la Frivolidad, un laureado programa que versaba en clave de humor sobre cómo se ha intentado ocultar el erotismo a lo largo de la historia.
Pero si le preguntamos a cualquier persona de la calle cuáles son los trabajos que le vienen a la cabeza al escuchar el nombre de Chicho, sin duda responderá la serie Historias para no dormir y el concurso Un, dos, tres.
Historias para no dormir, un icono irrepetible de la televisión
En 1961 Chicho y su padre Narciso Ibáñez Menta ponen em marcha en la televisión Argentina la serie de terror Mañana puede ser verdad. Una antología de relatos autoconclusivos, o de máximo dos capítulos, basados en relatos de autores del género fantástico como Ray Badbury, H.G.Welles o Poe, así como algunas creaciones propias firmadas por Luis Peñafiel, su alter ego como guionista.
En 1965 se trae el mismo proyecto a Televisión Española, donde recibe una gran aceptación.Su éxito radicó en traer a la televisión patria historias de terror y de ciencia ficción, géneros que hasta entonces no se habían explotado.
Y esto le sirvió para ese mismo 1965 lanzar Historias para no dormir, heredera del espíritu de Mañana puede ser verdad; de hecho, en ocasiones empleaba para ambas series un mismo relato como base, al que a veces le cambiaba el título.
Cual Alfred Hitchcock, Chicho presentaba cada capítulo de la serie con mucho humor negro, leyendo incluso cartas en las que se criticaba su trabajo, antes de que el formato roast llegase a nuestra televisión.
La serie tuvo tres etapas (1966, 1967-1968 y 1982), en los que vimos niños que daban auténtico terror, asesinos despiadados o fantasmas que no descansaban en paz. Sin duda, el episodio más laureado es El Asfalto, adaptación de un relato de Carlos Buiza. En él, Narciso Ibáñez Menta interpreta a un hombre que queda atrapado en asfalto fresco, y se va hundiendo poco a poco sin que nadie a su alrededor haga nada por él. Puro terror el de un mundo deshumanizado en el que no hay solidaridad ni amor al prójimo. Esta entrega supuso el primer premio internacional para TVE, pues logró la Ninfa de Oro en el Festival de Oro de Montecarlo.
Un pionero en muñecos diabólicos
A pocos meses de que se estrene la película Annabelle 3, y mientras se trabaja en una serie de televisión sobre Chucky, hay que recordar que Chicho ya nos mostró muñecos diabólicos en Historias para no dormir. El capítulo ‘El muñeco’adaptaba relatos de autores consagrados del fantástico como Henry James (‘Otra vuelta de tuerca) y Robert Bloch (‘Psicosis’) en la que una niña, interpretada por Teresa Hurtado tiene enfrentamientos con su padre (Narciso Ibáñez Menta) porque ésta tiene una inclinación hacia las ciencias ocultas.
Emitido en 1966, además de la sobriedad de la historia, destaca la desconcertante cancioncilla infantil que el personaje de Alicia canta al muñeco y que a los aficionados al fantástico les puede recordar a la banda sonora de La semilla del diablo, mítico filme de Roman Polanski que no se estrenaría hasta dos años después.
Y tampoco nos podemos olvidar de Freddy, el títere que parecía tener vida propia en el capítulo homónimo, ya en la etapa de 1982, y que contaba cómo dentro de una compañía de variedades en la que comienzan a sucederse los asesinatos, los cuales los podría cometer un muñeco de ventrílocuo.
El ‘Un, dos, tres’, el programa que no quería firmar con su nombre
En 1972, Salvador Pons le propuso a Chicho que idease un concurso, pues en Televisión Española necesitaban un programa así, y Serrador aceptó la misión como si fuese una especie de pasatiempo. Así, llegó a la conclusión de que los concursos se apoyaban por aquel entonces en tres fórmulas: o eran de preguntas y respuestas, o de pruebas de habilidad, o juegos psicológicos y de azar. Ibáñez Serrador mezcló los tres tipos de concursos y por ello llamó al suyo Un, dos, tres.
Pero Chicho fue un paso más allá y creó figuras que hasta entonces no existían, como la de un personaje que insultase a los concursantes, en este caso Don Cicuta, un rol del que después beberían programas internacionales como El rival más débil; igualmente, fue pionero en España en introducir chicas en minifalda por los platós, tal como admite él mismo.
Sin embargo, Chicho no firmó los primeros programas al considerar que aquello sería algo puntual, que solo debería dejar el tren en marcha y que su carrera televisiva debía ir por otros derroteros; incluso su padre, Ibáñez Menta, le preguntó si estaba loco por hacer un concurso “después de todo lo que has hecho en televisión”. Mas Chicho se sentía padre del Un, dos, tres y a partir de la novena semana se involucró en el espectáculo televisivo y así se creó el mítico programa que ha pasado a la historia de la pequeña pantalla.
“Es la mejor fórmula de concursos que ha habido hasta ahora; es que lo tiene todo. Ahora me doy cuenta de que le puse todo lo que había, inventado por mí o no. Y funcionó, y sin ninguna duda marcó una gran época en España y cambió la concepción del concurso en Europa. Así de fuerte”, explicaba el cineasta en el libro ‘Cine fantástico y de terror español 1900-1983’.
Chico, el pionero de los realities en España
Además de revolucionar los concursos en la televisión, Chicho también trajo a España el concepto de realities como serían posteriormente Pekín Exprés. Y es que ya en los años 70, dos concursantes del Un, dos, tres, elegidos por sorteo, Abelardo y Esperanza, tenían que hacer “La Misión”, una gymkana en la que una pareja debía viajar a Isla Margarita, en Venezuela, para recoger ostras, y al volver, si tenían perlas, multiplicarían el dinero hasta entonces conseguido.
La cosa es que Chicho no se lo quiso poner fácil. En el aeropuerto se les cambió las pesetas que llevaban por bolívares, los cuales no pudieron usar porque finalmente ¡les mandaron a Senegal! Y es que en este país debían encontrar la fórmula para salir realmente hasta Venezuela y poder recoger la media centena de ostras. ¡Algo harto difícil, teniendo en cuenta que ni siquiera tenían moneda en curso legal! Incluso tuvieron que vender su reloj para poder poner rumbo a América Latina.
Al final, Abelardo y Esperanza lograron encontrar cinco pequeñas perlas, que les permitió multiplicar por dicha cifra las 5.100 pesetas que ganaron en su momento. Además, ella recibió un armario repleto de perlas mallorquinas, valoradas en 40.000 pesetas, 240 euros actuales.